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LA CÁTEDRA DEL ROCK

"Sonido Interestelar"

En su columna semanal, Ale The Rose reflexiona sobre el último disco de Pink Floyd (en 2014) y la película Interestelar también de 2014.
20/04/2018
"Sonido Interestelar"

Mi enésima botella de Jack Daniel’s está a menos de la mitad.

No importa, mientras las cortinas y los ojos estén cerrados pero con los oídos bien abiertos, me preparo para viajar lejos, muy lejos, mucho más que lejos. Imagino la cuenta regresiva que me lleve a ser ese que alguna vez fui y sigo siendo, ahí, en algún lugar del espacio-tiempo (eso dicen aquellos que dicen saberlo todo sobre lo que nadie sabe mucho). Y el que fui alguna vez es ese adolescente que brillaba como el sol escuchando a Pink Floyd y que, a la vez, soy ese nene que cuando sea grande quiere ser astronauta y…tres, dos, uno, cero, ¡despegue!

Ya extinguidos, todos esos Ale The Rose confluyen ahora en este nuevo yo un poco más maduro que se va a dar de narices con el Ale de ojos como agujeros negros en el cielo para volver a ser polvo de estrellas del que alguna vez vino, y… ok, salud.

Mientras tanto, con la nena de viaje y Naty durmiendo, aproveché a ver por cuarta vez Interstellar, de Christopher Nolan. Y para terminar, mientras espero las musas que inspiran mis notas, me propongo rematar este día cósmico escuchando “The Endless River”, lo último y, dicen, lo definitivo de Pink Floyd como banda. Aquella banda de mi primera adolescencia y primera madurez.

Una de mis marcas favoritas, porque convengamos, Pink Floyd siempre fue y será una marca que va más allá de quienes la integren. Ahí fui, respiré profundo, suavemente y puse el disco en YouTube, y ok, aclaro que si bien nunca creí mucho en el genio devastado de Syd “Diamante Loco” Barrett, me dispuse a escuchar “The Endless River” desconfiando un poquito del genial David Gilmour y su actual look de marine crepuscular, pero sin dudar por un milisegundo de Pink Floyd. Grupo que junto a Yes, tuvieron las más hermosas y enigmáticas tapas de sus discos. Pink Floyd se oía, se escuchaba pero también se miraba (cortesía del genio diseñador Storm Thorgerson). En cambio, la tapa de The Endless River, con esa especie de regatista alias gondolero celestial, es bastante horrible. Y el nombre del disco es más bien espantoso. Debo decir la verdad que sosteniendo el control remoto, la mano me tembló tanto que casi se me cae al piso antes de darle Play.

 Demasiados recuerdos, muchos, es cierto.

Pink Floyd con sus canciones astronómicas fueron el soundtrack de mi pasado lleno de futuro y de una época cuando todavía fantaseaba con el lado oscuro de la luna, con hacer contacto con inteligencias superiores o invasores implacables. Ahora no. Ahora sólo rezo porque el ser humano, alienado de sí mismo, no sea tan boludo y suicida como parece ser.

 Y, les agrego que hoy se piensa más en lo espacial cuando en realidad se necesita sentir algo especial y relativizarlo todo con la ayuda de la Teoría de la Relatividad.

 Vivimos tiempos extraños. Lo que alguna vez pertenecía al terreno futurista y de ciencia ficción ahora es el presente no-ficción pero cada vez más científico en que vivimos. Y me pregunto qué significan términos como “horizonte final” o “agujero de gusano”, hoy en la voz de arena movediza de Matthew McConaughey, protagonista de Interestellar.

Pensar que ok, manejamos tecnologías sofisticadísimas todos los días pero caímos rendidos ante la dictadura del envase sin preocuparnos demasiado por la democracia del contenido. También nos tiramos de cabeza a una suerte rara y a la vez pacífica pero agresiva carrera armamentista en la que gente alienada hace cola durante toda la noche para recibir primero y temprano la nueva dosis-modelo de iphone. Después lo sabido, las puertas se abren, pagan carísimo, y salen gritando desencajados frente a las cámaras de cuanto noticiero pulula por los alrededores, cubriendo el nuevo nacimiento como si se tratara de la soñada primicia de que se descubrió la cura para todos los males de este mundo. Pero no, lo que se descubrió es una nueva “cepa” de la misma enfermedad de siempre: el miedo real a estar solo y el alivio falso de sentirse parte de una secta de privilegiados.

Pienso en todo esto mientras escucho The Endless River. Sólida música líquida para un templado chill out y, hay que decirlo, un astuto greatest hits de sonidos, que como un loop vuelve al punto de partida, souvenirs para sala de espera y por qué no, corales de cosmonautas/ascensoristas psicodélicos que ya no se drogan. Y nada, suena todo a pretensiones de requiem para olvidar a un tal Roger Waters (que bien podrían haber firmado una tregua con él para la ocasión) y en memoria del omnipresente fantasma de Rick Wright, quizá mi favorito y verdadero responsable de esa cumbre, a mi criterio insuperable que fue, sigue siendo y será “Wish You Were Here”.

 Ahora, acá hay mucha música muy prolija, con un sonido perfecto y muy pocas letras que estarían fantásticas como fondo sin fondo de Interstellar. Película que es una especie de resumen de lo experimentado con “2001: Una Odisea Espacial” y “Solaris”, pero con cosas de “Contacto” y “Gravedad”. Mezcla rara entre sci-fi dura y sci-fi líquida, física cuántica y química del cole, el astronauta y el campesino, el desperfecto técnico y las intermitencias del corazón, las tormentas de polvo como cenizas del Puyehue y mares verticales, Ray Bradbury y Arthur Clarke, espacio y tiempo, entrada y salida, ida y vuelta, que si vengo y me voy, ¿qué hora es? ¿cómo se llamaba esa galaxia? ¿y ese disco? Y este delirio me pasa, como generalmente suele pasar cada vez que me expongo a la radiación de algo que tiene que ver con eternáuticas paradojas temporales.

 Cuando terminé de ver por primera vez Interstellar me quedé un agradable dolor de cabeza y esa cosa incontenible de volver a verla, escarbar en el guion para volver a terminar perdido (pero feliz) en alguno de sus laberintos. Pero, también, emocionado y contento porque una biblioteca y un reloj viejo de esos con agujas sean los instrumentos de la gravedad para comunicarse a través de las sombras de los años luz. Y porque, al final, la explicación para el milagro no pasa por alguna iluminadora súper mente contemplativa de nuestro sufrido ser siempre a oscuras, sino por la fuerza todopoderosa en los corazones terráqueos generando el amor que sienten los padres por los hijos y los hijos por los padres. Y, bueno, sí, nada es perfecto: debo reconocer que también me pica un afán por entenderlo y explicarlo todo y que a veces no es necesario.

 Y ok, todo un poquito New Age, es cierto, pero también me digo que es sano reconocer que con la Old Age uno es cada vez más New Age te guste o no admitirlo. A lo que Pink Floyd sería Vintage Age, ponele.

Algunas horas más tarde con la botella de Jack ya vacía y The Endless River en repeat, me veo remando en una especie de loop, flotando ingrávido, en animación suspendida, confortablemente adormecido. Y me despierto de golpe, ya de noche, por algún ruido y pregunto: ¿hay alguien ahí afuera?

 Y, claro, estoy solo y perdido en el espacio. Y será también por eso la carencia de canciones en el interestelar The Endless River.

 Porque se sabe… en el espacio nadie puede cantar.

 Ale The Rose

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