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ESPECIAL PARA DIARIOANDINO

El Caballero de la Noche

Ale The Rose vuelve a su -nuestra- infancia y analiza con justicia los dos superhéroes que marcaron una época. Escuchá a Ale en Basta de Farsa este sábado de 10 a 13 por FM Andina 97.3.
10/08/2018
El Caballero de la Noche

Está claro que la mayoría de aquellos que nos criamos allá por los ’60, entre tantas otras “costumbres”, fuimos sometidos en algún momento (y en más de uno también) al intimidante interrogatorio cuasi existencial y traumático: ¿A quién querés más: a mamá o a papá? Ante la atenta mirada inquisidora de nuestros abuelos.

Sin haber terminado de hacer la digestión de aquel espanto y de cargar con la culpa de ese precoz e innecesario interrogante, es cuando, casi enseguida y cortesía de historietas y series en la tele, nos vimos enfrentados a ese ser o no ser que tuvimos en la infancia, y algo todavía mucho peor: ¿Batman o Superman?.

La respuesta a esta cuestión no iba a tener la sutil elegancia de las respuestas a las preguntas que vinieron más adelante, cuyas opciones irían a cambiar según la circunstancia o el ánimo o quién te las haga: ¿Rubias o morochas? ¿Lennon o McCartney? ¿Con o sin hielo? No, nada eso por aquel momento, sino todo lo contrario. A esa pregunta había que contestar firme, convencido y que se sostendría inamovible hasta el último de nuestros días. Y la respuesta, si somos personas de ley, si nos consideramos medianamente inteligentes, digo, la respuesta sólo puede ser una: Batman.

Toda la vida Batman. Que los que quieran, se queden con Superman, me importa muy poco. Para empezar, Superman se creó en 1938 por una dupla nerd: Jerry Siegel y Joe Shuster y la verdad es que él no es uno de nosotros. Superman es un inmigrante ilegal: un extraterrestre despachado por su padre, Jor-El, en una nave – cápsula – cometa rarísima a la Tierra, antes que el planeta Kriptón volara en pedazos. Ahora, que papá Jor-El lo haya enviado a un lugar tan problemático, constantemente atormentado y esquizofrénico como éste, pudiendo haber elegido mejor y tal vez otras galaxias más felices, inteligentes, dice claramente que era, al menos un pésimo padre o un tipo  con un sentido del humor un tanto… sádico.

Y ahí está el señor del jopo eterno con la variedad de superpoderes, héroe que es la versión con esteroides de una de esas multiprocesadoras con millones de funciones que, a la hora de la verdad, en realidad no sirven para gran cosa y les decía que esos poderes no son otra cosa que el resultado de las condiciones atmosféricas de este, nuestro mundo, mezclado con su biología alienígena. A ver: lo del tipo no tiene mucho mérito, y que su único punto flojo sea el ser vulnerable a las infinitas variedades de kriptonita que hayan llegado a nuestros océanos, montañas y ciudades en forma de meteoritos, no hace más que poner en evidencia que Superman no es alguien muy sano y/o equilibrado que digamos, como nos quiere hacer creer.  Y eso de que un pedazo de su propio país lo ponga tan pero tan mal me hace suponer que Freud se hubiera hecho una panzada con este muchacho.

Batman, en cambio, es ciento por ciento humano y el tipo reemplaza a los superpoderes automáticos por pura viveza humana, hasta criolla te diría y claro, está la cantidad de plata que heredó siendo muy chico. Lo creó una dupla en 1939 para competir con Superman, ellos eran el dibujante Bob Kane y el guionista Bill Finger. Y Batman, el lado oscuro y encapotado del ricachón de Bruce Wayne, se hace cargo y se reconoce desde el vamos como un perfecto y hasta feliz psicópata.

Y lo del tipo es más bien el resultado de un trauma de chico y está justificado (ponele) por haber sido testigo del asesinato de su padre y madre y, hay que decirlo, nunca me quedó muy claro qué hacía una pareja de millonarios con un nene paseando por una calle oscura, cerca de la medianoche y, si no me equivoco, cuando salieron de un cine.

Y ok, es traumático, sí, pero mucho mejor eso que el caso de Superman, eso de terminar siendo adoptado por un par de campesinos, el matrimonio Kent, tan buenos ellos que parecen los Ingalls pero sin hijos. Y, como broche de ridiculez, ahí está dando vueltas por el cable esa pésima serie con acné titulada Smallville donde lo único interesante y rescatable es el personaje de un jóven Lex Luthor, millonario púber que, seguramente, estudió en el mismo colegio primario que Bruce Wayne. Una escuela a la que sólo pueden ir potentados con serios problemas de personalidad. O de calvicie.

Y, hay que decirlo, está el definitivo tema de los trajes. Y blanqueémoslo, seamos sinceros, ¿díganme si el traje de Superman no es muy gracioso? no es más que un pijama patrioteril y encima con los calzones por afuera.

En cambio el de Batman es otra cosa, casi un Armani, creado por Bruce una noche en que mientras tomaba un whisky (Jack Daniel’s seguramente) un murciélago se le coló por una de las ventanas de su mansión. Es simplemente genial y lo hace todavía mucho más interesante. Porque hay que estar bastante chapita como para, viviendo tapado de millones de dólares, tener el loco hobby de ponerte semejante traje para salir a perseguir gangsters y malvados de distintas especies.

Superman, por su parte, se la pasa posando, siempre que puede, con los brazos en jarra delante de la bandera yanqui. Teniendo en cuenta esto queda claro que Superman es casi un empleado más del gobierno de EE.UU a lo que Batman, en cambio, es como un empresario cool.

Superman es La Ley y Batman es un Fuera de la Ley. Y un tal Frank Miller vio bien claritas estas polaridades opuestas e irreconciliables y enfrentó al Murciélago con el Kriptoniano en la magistral historieta de mediados de los ‘90 que se llamó “The Dark Knight Returns” en la que se inspiró la pésima película “Batman vs Superman”. En la historieta aquella de los ‘90 los dos se baten en duelo a muerte. Y, claro, obviamente Batman pierde porque Batman, se sabe, no tiene súper-poderes. Pero así y todo Batman gana.

Batman es reinventable mientras que Superman es inamovible. Superman es realista y Batman es existencialista. Batman es, musicalmente, la genial obra maestra inequívoca creada por Neal Hefti para aquella serie de TV  que tenía de protagonista a Adam West o las febriles partituras góticas de Danny Elfman para la versión de Tim Burton o las de Hans Zimmeer para las de Christopher Nolan.

En cambio la banda de sonido de John Williams para Superman es lo mismo de siempre, lo de antes, un embole kriptoniano, música para marines con anfetaminas que no tienen la más pálida idea en lo que se están metiendo. Batman se ríe de sí mismo. Superman se toma todo en serio.

 Y, para ser clarito, entre Luisa Lane y Gatúbela, la verdad, ¿con quién se quedan? ¿Y si sos Gatúbela y tenés que elegir?

Y ok, está el áspero tema de Robin. Pero no tengo ganas de hablar de él. Robin se murió, en realidad lo mataron los malos, dicen por ahí que fue El Guasón. Y hasta hubo una encuesta en donde muchos lectores votaron para que no esté nunca más. Y Batman lloró, es cierto… un poco al menos. Pero se repuso bastante rápido y le pidió a Alfred que le prepare el batimóvil, y le dijo: “Hoy a la noche voy a salir así que no me esperes porque llego tarde”.

Una cosa es segura: nunca me faltan las ganas de volver a viajar desde las gárgolas de Ciudad Gótica a los rascacielos de Metrópolis, que, en realidad son la misma ciudad pero distinta. Lo que es seguro es que son ciudades donde ya no hay ninguna cabina telefónica para que Superman se cambie a las apuradas y ya no hace falta ninguna batiseñal en el cielo para sacar a Batman de su baticueva.

Ahora es suficiente con un batiwhatsapp.

 Ale The Rose

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