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A 60 AÑOS DEL TERREMOTO Y ERUPCIÓN DEL PUYEHUE

"El día que Los Quintupuray del Correntoso jugaron por primera vez"

En este cuento de Lucho Solís, el relato ficcionado de lo que fue aquel partido de fútbol histórico, el 22 de mayo de 1960.
22/05/2020
"El día que Los Quintupuray del Correntoso jugaron por primera vez"

La mirada fija en la pelota.  

La que fue maltratada por más de una hora descansaba toda embarrada,  de un color indefinido, mantenía un delgado equilibrio  sobre una champa de pasto que señalaba el punto penal. El aire estaba helado, el sol no lograba entibiar el aliento agitado de los jugadores.

Levantó la vista, miró la cordillera imponente, nevada, conocida. La recorrió muchas veces buscando nuevos lugares de invernada para los animales. Sabía de su rigor y del respeto que se merece. Su nutrió de su presencia ancestral. 

“Capataz” Quintupuray se quitó lentamente ambos calzados, quedándose plenamente descalzo. Sintió la caricia gélida de la mapu. Recordó alguna rogativa escuchada en un lejano guillatún y la rumeó hacia dentro buscando la fuerza necesaria para afrontar este momento.

Por último miró a los ojos a Héctor, el arquero del Club Angostura, que estaba guarecido bajo el arco construido con obedientes cipreses.

 También lo miraba.

Fuera del área hechos un racimo de camisetas azules y blancas los jugadores del Deportivo Angostura no daban crédito a lo que estaban viviendo. 

Un penal para  los “Quintu del Correntoso” a los 44 minutos del segundo tiempo. La decisión del árbitro era  indiscutible, Juan Matuz partía hacia el arco a enfrentar a Héctor con pelota dominada, luego de una habilitación larga y precisa de Capataz desde casi el círculo central. Cuando estaba a punto de sentenciar el partido con un derechazo, en el instante en que estiró la pierna para patear recibió un cruce fuerte y recio. Arrastró pelota, pierna y tierra. El Flaco Elorga no tuvo otra alternativa que desparramarlo dentro del área. El pequeño Matuz aterrizó espectacularmente sobre la volcánica, ramillándose ambas rodillas.

Ahora el campeonato de la liga de Villa La Angostura y alrededores que el Depo había conseguido, luego de jugar partidos increíbles durante todo el verano,  dependía de un milagro. Porque todos intuían sobre la potencia y precisión  del disparo del número cinco de los Quintupuray. 

 

“Capataz” recibía su apodo por la facilidad que tenía por dar órdenes. Las recibían diariamente sus hermanos que lo apodaron de esa manera. Un sobrenombre que le caía tan bien en la cancha. De baja estatura con piernas fuertes y macizas. Rodillas robustas y pies pequeños. De cara redonda y expresión bonachona, mirada picara. Capataz era el dueño del medio campo, su territorio era custodiado con bravura, firmeza y buen pie. Capaz de extirparle la pelota a cualquier rival, sin importar el tamaño  y habilitar sabiamente a los delanteros con un pase exquisito. 

Mientras tanto, para sus adentros, los jugadores del deportivo maldecían el día en que el viejo José Luis Barbagelata (presidente del club) se fue de boca. 

Unos meses antes estaban en el bar “Pichi Huinca” matando el tiempo con unos tragos, hablando seguramente de lo invencible que es el club y de cómo le habían ganado a los de Dina Huapi a pesar del viento salvaje de esa cancha. Que el seleccionado del perilago eran sus hijos que ni siquiera patearon al arco y se comieron seis, entre otras proezas futbolísticas. Seguramente en un noventa por ciento ciertas y en un diez por ciento alentadas por el vino que venían compartiendo. Cuando llegó al bar, a caballo, proveniente del paraje Correntoso uno de los muchachos Quintupuray. De edad incierta, retacón, pelos tiesos y negros, ojos rasgados y mirada distante.

Pasó por el bar para tomar algún trago que le alegrara el regreso a la margen norte del lago Correntoso donde vive con su familia y muy cerca de los Matuz del Espejito. Había venido encargar algunas provisiones en “La Flecha”. Se aproximaban las primeras nevadas y era necesario aprovisionarse. Saludó tímidamente. Al rato se encontró, como era costumbre en ese entonces en el pueblo, compartiendo la charla y los tragos con don Barbagelata y  sus amigos. Nadie sabe cómo fue, pero en esa tarde de Abril, entre vinos y  algún licor quedó pactado el partido que pondría en juego la copa de Villa la Angostura ganada este año por el Club Angostura. Seguramente se habrá puesto en duda la capacidad deportiva de los del Correntoso y tocado en su orgullo el joven Ignacio Quintupuray debe haber dicho: “cuando quieran y donde quieran, los Quintu ahí vamos a estar… si se animan” (ya por demás envalentonado)

Esa tarde se separaron con el compromiso de encontrarse el domingo veintidós de mayo a jugar el famoso partido. El desafío estaba hecho. Bastaba la palabra. Nada que firmar. Nadie podría volverse atrás. 

Cuando los del club se enteraron del desafío en un principio les molestó. Poner en juego el torneo en un solo partido así porque sí no parecía razonable. Pero tampoco representaba un riesgo el equipo armado por los Quintupuray del Correntoso, si nunca jugaron en el pueblo.

Por otro lado cuando Capataz escuchó de su sobrino lo del desafío que había armado le pareció divertido. El problema es que el reto era al futbol. Si fuera de doma o de pesca o hasta de hacer asados no dudaba de un triunfo seguro. Pero fútbol… ni sumando a los Matuz llegaban a once, tendrían que jugar hasta los peñi. “Pero que va a hacer… recular nunca”. 

Así fue como el club angostura después de coronarse campeón invicto, con Bruno Barbagelata como goleador con 38 goles en catorce partidos y la valla menos vencida habiendo recibido apenas cinco goles. Pusieron en juego su trofeo y también su orgullo ante un equipo totalmente amateur formado por una familia: los Quintupuray del Correntoso.

Así fue como el 22 de Mayo de 1960 a las 13. 30 hs en la cancha del once. Con todo el pueblo instalado alrededor de la cancha se jugó uno de los partidos más extraño del que se guarde memoria en la región. Por un lado el Club Angostura con todos sus pergaminos y experiencia. Vestidos de manera impecable, camisetas a bastones azul y blanco, pantalones azules, medias a rayas azules y blancas. Por el otro un grupo de muchachos que se notaba a lo lejos que eran parientes. Con rasgos comunes, petisos, de pelo negro y lacio, fuertes. No tenían camisetas propias, los rivales les prestaron un juego de camisetas de repuestos que usaban para entrenar color blanco. Había jugadores muy pequeños de edad, los delanteros no parecían tener más de catorce años, en cambio los defensores superaban ampliamente los cuarenta y cinco. Evidentemente una familia dispuesta a defender el honor. 

No es  de sorprenderse que todo el partido se jugara en el campo de los Quintu. Mas del ochenta por ciento del tiempo de jugó en el área de ellos. Fue una tarde fatídica para los campeones, Bruno tenía el arco cerrado, pateó de todos lados sin poder vencer al arquero, siempre algún Quintu se interponía en el disparo. Parecían ser más de veinte jugadores en la cancha. Esa tarde tenían una suerte sobrenatural, cuando la pelota parecía entrar en el ángulo se desviaba como producto de algún efecto extraño o del viento. Lo cierto es que no hubo forma de vencerlos. 

En el entretiempo el técnico del Club arengó a sus jugadores recordándoles que la historia de la camiseta estaba en juego y que sería una deshonra perder un partido de esta naturaleza con este equipo de improvisados. 

Para sus adentros sabia que alguna fuerza sobrenatural los estaba ayudando. No cabía otra explicación. Él mismo escuchó las rogativas en mapuzungun que realizaron los Quintu antes de iniciar el partido bajo un maitén donde se prepararon para el partido. 

Esa idea disparada como una flecha se alojó también en la cabeza de los jugadores. El temor creció y empezó a consumir fuerzas, los disparos salían sin convicción, los pases débiles. El ataque letal del club no pudo batir la valla de don Eugenio Quintupuray que como un gato atajó todo lo que le tiraron. 

Por todo esto nadie podía dar crédito a lo que sucedía a los cuarenta y cuatro minutos del segundo tiempo. 

“Capataz” volvió a acomodar la pelota que se resistía a quedarse sobre la champa elegida. Héctor, el mejor arquero que tuvo el club en toda su historia, por actitud, porque sus movimientos se comparan con la velocidad del movimiento de las alas de un picaflor, se tenía mucha fe. Pero estaba frío no había tocado una pelota en todo el partido. Por momentos charlaba con sus amigos que estaban tras el arco, hasta le alcanzaban un mate para tranquilizar su ansiedad. 

Quince y treinta horas. Capataz tiene decidido el lugar hacia dónde va a dirigir el disparo. Mira por última vez a sus jugadores, encuentra miradas de apoyo. Se encuentra con los ojos de Héctor. Inicia la corta cerrera hacia el balón. 

Él, la pelota, el lago, el bosque, las montañas son uno. 

A la mapu no le importan los huincas, los mapuches, el desafío, ni siquiera el futbol. Decide que es momento de desperezarse y hacerse escuchar.  Se sacude con una desconocida violencia. 

El 22 de Mayo de 1960** será recordado, entre otras cosas, en Villa la Angostura por este fabuloso partido. Además de haberse registrado el movimiento sísmico más grande del que se tenga memoria en la región y el más violento de la historia del mundo. 

No  pudo patearse el penal, la gente corrió a los gritos buscando donde protegerse del movimiento desconocido. La paz tardó en llegar. La noche los encontró  a todos trabajando unidos, juntos. Arreglando los destrozos, buscando los animales asustados, reparando techos caidos. 

Hoy cada vez que se cruzan en el pueblo don Héctor Barbagelata con Capataz Quintupuray se miran nuevamente, mutuamente. Las palabras sobran. 

El Pichi Huinca no existe más, el pueblo cambió, los autos y los turistas dominan el paisaje, el Club sigue cosechando triunfos, los Quintupuray mansos y sabios viven en armonía con la mapu a orillas del Correntoso. 

Ellos con un par de arrugas más, muchas vida en la espalda, saben que tienen algo pendiente. Seguramente lo dirimirán frente a frente, solos, sin público. 

Ellos frente a frente separados por una pelota y rodeados por la Cordillera que con paciencia observa.

Tal vez lo hagan el 4 de Junio del 2011***, a la misma hora, en el mismo lugar.

LUCHO SOLIS

Quintupuray* (en mapuche): “donde se ven flores al pasar” 

**22 de Mayo de 1960 a las 15.30hs Sismo de Valdivia (el más grande de la historia registrado)

 *** 4 de Junio de 2011, erupción del volcán Puyehue que cubrió de cenizas Villa L angostura por meses.

 

Fotos:  Museo Histórico Regional de Vla, del Club Angostura, Miguel Cardenas y Lof Quintupuray

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