martes 23 de abril de 2024    | Nubes 3ºc | Villa la Angostura

Acá, Allá y en Todas Partes

En esta entrega Ale The Rose analiza el disco que convirtió a los Beatles en una banda de estudio y afirma: “es quizás el mejor de sus álbumes y me animo a decir que el mejor de todos los álbumes de cualquier otra banda”
30/11/2018
Acá, Allá y en Todas Partes

Hoy por la mañana, último día de noviembre, mientras ustedes leen esto en DiarioAndino, se cumplen exactamente cincuenta y dos años del día en que todas las personas en Inglaterra estaban escuchando exactamente lo mismo, el mismo disco, ese que habían comprado exactamente el día anterior.

Un disco que tenía un título raro: “Revolver” y una tapa mucho más rara todavía. Y aquellos que por un motivo u otro no lo estaban escuchando, estaban juntando la plata, moneda por moneda, para tener la cantidad exacta del valor del disco y, en lo posible, que les quedara algo para el diario, los cigarrillos y una cerveza. Porque, hay que decirlo, allá lejos, cinco décadas atrás, la salida de un disco de los Beatles era el equivalente al lanzamiento de una novela de Harry Potter, al estreno de alguna secuela de La Guerra de las Galaxias o al lanzamiento de un nuevo Iphone.

Mientras tanto, para variar, al sur de Estados Unidos, la gente muy quemada hacía lo mismo con los discos de los Beatles porque John Lennon había dicho aquello de los Beatles y Jesucristo y quién era más grande. Y ok, los yanquis quemaban discos de los Beatles pero no quemaban Revolver, porque la primera encarnación de Revolver en Estados Unidos se llamaba de otra manera. Se llamaba The Beatles Yesterday and Today, y era sólo en parte Revolver y cuando apareció, dos días después, el Revolver norteamericano tenía tres temas menos que el Revolver inglés pero, al fin y al cabo ardía bajo las llamas perfectamente.  Y tenía algunas canciones de Revolver pero no todas y también  tenía una tapa todavía más rara que la de Revolver.

Y ok, hay que decirlo, Revolver, se llamase como se llamase, como se escuchase aquí, allá y en todas partes, era, sí, un disco muy raro. Y en un libro que se llama “Here, There and Everywhere: My Life Recording the Music of The Beatles”, de un tal Geoff Emmerick , que era nada más y nada menos que el número 2 de George Martin, dijo: “Es un hecho: el día en que salió Revolver cambió para siempre el modo en que los músicos se enfrentaron al hecho de hacer y de grabar discos. Nadie había hecho antes algo así. Todo el mundo sabía que estábamos haciendo ese tipo de cosas. No demoró en correrse la voz. ¡Pero no podían conseguir esos sonidos porque los demás, claro, usaban un grupo de rock diferente! La banda nos incentivaba para que rompiésemos las reglas establecidas y la idea era que cada instrumento no tenía que sonar como el instrumento que era. Tenía que sonar diferente, a otra cosa. A partir de entonces, todos venían y me preguntaban si podía hacer sonar su bajo como el de Paul o su batería como la de Ringo y yo les contestaba que sí, que era muy fácil: bastaba con llamarlos por teléfono y ver si Ringo o Paul estaban dispuestos a tocar en sus discos”.

Y a lo que se refiere este buen hombre es que con “Revolver” los Beatles se metieron de cabeza en la madurez que ya habían anunciado en el genial “Rubber Soul”. Y es lógico deducir de las palabras de Emmerick que, con este disco, se inaugura  también uno de los comportamientos más enfermos del rock and pop que hizo desastres hasta hoy. Y es ese de pasarse días, meses y años completos en el estudio, encerrados y sin salir, complicar y asumir la idea de tardar una eternidad como sinónimo de calidad y genialidad.

Y así fue como los Beatles, en “Revolver”, sonaron a otra cosa. Al hermoso latido mantra de “Tomorrow Never Knows”, a las cuerdas clásicas de “Eleanor Rigby”, a la guitarra mágica de Harrison en “Taxman”, a los ruidos acuáticos de “Yellow Submarine” y a letras que decían cosas oscuras como “yo sé cómo es estar muerto”. Y claro, por ninguna parte, gracias a Dios, se oía aquello de yeah yeah yeah…

Y pienso sin demasiado esfuerzo en 1966 como quizá en el más grande e irrepetible año del rock. En aquel 1966 fueron editados “Face to Face” de The Kinks, “Pet Sounds” de The Beach Boys, “Fifth Dimension” de The Byrds, “Aftermath” de The Rolling Stones, el genial “Are You Experienced” de Jimi Hendrix y la sombra luminosa y larga del “Blonde on Blonde” de Bob Dylan.

Y si, el “Revolver” de The Beatles.

Mientras “A Day in the Life” sigue y seguirá por siempre manteniéndose, con justicia, en el primer puesto de las encuestas acerca de cuál es la mejor canción en todo el catálogo beatle, “Revolver” es quizás el mejor de sus álbumes y me animo a decir que el mejor de todos los álbumes de cualquier otra banda.

 Es compacto, equilibrado, elegante y, sí, también es revolucionario. Y lo cierto es que, por más que en algún momento Harrison lo considerara tan sólo el volumen 2 de un doble fantasmagórico cuya primera parte era el “Rubber Soul” de diciembre del ’65, “Revolver” envejeció mucho mejor por la simple razón de que no envejeció ni un poco. Y en este disco maravilloso pasa de todo y cambian muchas cosas: el sonido se sofistica, la tapa ya no se resigna a la simple foto de la banda, George Harrison prueba ser un compositor tremendo y a la altura de sus pares, Ringo Starr canta una de las mejores canciones infantiles de todos los tiempos, y las preocupaciones y temática dejan de pasar exclusivamente por el amor, o la falta de amor y se agregan el tema de la plata, impuestos, las drogas, la muerte y las incertidumbres sobre futuro.

Y ahí están las canciones, esas canciones tremendas: “Taxman” (con un Harrison muy enojado con el establishment impositivo cuando descubrió lo que tenía que pagar ese año y con menciones puntuales a Harold Wilson y Edward Heath, primer ministro laborista y líder conservador, respectivamente), “Eleanor Rigby” (McCartney estaba seguro de haber inventado el nombre hasta que alguien le dijo que había una Eleanor Rigby enterrada en el cementerio donde se juntaba con Lennon a fumar cosas raras y divagar), “I’m Only Sleeping” (con una guitarra mágica), “Love You To” (primer golpe indio de Harrison luego de meter cítara en “Norwegian Wood”), “Here, There and Everywhere” (“Toda de Paul y una de mis favoritas de los Beatles”, eso dijo Lennon), “Yellow Submarine” (Starr era el que mejor se llevaba con los chicos y no, no está inspirada en pastillas anfetamínicas), “She Said She Said” (escrita después de un tremendo viaje lisérgico de Lennon), “Good Day Sunshine” (McCartney seteado al 100%), “And Your Bird Can Sing” (una pizca de Dylan en la letra más negativa que positiva y grandes guitarras), “For No One” (el genio de McCartney le tarareó el solo de corno francés a Alan Civil y el músico casi se desmaya de la emoción), “Doctor Robert” (¡Los Beatles le cantan a un dealer! Y si, la cosa se trata del Dr. Robert Freymann de Nueva York, habitual proveedor de anfetas a los muchachos), “I Want to Tell You” (“Trata sobre una avalancha de ideas tan difíciles de transmitir o de poner por escrito”, intentó explicar inútilmente  Harrison), “Got to Get You into My Life” (Acá Paul le canta a la marihuana), “Tomorrow Never Knows” (“Quiero sonar como si yo fuese el Dalai Lama cantando desde la cima de la montaña más alta”, le pidió Lennon a Martin & Emmerick. Y está claro que sus deseos eran órdenes).

Y está claro que la locura mutante y líquida de estas canciones les vino desde adentro y de una necesidad de no aburrirse, de encontrar algo que fuera a ocupar el sitio que alguna vez ocupó la excitación de las ya no excitantes giras.

A “Revolver” lo grabaron justito en ese límite: un adiós a la vida en la ruta y un hola a la existencia en esa segunda casa llamada Abbey Road. Con “Revolver” los Beatles dejan de ser una banda de estadio para convertirse en banda de estudio.

Lo primero que se grabó fue el inmortal “Tomorrow Never Knows”: título de Starr, originalmente se llamó “The Void” (o “El Vacío”, cuya primera versión dura 20 minutos y hoy es una pieza deseada e imposible de conseguir) y cruza by Lennon de las enseñanzas del gurú LSD Timothy Leary con El libro tibetano de los muertos. Y queda claro que los tiempos y los métodos estaban cambiando. George Martin deriva buena parte de las responsabilidades en ese muchachito Emmerick que les contaba más arriba y una de esas noches Paul llegó con una selección de sus loops dentro de una bolsa de supermercado y se alinean ocho grabadoras en ocho estudios y las unieron con cables que corrieron por los pasillos y paredes y techos de Abbey Road y tres meses después, tiempo impensado para entonces, los Beatles salieron de ahí adentro, hicieron puntería y dispararon y dieron en el blanco y...ya saben, el resto es historia conocida.

Cincuenta y dos años más tarde,  acá en este sur de los sures, con el buen día brillo del sol, mientras sus aves cantan, a los que sólo estaban durmiendo o viviendo bajo las olas,  a toda aquella gente solitaria, yo quiero contarles, déjenme explicarles cómo va a ser, yo les digo, yo les digo, métanselo bien en sus vidas, ámenlo, les va  a ayudar a entender y a convertirlos en mejores personas, habrá momentos en que todas las cosas que suenan llenarán sus cabezas, no se lo van a olvidar nunca porque mañana nunca se sabe.

Entonces, escuchen “Revolver”.

Acá, allá y en todas partes.

 

Ale The Rose

Te puede interesar
Últimas noticias