miércoles 24 de abril de 2024    | Nubes -0.6ºc | Villa la Angostura

CÁTEDRA LIBRE

"Mi nombre es Watson"

En un apoteósica sesión de sala de espera, Ale The Rose anticipa un probable futuro. (Escuchá a Ale The Rose en Basta de Farsa este sábado de 10 a 13 por FM Andina 97.3)
13/07/2018
"Mi nombre es Watson"

Hace algunos años, en una de estas columnas que salen en el diario, contaba sobre aquella costumbre cada vez más recurrente que tengo según pasan los años: eso de hacerme un chequeo médico cada tanto, cosa de revisar cómo anda, entre otros asuntos, ese reblandecido disco duro interno. Y ahí fui. 

Calculo que toda sala de espera en consultorios médicos, acá y en la China, son como una especie de asilo adonde viejas revistas van a morir, repitiendo como ancianos ya enfermos, una y otra vez las mismas cosas que pasaron hace mucho tiempo. Generalmente la oferta es bastante precaria y de dudoso gusto pero en este caso, y para mi sorpresa, ahí debajo de tanta basura en forma de semanario, un viejo ejemplar de la revista Time llamó mi atención. En este caso, un número del 2011, que es particularmente triste. La nota que aparece en la tapa es del tipo tecno y, ok, hay que decirlo, siete años es el equivalente a más o menos un siglo en lo que hace a las cuestiones informáticas.

La cosa, se trata de explicar en la revista, pasa por cómo las compañías saben casi todo acerca de cualquiera de nosotros, cortesía de su actividad vía web. De aquello que se mira y se compra y lo que se mira y no se puede comprar; de lo que en red se lee y se deja de leer; de los sitios que se visitan y ya se sabe: Google no es tan gratis como se cree por ahí y Facebook siempre te pide algo a cambio de lo que creés que te da.

Y todo esa info la comparten con cerebros de compañías como Alliance Data o EXelate o RapLeaf o Intellidyb o Bizo o Zappos o Spokeo.com. Nombres de empresas rarísimos y desconocidos para nosotros, meros mortales, que son en realidad apenas la punta de un iceberg multimillonario que se dedica a la compra y venta de datos que no son de ellos pero que, así y todo, los tienen a mano y a disposición del mejor postor y por qué no a merced de todos esos hackers que andan pululando (quién sabe por cual nube) convencidos todos ellos, de ser Neo de Matrix. Y hay que decirlo, todo esto y mucho más sucede en EEUU, un país donde, hoy en 2018, sigue siendo delito federal y penado por ley eso de andar chusmeando en el buzón de tu vecino las cartas de papel.

Y esto me prende esa luz intermitente de un tema mucho más que preocupante y que es la pérdida de nuestra identidad y de nuestra privacidad. Que, ok, nunca fue del todo nuestra, es verdad, porque en realidad son nuestros seres queridos, amados y odiados quienes terminan de darnos forma y sentido. Pero ahora la historia es más compleja y mucho más grande (léase grave), en donde gente que no tenemos la menor idea de quienes son saben lo que nos gusta, lo que nos deja de gustar, lo que le gusta a nuestros amigos y a los amigos de nuestros amigos y, por lo tanto, lo que tal vez vaya a gustarnos más tarde o más temprano.

Ese tan solicitado iWatch nos da la hora pero eso es lo de menos, ese adminículo en la muñeca, registra todas nuestras variables corporales, lo que caminaste, por donde y me pregunto: ¿a dónde va toda esa información? ¿A mi jefe? ¿A la AFIP? ¿A mi compañía de seguros? ¿A laboratorios medicinales? ¿A la Casa Rosada? ¿A Carrefour?

Y mientras esperaba sentado al Doctor Calvi, seguí leyendo en esas arrugadas y amarillentas páginas de la revista sobre una aplicación llamada Ghostery, que la verdad no tengo idea si sigue existiendo todavía (creo que si) y que sirve para ver lo que otros ven sobre tu persona. En fin, estamos fritos y me acuerdo que hubo un tiempo en que uno era privado sin ningún esfuerzo y para ser público tenía que hacer mucho. Está claro que el infierno no sólo son nuestros celulares sino que también los celulares de los otros.

Ahí están todos, sobre la barra del bar, en la mesita de luz, en el tablero del auto y definitivamente en la mano que antes se usaba para estrechar otra mano.

A todo esto, recuerdo hace poco caminar por el centro de Buenos Aires por calles plagadas de cámaras a lo alto. Pronto, dicen los que saben de esto, van a servir para que alguien te ofrezca el servicio de buscarte y encontrarte y compaginar los mejores momentos de toda tu vida y ahí vamos otra vez: el fin de la intimidad. Sea como fuere, es una pequeña batalla a pelear en una guerra que ya sé que está perdida. Todos los especialistas coinciden en que las máquinas se van a meter más y más en nuestras vidas, y que falta cada vez menos para que se metan literalmente adentro nuestro.

Hace unos años, en las afueras de New York y en el medio de un bosque fantástico, en el Centro de Investigación de la IBM (empresa que, vale aclarar, después de firmar raros pactos similares con Apple, allá por el 2014 llegó a un arreglo con Twitter para disponer y analizar toda la info que se “twitea” por ahí) decía, se desarrolló una súper computadora en modo HAL 9000 de “2001 Odisea Espacial”. Y la misión de este aparatito es la de procesar y reordenar toda los datos del mundo mediante un sistema cognitivo que le permite aprender de sí misma y tomar decisiones por sí sola.

Este aparato de ingenio genial, de intensos ojos rojos, que está capacitada para hablar pausadamente y para hacer reconocimiento de voz y facial, leerte los labios, apreciar el arte, interpretar y expresar emociones y razonamientos, se llama Watson (en honor al fundador y presidente de la empresa Thomas J. Watson) y sus poderes deductivos están muy por arriba de los de Sherlock Holmes.

Y entre sus objetivos está la de elevar a “la información” a categoría de recurso natural. Algo a la altura del agua o del petróleo. Si, leíste bien. Y dicen que los beneficios de semejante sistematización ya son y serán todavía más grandes. Todo esto en medio de un gran interrogante en mi cabeza y en la de gente que realmente estudia este tema en términos más filosóficos si se quiere, como un tal Nicholas Carr, que dice que lo verdaderamente preocupante es el modo pasivo en que la humanidad se está entregando a esta idea.

Y lo dice así en un entrevista para el diario El País: “En la parte práctica, no se nos permite saber exactamente qué información sobre nosotros está siendo almacenada, compartida o usada para anuncios o para otros propósitos. En términos filosóficos, se está perdiendo un espacio privado en nuestras vidas, no somos tan libres para pensar de un modo distinto. Al estar expuestos, estamos permanentemente componiendo una imagen pública en vez de explorar nuestros pensamientos y sensaciones, lo cual nos hace menos interesantes. Pensamos demasiado en cómo nos ven los demás, nos obsesionamos con eso, y se produce un estrechamiento de nuestra identidad por estar constantemente exhibiéndonos”.

Todo esto hasta que una hermosa y radiante mañana todo lo que supimos conseguir a lo largo de nuestra historia estará a disposición de una máquina como esta o parecida, que cualquier día de estos pueda decidir lo que todos ya sospechamos (ya saben: Skynet, Matrix por decir algunos): que el mundo sería un lugar mucho mejor si se eliminaran de su superficie ciertos organismos imperfectos, parasitarios, y destructores de su medio ambiente, léase nosotros, los humanos.

Ahora, afuera, llueve... y mucho.

Después de todo esto quisiera salir y mojarme un poco, pero mejor no, por las dudas. Me dio como miedo a un cortocircuito, pero así y todo me pregunto si Watson tendrá realmente el ojo de color rojo como HAL. Un ojo sin párpado que no deja de mirarte fijo y que sólo tiene una idea fija.

Esa.

 

Ale The Rose

Te puede interesar
Últimas noticias