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PSICOLOGÍA

El "Desamor", el duelo y la decepción

Con Freud sabemos que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia, lo que podríamos llamar, el desamor, y todas las consecuencias de los duelos y las decepciones amorosas. Por Violeta Paolini.
05/10/2016
El "Desamor", el duelo y la decepción

*Violeta Paolini

Encontré un texto que comparto porque a mi gusto despliega muy bien el tema.

Extraído del texto: LA ERRANCIA DE LOS JOVENES. * Entre la insatisfacción y el desamor.Francesc Vilà C.

Un  asunto acuciante para los individuos y en particular de los jóvenes. Ese problema, con todas las letras, se llama “el desamor”.

Alejandra Eidelberg, en los Papeles del Comité de Acción de la Escuela Una de septiembre de 2005, nos brinda una relectura brillante de la profecía de Max Weber en la orientación de Lacan.

Weber habla del desencanto que producirá el capitalismo con su desarrollo, y todo hace suponer que a comienzos del siglo XXI la profecía weberiana se está cumpliendo. El capitalismo, dice Weber, socavara todo el encanto del mundo convirtiéndolo en “una jaula de hierro” donde la vida transcurrirá como un cuento vaciado de todo misterio y regido por la racionalización burocrática y las leyes globales del mercado.

Alejandra Eidelberg hace un listado de los rasgos que funcionan como normas de la sociedad de consumo actual: eficacia, calculabilidad, predecibilidad, control, esterilización… Esta secularización racional, económica y financiera, no sólo nos ha dejado sin dioses ni profetas, también ha socavado la lógica y las condiciones del amor.

Desde la orientación lacaniana lo recordamos y hacemos votos para seguir trabajando y mostrar la utilidad del psicoanálisis en las nuevas apuestas de la salud mental ante relaciones y vínculos que traspasan el normal caos del amor que Elisabeth Beck diagnostica para las convivencias actuales entre los sexos.

Miller, en su excelente lectura del Gide de Lacan, lista las psicobiografías de algunos frágiles hombres de la letra a partir de la disociación, en sus vidas, del amor y el deseo.

Esta disociación tiene un alcance mayor que la degradación neurótica de la vida amorosa. Perfila rasgos de perversión en el laberinto de la personalidad. Signos de goce que deslibidinizan al Otro y inmixionan la letra en un cuerpo carnal autoerótico. Este cuerpo postmoderno, como tan bien muestra hoy día, está excedido, inhibido o desvitalizado por la inercia, el debilitamiento o el desanudamiento del discurso del inconsciente que produce al sujeto. El traspaso del dominio del discurso del inconsciente al discurso del capital genera un giro a partir del cual proliferan todo tipo de fragilidades del ser y laberintos especulares.

Gide, adelantándose a la época, como un maestro entomólogo, muestra a nivel de laboratorio, con su vida y su obra, algunas facetas del magma de las personalidades postmodernas. Gide revela como su vida se debe no a las consecuencias del ser sino a un frágil, reiterado y compulsivo representar.

La disociación entre el amor y el deseo altera el sentimiento de la vida, desenfoca la imagen de los cuerpos y fuerza las conductas de vínculo con los otros. Esta disociación hace, en palabras de Gide, que “el amor cosa del alma y el deseo de los sentidos” aumente las estadísticas de los múltiples trastornos del narcisismo y de la personalidad.

El desamor empuja al sujeto a realizar destinos del deber y de la voluntad de goce que desenfocan la imagen del hombre y sus condiciones. Este desamor es signo y muestra de un nuevo repertorio de comportamientos.

Este escenario de disociación genera egos diversos a partir de la parcial cuestión del binomio Nombre del padre y Deseo de la madre de la metáfora paterna. En los desequilibrios del sujeto postmoderno queda en entredicho o la deuda de la existencia con el Otro, o el deseo simbolizado y normalizado por el falo.

El viejo Yo ideal freudiano sufre todo tipo de torsiones, presiones y recortes, como si se tratase de las ropas “free” de los mercadillos “outlet”. La imagen no encaja con el objeto o viceversa. Las imágenes ideales de la identidad múltiple se apoyan en deseos desvitalizados o descarnados amores egolatrizan la psicopatología de la vida cotidiana.

También, si no hay suficiente con lo precedente, Miller trae a colación un pasaje subrayado por Delay en las “Nourritures terrestres” de Gide. Miller introduce un listado complementario, el discurso de los mandamientos: los mandamientos de la muerte, los mandamientos del superyó, los mandamientos de la palabra vacía…

Esta, quizás, sea la lectura “psi” del fenómeno de la destrucción de las estructuras colectivas. Hablamos de una fragmentación que afecta de manera generalizada al binomio constituyente del sujeto y produce desamor por disociación del Nombre del padre y del Deseo de la madre.

 Desde la denegación. O por el lado del deseo de la madre.

Lacan se suma a la visión weberiana, considerando que el amor puede desfallecer arrastrado por la denegación de la imposibilidad y la diferencia. El gran lema de la coartada científico-capitalista es vociferar que nada es imposible y que toda relación es, en su corazón, mercantil e igualitaria.

Si miramos con detenimiento este gran lema hecho en dos tiempos -primer tiempo: “imposible is nothing”; segundo tiempo: la mercancía es más que la nada vital del sujeto-, descubrimos, no sin cierta sorpresa que, como psicoanalistas, podemos hablar con propiedad de la verificación de los goces que este lema imperativo, propuesto para todos, produce en las mentes postmodernas. Podemos analizar los estragos que un lema así genera en las mentes de una época. Desde el psicoanálisis aportamos luz a la salud mental sobre los goces y padecimientos emergentes para el individuo solo y libre. Seriamos los padecimientos estándar a partir de la denegación de la castración y sus consecuencias tanto en los avatares del amor como en los encantos y señuelos fetichistas de los objetos de consumo.

Lacan indica en el Seminario Aún, que sólo si el hombre puede decir que no a la función fálica, consintiendo así a su castración, podrá acceder al cuerpo de una mujer y hacer el amor. Este acto de amor, como castrado, es distinto del acto de amor perverso que no incluye la alteridad pues en él se goza autoeróticamente del propio órgano mediante el recurso a objetos variados… La denegación de la castración introduce al sujeto en un circuito cerrado, desvitalizado, establecido en “cercados de vida” compulsivos y reproducibles, donde la alteridad es sustituida por la autoreferencia corporal, la mercantilización de las relaciones y el continuo consumo de objetos. Estos cercados de vida libran al sujeto, situado entre la mortificación y el erotismo masturbatorio, a un mundo dispuesto para el goce del idiota y del inocente. Quizá algo de esto tenga este nuevo mundo del infantilismo generalizado.

Quizá nos toca, para desdramatizar el retorno apocalíptico del futuro, decir que no todos los jóvenes están locos, aunque de conductas de riesgo y enloquecedoras estemos hablando cuando los efectos del desamor hacia los jóvenes, por cobardía, insatisfacción, indiferencia, desorientación, abandono… muestran errancias vitales preocupantes.

Los goces y padecimientos emergentes esbozan el borramiento de los límites entre las estructuras clínicas clásicas, por la eclosión de síntomas híbridos. Estos síntomas híbridos describen la proliferación de nuevos malestares del cuerpo y del ánimo en la civilización, la multiplicación de trastornos de conducta, la banalización de la violencia, el suicidio y la diversificación de consumos de riesgo. Y tienen como característica importante que son resistentes porque conjugan inercia de goce y falta de confianza en la palabra.

Un más allá de los diagnósticos estandarizados, de las técnicas conductuales, de los programas genéricos o de la química estética o redentora. Más allá de los semblantes de la función científica o de los ideales de la autoridad y de la ley, están la función del padre y el deseo de la madre para introducir la diferencia sexual y consentir el goce al amor. De eso sabe el psicoanálisis.

 * Psicóloga-Villa La Angostura

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