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ESPECIAL PARA DIARIOANDINO

"Encierro"

Ale the Rose vuelve a sus columnas en Diario Andino y en esta ocasión reflexiona sobre este “año ciclotímico y que va a marcar un límite entre lo que fue y lo que será”. Esuchálo este sábado de 10 a 13 por FM Andina 97.3
18/04/2020
"Encierro"

Acá estoy…

Y ahí vine y acá volví ¿Qué hice y dónde estuve? No creo que le importe a alguien. O capaz que a alguno sí. Sea como fuere, digamos hasta ahí nomás, que Ale The Rose anduvo por ahí, por allá y ahora más que nada, por acá entre paredes, yendo de la cocina al comedor…y viceversa.

Y repito lo que dije alguna vez: lo siento por todos aquellos quienes ya estaban felices pensando que me habría ido de este espacio en Diario Andino para no volver jamás. Para todos ellos y para aquellos que esperaron incansables nuevamente mi presencia por este medio, les digo que nunca nada ni nadie se va del todo. Y menos ahora.

Sino pregúntenle a nuestras clases gobernantes.

A todo esto, desde un tiempito a esta parte, cuando me preguntan cómo estoy (y no se vayan a creer que me lo preguntan seguido, porque la verdad que muchos ya no preguntan esas cosas) lo que debería responder es: “Estoy fragmentado”. Porque, me parece, suena mejor y más interesante que “Estoy hecho pelota” o “Estoy tan cansado” o cosas parecidas que repito a cada rato. El “tiempito” ese al que me refería es ese que va desde el nacimiento de mi hija a estos días y noches ya casi un año después. Jornadas en las que camino entre escombros de esta virósica realidad nacional y mundial y me detengo de tanto en tanto a observar fragmentos de mi ser y los de otros. Aquel que fui, este que soy, aquel otro que me orgullece como es y, definitivamente, aquel que no quiero ser jamás, y que de ninguna manera podría ser.

Mientras tanto ahí arriba se juntan más y más nubes. Oscuras y comprimidas. Y un día hace frío y al otro calor y al otro el viento es escandaloso y así va a ser la cosa parece porque, pronostican, (ya está siendo) un año ciclotímico y que va a marcar un límite entre lo que fue y lo que será.

Con semejante espíritu y actitud, acá estoy para reiniciarme en esta escritura y ponerme al día. Y, dios mío, es tanto lo que pasó en apenas un puñado de meses que la tentación de decirme a mí mismo “ale, no pasa nada” es tan pero tan grande. Pero, ok, la verdad es que entre tanto desastre diario pasó y pasa de todo un poco. Y es tan difícil esto de la realidad que mejor escuchar música, comer, hacer radio desde casa, comer, ver alguna serie en Netflix, trabajar algo desde la compu, seguir comiendo y obviamente, pasar el mayor tiempo posible con mi nena. En casa, encerrados.

Será este asunto vírico y esto de ser padre que me tiene así. Hasta a mi botella de Jack le resulta extraño mi comportamiento más conservador. Porque a ver, soy primerizo y veo y escucho tanta barbaridad de padres a sus hijos, incluso en cuarentena, que asusta. Y si, ok, la cosa no es nueva y viene desde el principio de los tiempos. Por ejemplo aquel Saturno devorador que pude ver en el Museo del Prado alguna vez, o Jehová pidiéndole a un tal Abraham que le pruebe su fidelidad sacrificándole un hijo y, después claro, dándole a Jesús el trabajito ese de que suba a la cruz y ya saben el resto, eso de: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.

Hace no mucho más de un mes (algo así como una eternidad por estos días) uno andaba por la calle haciendo una vida casi automática, yendo de la casa al trabajo. Hoy no para de sonar en mi cabeza esa canción de principios de los ´70 de Lennon llamada “Isolation” (aislamiento) donde profetizaba “Tenemos miedo de estar solos”. Y claro, Charly también lo dijo: “sientes el encieeeeerro…” como ahora, moviéndonos por los pocos o muchos metros cuadrados que cada uno tenga. Yendo de la cocina al baño o a la cama o al jardín (en el mejor de los casos) cual explorador, reconociendo y redescubriendo su propia casa. Todo parece nuevo pero familiar. Y la tele prendida donde aparecen balcones de Buenos Aires llenos de gente porque claro, es lo más parecido a salir del encierro. No importa a qué…si a aplaudir a médicos o a pedir con cacerolas que los políticos se bajen los sueldos o a desafinar cantado/gritando el himno o tocando el violín. Y hoy no sé si es lunes o jueves ni qué hora es y ok… tal vez, la única solución, sea la de ir en busca de otro planeta al cual  enfermar. Ponele.

Y así las cosas. Ahí estoy, apenas uno más de los 5000 millones de personas en este planeta jugando a una especie de Gran Hermano con la esperanza de ganar el concurso, que de premio especial tiene el título de ser Sobreviviente. Si es que ganás. Y no es fácil la cosa, solo con percibir que los nombres de los días de la semana se me hacen raros, como apellidos extranjeros. Y respecto al humor tengo que admitir que cambia varias veces en 24 horas como si fuese el precio del alcohol en gel. Y de reojo miro la tele y un desfile de titubeantes especialistas (con suerte) conjeturando acerca del Covid-19, con esas hipótesis chinas utilizando el potencial como bandera en cada: "podría", creería", "supondríamos", "quisiéramos". Y claro, nunca faltan los tv-psicólogos aconsejando ya no sobre los desastres que causa el virus coronado sino sobre las fobias al encierro y proponiendo manualidades varias como tejer al crochet o aprender latín. Sea como fuere, no se deja de repetir eso de “se vienen los días más duros-difíciles-terribles-tremendos, etc, etc”. A lo que se me ocurre preguntarme si los tremendos días a los que se refieren nunca terminarán o es que no van a dejar de llegar. No sé. Estoy verde, no me dejan salir…

A todo esto la vice presidenta?...bien gracias, no?

Y no puedo dejar de soñar o imaginarme el día después. En el cómo será todo allá afuera si es que alguna vez nos dejan salir de acá adentro. ¿Será verdad eso de la catarata de nacimientos y divorcios? ¿Y habrá laburo para la cantidad de gente que dejaron en la calle empresarios que no quieren perder ni un mango? ¿Y cómo cuernos se las va a arreglar el tío Alberto para cumplir promesas y compromisos tomados? Ya nada será lo mismo.

Cuando vuela, si es que vuelve algún día, la normalidad ya no va a ser normal.

Y me pregunté muchas veces estos días y noches (el insomnio es parte de nosotros) cuantos ya se habrán vueltos adictos a esta historia extraña y después la extrañen y elijan quedarse en ella, en pijama, sin afeitarse, descalzos…en casa. Entrando y saliendo del mundo Netflix para vivir en un mundo de película decidiendo que seguir viendo o que dejar de ver. Ver o no ver, esa es la cuestión.

Prefiero ver a mi hija. Y debe haber una razón por la cual la miro como la miro cuando al fin se duerme y la luz ya está apagada. Y creo que esa razón es que si está despierta difícilmente pueda soportar la intensidad de esa mirada tan…posesiva sería la palabra. Posesiva y liberadora a la vez, mostrando su amor sin límites, su eterno agradecimiento y también, viviendo lo que estamos viviendo, el terror por todo lo que pueda llegar a pasarle a esta pequeña grande y por lo tanto, a este grande pequeño. Porque ya lo escribí en una nota antes de que nazca Ludmila, los padres y los hijos son lo mismo (ahora lo puedo decir con total certeza). Juntos hasta que la muerte los separa y proyectándose desde el pasado hasta toda la eternidad.

Así la miro ahora a ella. Y una vez que terminó el último noticiero de la noche, otra vez la cantidad de muertos y ya no solo adultos mayores, sino más jóvenes y algún niño. Y ya no sé a quién señalar con el dedo, si al culpable directo e invisible o a los responsables indirectos y bien visibles.

Y sin importarme que esté dormida entro al cuarto y prendo la luz. Y la levanto de la cuna despertándola y la miro y la abrazo fuerte. Muy fuerte. Y me importa un cuerno que no le guste y se moleste, no la pienso soltar. Sentado en el piso del cuarto, abrazo a mi hija para no caerme.

 

Ale The Rose

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