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RELATO

"La borra de café"

Jorge "Filu" Arakelian relata parte de la historia de su familia armenia. Hoy se conmemora 103 años del genocidio armenio de Turquía.
23/04/2018
"La borra de café"

"LA BORRA DE CAFÉ"

Mi abuela como tantos llegó al país escapando de la guerra, la 1ra, también del hambre, las persecuciones religiosas y políticas, escapando del horror. Vivía en las montañas que separan Turquía de la Unión Soviética, era una adolescente en ese entonces...vivió en Estambul, cocinando y acompañando la orquesta de mi abuelo durante unos pocos años felices. Una nueva ola de odio los empujó a Salónica en Grecia, donde nació mi madre, pero esto será parte de otra historia.

Embarcaron a Marsella, por esos años puerto de inmigrantes y el refugio mas hospitalario para los nadies del mundo que buscaban trabajo, sobrevivir y algún futuro. Allí convivían como vecinos, árabes, turcos, rusos, armenios, judíos...quienes paradojalmente se mataban entre sí en distintos lugares del mundo, y aquí convivían pacíficamente. Los igualaba el horror, el desarraigo, los sueños...

La noticia de un barco que partía de Cheburgo hacia América llenó de ilusiones a la familia, la Tierra Prometida, un lugar donde los sobrevivientes imaginaban un futuro posible... 

América era desde sus miradas Norteamérica, Nueva York, Chicago, Filadelfia, los lugares elegidos por la diáspora de armenios, familiares y paisanos con casas y trabajo, con las manos abiertas, las miradas limpias y el corazón inmenso...

Un par de valijas de cartón piedra, el estuche del acordeón, y varios nudos en la garganta, asi embarcaron mis abuelos, con una niña, mi madre, sin una sola palabra en inglés, una ilegible dirección en Niágara Falls, y un puñado de billetes viejos que con el tiempo descubrieron que no tenían ningún valor de ese lado del océano...

Annik, así se llamaba mi abuela, resistió mejor, incluso sonreía con candor en los peores momentos, mi abuela llevaba un tesoro invisible, valioso, intangible, ella podía ver más allá, ella leía la borra del café, sabía lo que otros jamás podrían aprender, analfabetos eran los demás. 
Como si se tratara del Descubrimiento de América, nadie parecía conocer el destino exacto de ese barco.

Después de 3 meses de navegar, atracaron en Montevideo. Poco tenía que ver con lo que imaginaban que sería Nueva York, Chicago ó Filadelfia. Como pudo, mi abuelo logró entender que se trataba sólo de una escala, el barco se dirigía a un nuevo puerto, allí donde seguramente los esperaban sus primos, sus paisanos, su futuro...

Como una frase poco feliz, una broma de mal gusto ó un capricho del destino, recalaron en Buenos Aires, final del viaje, humedad, frío, un idioma extraño y ninguna tabla donde agarrarse...

Según me cuentan, a pesar de ese comienzo de pesadilla, mi abuela no tenía miedo, lo creo, ella sabía, ella veía lo que otros jamás podían siquiera imaginar...ella no hacía ningún esfuerzo, solo sentía...

Annik nunca fué a la escuela, no sabía leer ni escribir, no conocía bien ningún idioma, se comunicaba con muy pocas palabras y muchos silencios, su idioma era una extraña mezcla de armenio, turco y argot de la gente pobre del Cáucaso. Con tan poco contuvo afectivamente a todos, los que fueron llegando eran adoptados naturalmente por ella, inundaba de paz todo el entorno, lo mas cercano a la felicidad que conocí era su sonrisa suave, tímida, esa sonrisa logró apagar todo el dolor de un pasado tan triste, con un amor de otra clase, de otro orden...

Con nada de lo que se conoce como cultura, era la mas consultada por la familia y los vecinos, tomaba las manos y escuchaba en silencio nuestros dolores del alma, los conflictos amorosos y los negocios fallidos, cerraba los ojos y en voz muy baja comenzaba lo que parecía un rezo, una plegaria, incomprensible desde el lenguaje, mientras desde sus manos nos recorría un viento, como una corriente fresca y suave de alivio inmediato, inexplicable y placentera. Aveces caía una lágrima inmensa de sus ojos, recorría sus mejillas de papel, y su voz se hacía mas profunda e incomprensible.

El ritual de lectura de la Borra de Café escrito así, con mayúsculas, era una cosa seria, sacramental, vedada a los niños, reservada a los adultos. Aprendí que esa ceremonia no era inocente, conllevaba riesgos y designios que se cumplían, inexorablemente.

 Sólo una vez, a pedido de mis padres y en presencia de ellos (se trataba siempre de un rito privado), aceptó leer mi borra de café. Yo tendría 15 ó 16 años, y recuerdo perfectamente las circunstancias que desembocaron en esa situación, estaba enamorado de una mujer algo mayor que yo, era la más hermosa de mis primas... Casi un incesto en esos tiempos y yo con una exhaltación nada prudente, mucho menos culposa, casi burlándome del escándalo que provocaba. 

Tomé mi "café a la turca" despacio, con temor, estaba a punto de ser desnudado, peor aún, una virtual castración era lo mas suave que venía a mi mente. Rogaba que el "dibujo" de la borra me fuera favorable, pero intuía que los juegos prohibidos con mi prima tenían los días contados.
Tras una lectura minuciosa de mi taza, mi abuela retiró a mis padres hacia un rincón del comedor para hablar a solas, ahí quedé yo, solo en la mesa del living con mi taza ya vacía de secretos, como un túnel oscuro donde se perdía mi historia de amor.

Nunca supe que hablaron mis padres con mi abuela Annik, pero esto es lo último que recuerdo de ella, me abrazó muy fuerte y sentí que se había arrepentido de haber aceptado ese pedido, como que me había traicionado. Por primera vez no la ví sonreir y su paz no me alcanzó, yo la perdoné pero ella nunca se perdonó.

Abu, no se que habrás visto en mi taza de café, quiero que sepas que mi prima tuvo muchos hombres y yo no fuí ninguno de ellos, me sigo enamorando hasta el dolor, nadie volvió a leer mi taza de café, sólo extraño que no estás para tomarme de las manos y derramar una lágima inmensa para mi.
                                                                                                                      

Jorge “Filu” Arakelian

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