viernes 19 de abril de 2024    | Nubes 5.6ºc | Villa la Angostura

Atracción Fatal

En esta columna, Ale The Rose se inmiscuye en temas astronómicos: choques de galaxias por la mutua atracción gravitatoria, agujeros negros, soles que se apagan, y una realidad tan oscura y apasionante como la Argentina
23/11/2018
Atracción Fatal

“Che, ¿qué pasa? ¿No hay nota esta semana? ¿Dónde estuviste que no escribiste por tantos días? Ale: ¡eso no se hace…!” Esos son algunos de los mensajes que llegaban al celular por estos tiempos en los que anduve por acá y por allá.

Y lo siento mucho por aquellos otros que, felices, pensaron que este “The Rose”, que escribe tanto de música y sobre de los rincones más remotos del universo como si supiese, digo, lo siento en el alma por todos ellos que ya estaban festejando porque tal vez me habría ido para no volver a esta columna en el diario. Pero bueno, les quiero comunicar a ustedes, inocentes y frágiles criaturas de este mundo, que nunca nada ni nadie se va del todo y que casi todo y casi todos permanecemos de alguna manera. Y lo que alguien alguna vez fue, siempre va a tener consecuencias en quien ahora es y en quien mañana será. O algo así.

Y ok, así con esta onda, espíritu, actitud o como quieran llamarlo, acá estoy para ponerme y ponerlos al día con lo que anda dando vueltas. Y vale aclarar, que es tanto lo que pasó en apenas unas pocas semanas que la tentación de decir “che, acá no pasó nada” es tan grande pero bueno, la verdad en vivo y en directo es que pasó de todo.

Hay como un aroma raro en el aire, una velocidad diferente del viento y por la calle, una mirada muy particular en la cara de todos. Fines de Noviembre y volver a empezar. De regreso del supuesto oasis que, finalmente, resultó ser el espejismo del último fin de semana largo del año (no vale contar el próximo de Navidad).  Apenas una pausa, cumpleaños incluido y vuelta a dar vueltas, a seguir. Y nada cambió demasiado. La única diferencia es la lluvia larga y gris y ese absurdo frío que no se quiere ir de los alrededores del paralelo 42. Y estas ciudades del sur, junto con el país todo, arrastrándose en cámara lenta hasta fin de año, como uno de esos juguetes con pilas a los que, inevitablemente, se les van agotando, diga lo que diga ese insoportable y cocainómano conejito de Duracell. Y entre todas estas cosas ahí vengo, acá estoy, después de que en las últimas semanas me tomé un respiro para poder tomar aire singularmente como persona, arquitecto, músico, escritor, personaje de radio y lector de mis mismas notas, lejos de toda realidad irreal y coyuntura público – privada pero, tengo que decirlo, ya pensando en volver a irme.

Porque convengamos que en muchos órdenes, está más que claro que los tiempos que se aproximan no serán de los más sencillitos justamente. Porque las grandes explosiones coincidieron con un último semestre, de actividades tanto frenéticas como inconcebibles y en el medio de esto escuché varias veces eso de “Argentina es demasiado grande para caer”, lo que me hace pensar que no significa otra cosa que la Argentina puede caer bien a lo grande. Y ahí estuvieron los olímpicos saltos ornamentales del dólar, el siempre ocurrente y demente Mister Trump, el cada vez más avanzado número de nenas secuestradas y asesinadas por sus padres, tíos o cualquier otro “ser” más o menos familiar, la aparición del ARA San Juan, la enfermedad general por una final entre Boca y River como si la vida fuera en ello, la ciudad de Buenos Aires sitiada por la reunión de los líderes mundiales del G20, el PRO sin tener muy en claro para donde ir y el Peronismo tampoco pero al canto de: “todos unidos volveremos” sabiendo perfectamente para qué quieren volver y por algún otro lado del mundo alguien que entra a alguna parte con cuchillo en alto a los gritos fanáticos de “¡Allah es grande!” pero nunca precisando sus medidas exactas y digo: basta de farsa…

Decido jugarme el todo por el todo y apostar a la grandeza telescópica y cósmica de insondables noticias nuevas. Y entro al sitio de la National Geographic y ahí está una de esas nuevas que algún lugar de mi ser siempre está buscando. Y allá voy, con decisión. El titular no deja lugar a ningún tipo de dudas y pónganse los cinturones de seguridad: la Vía Láctea va a chocar de frente con su vecina, la Galaxia de Andrómeda.

Así nomás.

Y menos mal que para mi cumpleaños un Jack Daniel’s apareció para calmar mis nervios y  abstinencia. Un poco más tranquilo, después de un buen sorbo, sigo leyendo. Y la cosa va a ser más o menos así: el choque, según ese ojo que todo lo ve del Telescopio Espacial Hubble, va a ser dentro de 4.000 millones de años. Tiempo suficiente como para que la Argentina cumpla con el límite de déficit impuesto por el FMI, pienso, y después de otro trago me doy un cachetazo, porque no me puedo permitir desconcentrarme y regresar a las pavadas de civilizaciones primitivas. Ahora estoy para otra cosa, estoy para cuestiones más grandes, inmensas. Y según voy leyendo, el choque va a ser un espectáculo digno de contemplar: la Vía Láctea se la va a pegar de frente contra la Nebulosa de Andrómeda y, después de 2.000 millones de años más, se fusionarán decantándose en una única galaxia que bien podría llamarse La Vía Andrómeda o La Nebulosa Láctea o algo así. Y, acto reflejo, no puedo (ni quiero) dejar de imaginarme a mí mismo, ahí mismo: la piel y el alma curtidos por los milenios, cruza del Eternauta con David Bowman contemplando toda esa inmensa luz y magia celeste cortesía de un sujeto volador no identificado al que muchos insistimos en llamar Dios.

Y la lectura sigue: “Las dos galaxias están aproximándose debido a la mutua atracción gravitatoria que ejerce la materia, incluida la materia oscura que rodea a una y a otra”. Y tuve que pegarme otro cachetazo, porque inevitablemente tuve que hacer un esfuerzo para no compaginar eso de “materia oscura” y la falta de “mutua atracción gravitatoria” con lo que viene sucediendo en varios matrimonios y parejas de estas épocas modernas.

Y ok, consciente de que estoy de regreso en el presente terrestre, me pongo a leer lo que piensan los lectores de semejante noticia. Y no deja de sorprenderme, o capaz que no, la cantidad de comentarios al pié de la nota, aludiendo a cualquier cosa. Pero así y todo unos pocos se preguntan si el presupuesto para la investigación científica no debería concentrarse en cuestiones más cercanas y terrenas a nosotros como, por ejemplo, encontrar algún antídoto para todos los males de este mundo que nos acompañan desde milenios. Y si, puede ser necesario y cierto. Pero sea como fuere, aquí y ahora, debo confesar que sigo prefiriendo este tipo de descubrimiento al hallazgo de alguna nueva cuenta del primo, yerno o chofer cercano a Moyano, Cristina o Macri, en la bóveda más negra que celeste de algún banco extranjero.

Pero nada de eso me importa ahora. Apenas ruido absurdo en la tele, en la web y en los muy finitos 140 caracteres de las redes sociales. Lo que necesito en cambio, mientras espero la llegada del milagro inesperado, es continuar en ese lugar donde nadie te va a oír gritar. Porque no es lo mismo perder la esperanza que ganar con la espera. Y flotar ingrávido, en paz y sin dolores raros en el pecho, como si algo fuese a salir de ahí dentro. Lo que quiero es más materia sideral y menos griterío terreno. Y no me cuesta mucho encontrarla, porque para eso está ese otro buscador como el Hubble pero llamado Google. Y debo confesar que dedico una buena parte del día apuntando el telescopio de mi descontento y práctico presente hacia la teórica e inabarcable felicidad de mi futuro de años luz. Y ahí está lo que andaba buscando: Imágenes reales de galaxias impactando unas con otras por ese asunto de mutua atracción fatal. Y también el espectáculo voraz de un agujero negro devorando una estrella en tiempo real y si bien no entiendo del todo de lo que ahí se dice y se muestra, me gustan las imágenes. Me tranquilizan. Son como postales de pura verdad absoluta, algunas de las piezas sueltas del rompecabezas de un gran plan que, en este caso, evidentemente sí funciona, lejos de acá, lejos de todo, lejos de todos.

Anoche, por primera vez en mucho tiempo, contando millones estrellas en lugar de ovejas, dormí bien y profundo. Tan profundo como el inconmensurable espacio que me rodea y no como el limitado y limitante entorno que me asfixia. Mientras tanto, ahí fuera, nuestro sol se extingue, sin apuro pero sin pausa. Y ok, no está oscuro todavía, pero falta cada día menos.

No importa, no hay problema, no se preocupen, porque no vamos a llegar a verlo.

Porque ya no llegamos ni a fin de mes.

 

Ale The Rose

Te puede interesar
Últimas noticias