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A 9 AÑOS DE LA ERUPCIÓN

"Crónicas Volcánicas"

Nuestro escritor local, Diego Rodríguez Reis trae el recuerdo de aquellos días de junio en el que la vida de los angosturenses dio un giro de 180 grados.
14/06/2020
"Crónicas Volcánicas"

Por Diego Rodriguez Reis*

“La gente le mandaba 

poemas y muestras de ceniza volcánica…”

Susan Sontag, “El amante del volcán”

Junio, Sábado 4. Día 0. Todos hablan del volcán: en la calle, en la radio, en la televisión. Todavía no sabemos si nos afectará, eso depende del viento. A la tarde, vemos una nube negra sobre Bariloche: parece posarse allá, lago de por medio. Pensamos que zafamos, que el viento la llevará lejos.

Oscurece, empieza a lloviznar. Una lluvia liviana. Se escuchan truenos, relámpagos, vemos tras las cortinas el resplandor de los rayos.

Antes de acostarnos, salgo y descubro que ese ruido que pensábamos que era la llovizna, son en realidad piedritas volcánicas. Ya se elevan a veinte, treinta centímetros de altura sobre el suelo.

 

Junio, 5. Día 1. Relampagueó toda la noche. Los truenos no dejaron dormir a nadie: ni a nosotros ni a los nenes, que lloraban nerviosos. Qué difícil intentar dar tranquilidad en medio de una situación así. Cómo es posible dar lo que no se tiene.

Vimos algo impresionante, insólito: rayos que atravesaban el cielo de oeste a este, justo sobre nuestras cabezas. En la radio dicen que es a causa del calor producido por la nube del volcán, que calienta demasiado la atmósfera.

Fuera de estas explicaciones científicas, nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar.

 

Junio, 8. Día 4. No hay luz ni calefacción. Tampoco hay agua: la ceniza volcánica, dicen, tapó las tomas de los arroyos.

Prendemos el horno, escuchamos la radio a pilas. Un tipo dice  (justo antes de que su voz se interrumpa y nos invada el silencio) que la ceniza tiene silicio o algo así, que está haciendo cortocircuito en los transformadores eléctricos.

Un camión cisterna nos pasa a dejar el agua. Prendemos velas. Para dormir a los nenes, les leemos cuentos y les cantamos canciones. Me siento como viviendo hace cien, doscientos años, en la Edad Media.

 

Junio, 10. Día 6. Tuvimos que limpiar los techos, ya que podían venirse abajo. Nos tomó todo el día. Ahora la lluvia es una ceniza fina, finísima. Bajo esa llovizna trabajamos, con barbijos o pañuelos tapándonos bocas y narices. Un trabajo silencioso. No había voces: sólo se oían los ruidos secos, tristes de las palas.

Hace mucho frío en la casa. Seguimos sin luz. Vamos un rato a Bariloche. Allá la nube es menos densa. Necesitamos respirar, ver más allá de los diez metros que nos permite esta pared continua de ceniza.

 

Junio, 28. Día 24. El domingo volvió la luz, llegó un transformador de Neuquén, dicen. Buscan el modo de resguardarlo de la ceniza. Vemos televisión. Necesitamos algo de normalidad. 

Llueve. La lluvia (líquida, de agua) es una bendición. Se mezcla con la ceniza al caer, pero el aire es más puro. “La lluvia borra la maldad”, dice una canción del Flaco.

Pero acá no hay maldad. Esto es la naturaleza pura, impredecible, inexplicable.

 

Julio, 10. Día 36. Hay noticias nuevas del volcán. Disminuye su actividad. La columna está a 2 km. de altura, a veces baja, a veces sube, pero está en descenso. No hay forma de saber cuánto durará la erupción, dicen: un mes más, seis meses, un año.

Hay un silencio raro. La ceniza lo opaca todo, aún el sonido.

 

Agosto,  27. Día 53. Hoy escribí este poema: 

 

“Miré tanto, tantas veces

el cielo, las nubes, los árboles

y creía conocer bien

todas esas cosas.

Pero ahora

cierro los ojos

y no soy capaz de formarme

una imagen clara, propia de ellas.

Sólo veo

la palabra árbol,

la palabra nube,

la palabra cielo...”

 

Todavía no tiene nombre.

 

Septiembre, 11. Día 68. Varios días de sol. El viento está llevándose la nube al Oeste. Eso sumado a todos los días de lluvia da como resultado un paisaje limpio, hermoso. La erupción del volcán parece un mal sueño, aunque sabemos que basta que cambie el viento para que nos vuelva a caer encima como una cachetada de realidad.

Mañana cumplo 32 años. Ceci, mi mujer, prepara una torta. Mis hijos, Iván y Nicolás, toman la leche. 

La vida, las cosas cotidianas: eso que nos mantiene vivos.

 

Octubre, 13. Día 100. Cien días del volcán. Yo sé que esto no es una tragedia, que no murió nadie, que está lejos de ser una catástrofe y que hay lugares del mundo en los cuales hay gente que está muchísimo peor. Pero este volcán ya podría parar. Estamos un poco cansados.

 

Diciembre, 18. Día 166. Día de sol maravilloso. A una semana de la Navidad. Dicen que ya se fue mucha gente de la Villa, que esto va para largo. Ya no sé si creerles a esos pesimistas. Son los mismos que decían que recién volveríamos a ver verde después de cinco años, y bastaron un par de lluvias grandes para que el bosque volviera a brillar.

 

Enero, 2. Día 181. Son raros ya los días en los cuales se ve la nube volcánica.  Los diarios dicen que la columna no llega a los 500 metros, no alcanza a pasar la Cordillera. La ceniza que vuela es la que remueven los camiones, que vienen trabajando desde que estalló el volcán. 

Cada tanto, el viento parece traer la nube de vuelta, lo cual nos trae a la memoria física, al cuerpo, resabios del volcán. Pero siento optimismo en la gente. Los veo seguir, fuertes: nadie deja de trabajar, nadie deja de hacer cosas. 

 

Abril, 1. Día 271. Falta un mes y medio para el Aniversario de la Villa. La gente habla también de organizar una fiesta para cuando el volcán se apague definitivamente. Qué llegara primero, me pregunto. Hace tanto tiempo que no vemos ceniza y la Villa se ve tanto como la Villa de siempre que a veces me cuesta creer que todo lo que pasó haya sido realidad, que no haya sido una pesadilla colectiva. Mis hijos, pienso, con sus dos añitos, nada recordarán de esto, será para ellos la historia del volcán que nosotros les relataremos hasta el cansancio.

Y a mí, qué me dejó todo esto, pienso. Que me ha quedado de todos estos días, de este casi año, pienso. 

Un poema, un frasquito con la ceniza volcánica del primer día y la experiencia (fuerte, duradera, imborrable) en la memoria.

Diego Rodríguez Reis

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