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ESPECIAL PARA DIARIOANDINO

"Semejante-Mente"

Ale The Rose reflexiona sobre las emociones y la necesidad de cada una de ellas. El rol clave de la tristeza, como forma de...
28/09/2018
"Semejante-Mente"

Me siento raro. Nada mal, solo esa cosa extraña que sucede cuando todo lo que se pudo haber esperado que pase y ya no lo esperas más, bueno, al fin pasa así, de pronto. Y se me nota.

Igual que al sentarme a escribir para Ustedes-  que es también para mí -y hace tanto bien... es notable, se me ve, se me respira. Y uno de repente siente eso de no saber muy bien qué edad se tiene, qué edad se tuvo, cuánto tiempo le queda por delante en animación digital o dibujada o suspendida o lo que sea.

Algo así como cuando fui hace un tiempo a ver una de esas películas de la Pixar. Porque convengamos que de un tiempo a esta parte las películas de Pixar no solamente le apuntan de lleno a ese pibe que está enquistado en cada uno de nosotros sino que, además, generan que ese pibe se haga cargo de todo el viaje, agarre el volante y se dirija exactamente ahí.

¿A dónde? Ahí, al futuro, ahí donde se va para ser grande, maduro y de uno depende, que esa  madurez no sea justamente podredumbre. Y lo mejor de la producción Pixar, se sabe, es una gran diversión y de la mejor para los chicos pero también una clara reflexión para adultos y viceversa. Ya lo comenté hace unos años, en una nota de estas que salen los viernes, hablando sobre “Up: Una Aventura de Altura”.

Llegás al cine llevando a un chico de la mano y cuando salís, el que te lleva de la mano es él. Esto me pasó aquella vez viendo la película “Intensa-Mente”, que te deja pensando sobre el mismísimo acto de pensar y sobre cómo, a lo largo de toda la vida y, en particular durante los constantemente movedizos años del solitario recorrido de la infancia, nuestra cabeza no necesariamente cambia para bien o para mejor.

Entonces, dicen por ahí, que nuestra cabeza cambia para ese asunto de andar sentando cabeza, cuando, es más que obvio, que nuestra cabecita era muchísimo mejor cuando estaba parada y firme y erguida y más cerca del cielo, más up y juguetonamente divertida y, hay que decirlo, también valientemente asustada.

Alegría, Tristeza, Furia, Miedo, Asco, básicamente son las emociones protagonistas de este viaje que propone la película, en donde para la previa, el dúo de directores hizo un casting de veintiséis emociones (¿hay tantas?) y que entre las que se quedaron afuera estaban esas como Orgullo y Esperanza. Y la película te cuenta, con maestría, la historia de una nena de once años, Riley Anderson, que se tiene que mudar de ciudad con sus papis, dejar su casa, su vida y todo eso que era su mundo allá en Minnesota, para irse a San Francisco.

Así y todo, la mayor parte de la película transcurre ahí adentro de su cabeza, en su mente, donde estas cinco emociones​ se las ingenian, como para dirigir los comportamientos de la vida diaria de Riley, además de ocuparse de chequear con precisión, el sistema de almacenamiento de memoria y luchar por estabilizar su desestabilizado estado mental. Como el de uno.

Y mil veces pensé y temblé, en cómo sería una hipotética versión adulta y Extra Large de “Intensa-Mente”. Y pensaba que, capaz, en esa versión pasaría de todo sin que tampoco pase demasiado, y sobrarían las contradicciones y los ahora me gusta pero después ya no, esas irreconciliables diferencias queriendo pasar por alianzas salvadoras. Y todas las casas serían de personalidad explosiva y claro, después aparecerían como demolidas por sucesivas tormentas para que nadie, pero nadie de nadie, pueda recordar aquellos recuerdos permanentes, los importantes. O algo así.

Y claro, por supuesto, aparece de lo mejor de la película, la tristeza, la salvadora tristeza… Y ok, esa Tristeza de “Intensa-Mente” es con toda seguridad, el gran hallazgo de todo este asunto: la idea de que la tristeza (como leí por ahí en donde se dijo que el aburrimiento es, en realidad, hipercreativo), digo, eso de que la tristeza no es algo negativo o algo a lo que hay que tenerle miedo, sino ese lado secreto de la fuerza que, a decir verdad, te fortalece y te deja listo y te prepara para enfrentarte a las alegrías del mundo, que en el momento menos esperado, te sorprenden. Y si, digo esto a esta altura de mi vida.

Y esto no es algo nuevo en la vida de ese gigante llamado Disney (que es socia de Pixar)que, si hacen memoria, siempre se agarró de esta emoción supuestamente bajoneante para sus clásicos dibujitos animados y, si no, pregúntenle a Bambi o a Simba que de eso saben bastante.

Y la verdadera emoción, la verdadera cuestión de “Intensa-Mente” pasa por otra historia. Pasa por ahí. Justamente por ahí es por donde pasa. Y es parte de lo que la semana pasada les contaba, ese lugar más profundo que el espacio exterior y del que se sabe poco y casi nada y a cada rato se le ponen títulos en porcentajes variables de su uso.

Y ahora, para mí, todo es 10 o 20 por ciento, proporción de las coimas y varias mordidas empresariales y ministeriales. Ya saben, se supone: ahí adentro radica la culpa y allá el deseo y ahí lo que te permite oler ese misterioso olor a podrido que cubrió a nuestro país todas estas últimas
semanas y que, probablemente, brota de los juzgados para conseguir abonar a algún posible
presidente.

Pero nadie sabe a ciencia cierta eso de en cuál hemisferio queda ahora la Argentina o cuál es la gracia de esa tontería que es el recién estrenado préstamo extra del FMI o cuál es el éxtasis o agonía que alcanzan algunos con cada Boca-River. Y todo esto no impide que yo tenga perfectamente claro dónde se ubica el miedo a un lamentable, innecesario, pero a la vez posible, estallido social, sea armado por los de siempre o no. Y ese miedo se ubica a lo largo y ancho del 100 por ciento de mi cerebro. De ese órgano que, como el corazón, no siente el dolor pero sí que ayuda a experimentarlo.

Algo tan así como Infantil-Mente, pero a lo bestia, a lo Grandote-Mente y hasta que te mueras, sintiéndote como un nene que no entiende lo que pasa o lo que le está pasando.

Leí en un artículo de la BBC del 2013 que decía que desde ese año y hasta el 2022, el por entonces presidente yanqui Barak Obama, se decidió a dedicar una más que importante cantidad de millones de dólares (esos billetes de color verde, les cuento por si no los recuerdan) decía, dispuso de esa plata para la financiación de algo llamado “Brain Project”.

Y ese proyecto cerebral tiene como objetivo el de “proporcionar las herramientas para obtener una fotografía dinámica del cerebro en acción”. Así nomás.

Y ok, capaz por eso sea que no pasa un solo día sin un colorido nuevo hallazgo en lo que hace a la materia gris y sus derivados. Así que, leyendo aquel artículo, me entero de que los problemas económicos durante la infancia afectan al desarrollo cerebral, como le pasa a Riley en la película; también que ya hay un equipo de gente que intenta controlar su teléfono celular con ondas cerebrales (sí, leíste bien); que en ese famoso primer beso en los labios se junta la información clave del otro muchacho o muchacha, que es inmediatamente trasladada a las alturas cerebrales para ser sensible y sensorialmente decodificada; que se encontró una molécula producida en algún lugar del intestino, y es “la sustancia que borra el daño cerebral tras una borrachera”; que aquella prehistórica aparición del fuego y su uso para cocinar fue fundamental para el desarrollo del lenguaje y la comunicación entre los hombres (de esa manera, pienso al estómago como futuro protagonista de Comida-Mente);
que el área que cobija a los recuerdos musicales es la menos dañada por el Alzheimer
(buena noticia para tantos melómanos como este servidor).

Que todo parece indicar que a nuestro cerebro le “divierte” darnos malos consejos de tipo económico; que otro equipo de científicos desarrolló un modelo matemático que permite predecir el comportamiento de las moscas (y que eso de “cerebro de mosquito” va a dejar de ser una expresión de menosprecio en breve); que sesenta y seis son los días que se necesitan para, con la ayuda
de impulsos de energía, cambiar o borrar un mal hábito; y la lista sigue…

Pero para mí, lo más impresionante de todo, es que un grupo de investigadores lograron traducir las ondas y señales eléctricas cerebrales. Y si, las tradujeron a palabras y frases completas.

Y, pensaba mientras tomaba lo que me queda de Jack, que sería muy triste que esos pensamientos no superasen los ciento cuarenta caracteres.

O quizás, pensando demasiado en lo poco que se piensa, quizás sea mejor así.

Paradójica-Mente.

Ale The Rose

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