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MEMORIAS

La historia de Jean Pierre: La experiencia en el transporte lacustre y las primeras carreras de Motocross

Entre las actividades que realizó en Villa La Angostura, también figura en la lista su paso por el "Pelícano". Conocé cómo era el comercio en la década del `60, las carreras .
30/01/2021
La historia de Jean Pierre: La  experiencia en el transporte lacustre y las primeras carreras de Motocross
Papá y mamá Groverman.

En noviembre 1965, mi hermano Michel llegó por primera vez a Argentina. Lo fui a recibir en el aeropuerto de Buenos Aires. Pasamos por Mar del Plata a retirar el motor Fiat, para luego enviarlo a Bariloche. Michel conoció así el famoso balneario argentino. También, me hacía falta una caja marina con marcha adelante y marcha atrás. Nelo Garagnani me vendió  este elemento indispensable. Me quedaba armar todo eso en el Pelícano. La operación no era cómoda, la sala de máquina se encontraba abajo de la cabina y tuvimos que desarmar un tabique estanco entre la bodega y la sala de máquina para entrar el motor. Un viejo mecánico portugués de Bariloche (Margarido) realizó con dos cardanes de camión el acople entre el motor y la caja de cambio.

El paso de la hélice no era lo ideal, la velocidad de la embarcación era de solamente 15 km/hora, pero con excelente seguridad. Me faltaba solamente encontrar un buen marinero. Lo encontré en Bariloche. Se llamaba Argentino Gálvez. No tenía más de 15 años, pero resultó muy bueno, honesto y trabajador. Pude contar con su colaboración durante mis siete años de navegación, hasta el día que el Pelícano naufragó en Bariloche, adelante del hotel Tres Reyes. 

El casco del Pelícano era  de ciprés de cinco centímetros de espesor, que dejaba entrar agua en el momento de la carga, hasta que la madera del casco, después de un cierto tiempo, se hinchaba lo suficiente. Mientras tanto pasábamos horas achicando con una bomba manual el agua del fondo del casco. Una vez cargado con sus treinta toneladas de carga, las grandes olas pasaban fácilmente por encima de la borda, entrando en la bodega, mojando la mercadería. Durante los grandes temporales, muchas veces teníamos que refugiarnos en algunas bahías protegidas, esperando que pase el temporal. Una vida apasionante y llena de aventuras.

Por suerte, muchas veces el lago se tranquiliza y parece un espejo. Se oye entonces el chapoteo del agua contra la proa. Estos momentos maravillosos nos permitían durante las largas horas de navegación, cocinar y responder a las cartas procedentes de Bélgica, contando la vida sobre éste hermoso lago Nahuel-Huapi.

Con Michel a bordo del “Pelícano”
Cargando el Pelícano en el aserradero “Chucao”

 

El personal del aserradero “Chucao” con su capataz “Don Ortiz” a bordo del Pelícano en Brazo Machete.

Uno de mis principales clientes era el aserradero “Chucao” situado en el Brazo Machete. Producía puntales de madera de coihué para las minas de carbón de Río Turbio en la Provincia de Chubut. Dos veces por semana, temprano, antes del amanecer, zarpábamos del muelle de “La Flecha” (hoy día “Bahía Brava”), para llegar antes de las ocho al aserradero del Chucao, donde apenas amarrado al muelle, el personal empezaba a cargar la bodega.

Estos puntales de seis por seis pulgadas pesaban en promedio ochenta kilos que los hombres del aserradero tiraban brutalmente desde el muelle sobre mi buen Pelícano. Alrededor de las dieciséis horas, con treinta a cuarenta toneladas a bordo, zarpábamos en dirección a Bariloche.  Durante el viaje, teníamos que bombear el agua que penetraba entre las tablas del casco. Muchas veces cuando navegábamos por el “Paso de la Tabla”, entre la Isla Victoria y la península San Pedro, donde se concentra el viento entre estos dos acantilados rocosos, a pesar que teníamos el viento en popa, el agua pasaba por encima de la borda y entraba en la bodega con más caudal que lo que podíamos bombear con nuestra bomba manual. El nivel del agua subía en el fondo del casco y no teníamos otra solución de seguir navegando hacia Puerto Moreno antes que el agua hunda totalmente el motor.

Un día con Michel y Argentino, cuando apenas llegamos en Puerto Moreno, el motor se paró. Estaba lleno de agua. Estábamos muertos de cansancio y no teníamos más fuerza para bombear. La quilla se apoyó suavemente sobre el fondo arenoso y nos acostamos. A la mañana siguiente, el agua había alcanzado el piso de la cabina. Hubo que empezar a descargar la carga. Un trabajo agotador para el cual era difícil encontrar changadores con fuerza suficiente. Iba a buscarlos a la estación del ferrocarril de Bariloche, pero cuando me veían llegar, me daban vuelta de espalda. Ese día, solamente dos de ellos, tan desesperados de no encontrar trabajo, aceptaron y tuvimos que resignarnos a descargar con ellos  toda la carga. Después de vaciar toda el agua, tuvimos que sacar el motor para desarmar el cárter, ya que  el agua se había mezclado con el aceite para formar un tipo de gelatina. Dos días después salíamos al aserradero  Chucao a buscar un nuevo cargamento.

Muchos de los ribereños del lago dependían del Pelícano para transportar lo que producían y traer lo que necesitaban. A pesar que el Nahuel-Huapi es tan grande como el lago “Léman” en Suiza y que el 65% de sus costas son accesibles solamente por el lago, yo era el único en ofrecer este servicio lacustre indispensable para tanta gente. Sin olvidar a la población y al hotel de la Isla Victoria, con su vivero, su escuela primaria y otras actividades. Esta gente me recibía con los brazos abiertos, invitándome a almorzar y tomar mate con ellos. Todavía ellos recuerdan esta época y me demuestran sus reconocimientos. Me vendían leña y les traía los víveres y los elementos necesarios para sus vidas de colonos, lejos de la civilización. Si hubiera sido más comerciante, podría haber ganado un buen dinero, pero estos pobladores se habían convertido en verdaderos amigos. No iba a sacar provecho de ellos. Esta vida a bordo del Pelícano, en este sitio único,  tenía para mí  otro valor mucho más importante.

El Pelícano llevando tres Hermanas de la Virgen Niña a visitar algunos ribereños (acá, el matrimonio Martínez). 

El aserradero del Chucao me pagaba mal y con atraso. No me daba cuenta que el dueño dependía totalmente de mi servicio lacustre. La prueba es que cuando el Pelícano naufragó, el aserradero cayó en quiebra. Hoy día instalaría una bomba de achique sobre el motor y una grúa hidráulica, pero en esta época parecía demasiado complicado. Por suerte, había conseguido poder recalar en el fondo del Brazo San Pedro, donde el director del colegio Don Bosco me concedió un espacio necesario para depositar las distintas cargas, al lado de la casa de Don Celedón que fue mi encargado para la zona de Bariloche, especialmente para la venta de leña a los hoteles. Allí el Pelícano con sus mercaderías estaban bien guardado y yo podía alojar en el colegio o bien en la casa de la familia Fremery, al borde de la laguna “El Trébol”, mientras Argentino visitaba su familia en Puerto Moreno. 

Fue al principio de esta época hermosa, que Michel vino a instalarse a Villa La Angostura. Recién había terminado su servicio militar y había hecho algunas pasantías en Bélgica como aprendiz pastelero. Antes de su salida, yo había hecho una visita familiar a Bruselas. 

Michel y Mamá, antes de su viaje a la Argentina

 

Michel antes de emprender el viaje a Argentina.

 

Michel estaba contento y decidimos comprar una gran máquina waflera, típica en Bélgica, pudiendo producir dieciséis wafles cada dos minutos. El fabricante, muy humilde, fabricaba estas máquinas de manera muy artesanal, desde dos generaciones y nos explicó que todos sus clientes habían hecho fortuna, mientras su familia vivió siempre muy modestamente. 

Es así que Michel llegó como inmigrante, con su máquina waflera. Después de algunos días sin éxito en la aduana, pusimos un billete de cincuenta dólares entre los papeles y en menos de media hora la máquina salía del puerto. No tuvimos la oportunidad de elegir, o quedar bloqueados en Buenos Aires o dejar esta propina. Llegué a la conclusión que es más fácil mover una montaña que cambiar las costumbres de un país.

A partir de la tercera temporada de verano, había arrendado el restaurante  Los Tres Mosqueteros a una de nuestras mozas, Dina Salazar, chilena, muy trabajadora y honesta. 

Para que Michel pueda producir sus wafles, Dina nos dejó construir un quiosco que daba por un lado al exterior y por el otro con el comedor del restaurante, por una ventana. Cuando Dina tenía un pedido de wafles, abría la ventana y hacía el pedido a Michel. El negocio andaba bien y el año siguiente, le agregamos una máquina para hacer helados. El negocio era mucho más simple que el del Pelícano, pero a fin de marzo había que cerrar. Entonces, Michel me acompañaba sobre el Pelícano. 

En 1970, tuvimos la idea de instalar la waflera, durante la temporada invernal en la pista de esquí del Cerro Catedral. No fue fácil introducirnos entre los concesionarios de la base del cerro. Nosotros viniendo del pueblito de Angostura, éramos unos “Out-Siders” y no éramos socio de ningún club de esquí, ni sabíamos esquiar. Todos los lugares estaban ocupados por comerciantes barilochenses. Desesperado, Michel se encontró un día con la dueña de un quiosco en la base del cerro. La llamaban “la Turca”  y era como todos los turcos una buena comerciante.

Su especialidad era el vino caliente. Michel la pudo convencer que sus wafles con su vino caliente iban a ser un éxito. Así empezó esta sociedad. El problema era, ¿dónde alojar? El alquiler de una pieza en Bariloche, más los transportes de Michel con sus ingredientes podían costar más que los posibles beneficios. Decidimos llevar al Cerro Catedral una pequeña cabaña de 2 metros por 3 que habíamos construido al lado de los Tres Mosqueteros, donde alojábamos ya que habíamos alquilado el lugar a Dina.

 

Michel y la Turca en el Cerro Catedral.

 

En aquella época, tenía un camión Magirus-Deutz. Cargamos la casilla con la máquina waflera de Michel y tomamos la ruta a Bariloche. Cuando llegamos, el tiempo era terrible. Un viento intenso proyectaba la lluvia con la fuerza de una lanza de bomberos. No nos preocupábamos, porque teníamos sobre el camión nuestra casilla para pasar la noche. Pero, que sorpresa tuvimos cuando abrimos la puerta y encontramos todo mojado. Las mantas y los colchones empapados, el techo había desaparecido. Se había volado. Al día siguiente, lo encontramos en la cercanía del río Limay, a cincuenta metros de la ruta. Eso da una idea de la fuerza del viento en la Patagonia.

Una vez la casilla reacondicionada, la pusimos sobre cuatro tambores en el medio del barrio residencial de Villa Catedral. Estábamos a un metro encima del piso. No íbamos a tener problema de nieve.  Al atardecer,  me encontraba con Michel que me contaba el resultado de sus ventas durante el día (hasta 500 wafles en una tarde). Cenábamos con los patrulleros y profesores de esquí. Cada uno contaba sus aventuras. Así fuimos conociendo los múltiples incidentes que ocurren en un Centro de Esquí. No pensábamos que íbamos a conocer esas mismas experiencias, en el futuro, en el  Cerro Bayo. Desde esos primeros días en Cerro Catedral, fuimos adoptados por estos simpáticos jóvenes. Varios nos conocían, por nuestras competencias de motos. Actividades que habían sido difundidas en la prensa y la radio local de Bariloche. A la mañana después del desayuno, antes de salir para nuestras actividades, nos enseñaban a esquiar sobre la pista de principiantes en la base del cerro. 

Continuando con mis aventuras lacustres, durante mis siete años a bordo del Pelícano, puedo afirmar que fueron llenas de anécdotas. En esta época, todavía los ribereños hacían grandes balsas de rollizos de ciprés y coihué para los aserraderos de Bariloche. Me pedían remolcarlas, pero  había que disponer de tiempo. Podía ser más de dos días para cruzar el lago con la esperanza que no se levante un temporal de viento, capaz de desarmar la balsa en el medio del lago.

Hacía lo posible para evitar estos remolques muy monótonos, mal pagados y de muchos riesgos. Por suerte existía sobre el lago un barquito con su capitán y sus dos hijos que se dedicaban a eso. Se llamaban Navocelle, de orígenes eslovenos. Navegando un día con Argentino, percibimos en el medio del lago una balsa parada, y a su lado el barquito de los “Navocelle”. Nos acercamos a preguntar si necesitaban ayuda. Nos explicaron que tuvieron un problema de motor, pero que ya les faltan poco para seguir el remolque. El motor era un viejo motor de coche Ford T de los años 1930 que había fundido una biela. Con un mínimo de herramientas, el padre con sus dos hijos, sacaron el motor, le dieron vuelta para desarmar el cárter y encontrarse con la biela fundida, a la cual,  pusieron en el lugar del metal antifricción, un pedazo de panceta. Nunca había imaginado eso. Su escuela sobre el lago, les había enseñado lo que yo no había aprendido en la escuela técnica de Bruselas. Al amanecer siguiente, los “Navocelle” llegaban a la playa de Puerto Moreno con la balsa.

Durante las vacaciones de verano, transportaba turistas y scouts que iban  acampar en distintas partes de la costa del lago. Un matrimonio de La Pampa volvieron tres años consecutivos, con el placer de acompañarme a bordo. La mujer cocinaba excelentes pizzas y otros platos sobre la pequeña cocina del Pelícano, mientras el marido me ayudaba a programar los fletes y a cargar y descargar. Era para ellos un lindo programa de vacaciones y para mí una agradable ayuda. Una tarde, cuando terminábamos un importante transporte a Puerto Blest, donde habíamos tenido mucho calor, en el momento de parar el motor, el gerente del hotel de la Isla Victoria nos pidió un transporte urgente de dos cargas de camión de alimentos y bebidas, más una camioneta, hasta puerto Anchorena en la Isla Victoria.

El amigo pampeano aceptó antes de escuchar mi proposición de cargar y salir al día siguiente. Él se ofreció a ayudar a cargar con su mujer. Había que apurarse para salir antes de la noche. Aprovechando la luna llena, llegamos a Puerto Anchorena. El gerente del hotel nos mandó su personal para ayudar a descargar y llevar la mercadería al hotel con la camioneta. Terminamos tarde en la noche. El gerente muy agradecido nos invitó a cenar y dormir en su hotel. Lo que fue una verdadera delicia después de un día de tanto trabajo.

A veces, el Padre Barreto, fundador de la misión del Malleo en Junín de los Andes, para olvidar sus problemas, venía a pilotear el Pelícano. Se ponía una gorra de capitán, lo que le daba con su gran barba, un aspecto de viejo lobo de mar.

Un día que el Intendente del pueblo, Alfonso Rodríguez, nos acompañaba a bordo, percibió en el fondo del agua, entre Bahía Brava y la Isla Menéndez, una antigua piragua indígena. Tenía por lo menos 7 metros. Había sido tallada en un tronco de coihue.  La cual se encuentra actualmente en el museo histórico de Villa la Angostura.

La piragua a su salida del lago.

 

En el año 1968, organizamos un concurso de desfile de barcos decorados. Michel sobre un pequeño bote, hacía demostraciones de fabricación de wafles. Otro era un barco pirata. El primer premio fue para el Pelícano que llevaba una inmensa ostra, de la cual salían graciosas chicas vestidas con ropas de distintos deportes. El tema era: “La Juventud, Perla de la Vida”.

El Pelícano con las chicas deportistas de Villa la Angostura.

 

Las Hermanas de la Virgen Niña, recientemente instaladas en Villa La Angostura, me pedían de llevarlas a visitar a los pobladores de la costa opuesta del lago. Era un placer para mí. La construcción de su colegio se acababa de terminar. Había sido financiado en gran parte por la herencia que les dejó Jean en el momento de su vocación. La construcción había sido dirigida gratuitamente por Mario Bortot. La Familia Bortot de origen italiano, conocía las hermanas de la Virgen Niña en Buenos Aires, donde estudiaban sus hijos. La Familia, les había solicitado de venir a establecerse en La Angostura.

Nuestras cuatro primeras Hermanas de la Virgen Niña con el Primer Obispo de la Provincia, Monseñor de Nevares.

Durante el verano de 1961, los Bortot habían veraneado en  Angostura. Fue entonces que su hija menor se ahogó en la laguna “Selva Triste”. En su corta vida, ella había expresado el deseo que se construyera una Capilla en el Cruce, donde vivía la población permanente de Angostura. Para ella, la capilla de la Asunción parecía reservada a los veraneantes.  Es así que los Bortot edificaron una pequeña Capilla en el punto culminante del Cruce, donde reposan los restos de la chiquita. Gracias a esta familia generosa cuatro hermanas de esta congregación aparecieron. Las oraciones de Jean en su monasterio, empezaban a aportar sus frutos. Ningún ministerio de acción social nacional puede igualar en aporte humanitario al que nuestras hermanas dan al pueblo.

En esa época, además del trabajo sobre el lago con Michel, estábamos muy ocupados por las diversas organizaciones de competencias de motociclismo. Lo que nos tomaban a veces  semanas enteras, durante las cuales parábamos totalmente nuestras otras actividades.

Las primeras, pequeñas competencias en La Angostura habían dado nacimiento en 1963 al “Comahue Moto Club Villa La Angostura”. Lo que nos autorizaba a organizar competencias más importantes. El ”Comahue Moto Club” ofrecía también, durante los fines de semana, proyecciones cinematográficas. Las películas, en mayor parte “Westerns” venían de Bahía Blanca. El chofer del bus “Angostura-Bariloche-Angostura”, Mariano Barría, varias veces atrasaba su salida de Bariloche, los viernes, esperando el colectivo de Bahía Blanca que traía la película. Las proyecciones se daban en el Bar de Pilón Barbagelata, donde la asistencia fumaba y tomaba durante la película. Había tanto humo que se veía apenas la pantalla. Todos hacían sus comentarios y a menudo se cortaba la película. En otro momento, no se enrollaba y se expendía en el piso, como una serpiente, entre los pies de la asistencia.

En el otoño de 1966, el Comahue Moto Club organizó con el Moto Club Osorno, la Primera Carrera Internacional de motos entre La Angostura y la ciudad de Osorno en Chile. La ruta internacional se encontraba todavía en construcción, tanto del lado chileno cómo el del lado argentino. El paso de la Cordillera era un verdadero circuito de motocross. Varios senderos en el bosque servían para cruzar a pie o a caballo desde hacía muchísimos años y había una gran superficie de arena volcánica en la parte superior de los bosques de lenga.

Un mes antes de la carrera, nos habíamos encontrado en el límite con los dirigentes chilenos quienes nos invitaron a comer en el gran hotel de las “Termas de Puyehue”. Nuestra delegación, compuesta de nuestro intendente Alfonso Rodríguez y de algunos miembros de nuestra comisión directiva, quedaron muy impresionados por esta recepción. Sin lugar a duda el nivel cultural de la comisión chilena era superior a la nuestra. Varios miembros de nuestro club, se preguntaban, porque tantos vasos y cubiertos, cuando es posible arreglarse con menos. Varios periodistas chilenos nos entrevistaban. Nos habíamos metido en un gran desafío. Íbamos a tener que alojar y alimentar a mucha gente y tener muchos gastos de organización, de policía, ambulancia (que no existía todavía en La Angostura), trámites de aduana, etc. Toda una burocracia a poner en marcha.

El sábado 9 de abril de 1966, a las ocho horas y treinta minutos, exactamente, se largó la competencia. Había preparado muy bien mi moto BSA de Trial, cambiándole la tapa de cilindro por una de motocross, con válvulas más grandes y mejor enfriamiento. Lo que le aumentaba su potencia. En los senderos de la Cordillera, me adelanté mucho y llegué a Osorno antes del horario previsto. A pesar que un avión me había seguido, avisando a la radio de Osorno de mi llegada, el Gobernador de la Provincia de Osorno llegó, para recibirme, después de mi llegada. Para la juventud local era un verdadero “dios de la velocidad”. 

Saludando el gobernador de la Provincia de Osorno.


Tuve que pasar la tarde, firmando autógrafos. La gente hacía la cola en la puerta principal de la casa del presidente del Moto Club de Osorno y salían por la puerta de la cocina. Nunca me había imaginado eso. El domingo aparecí en primera página de la prensa local. Nunca, había recibido tantos honores. Volvía a La Angostura con una copa de 80 centímetros de altura y con una hermosa estatua del famoso Cacique Caupolicán que me habían obsequiado durante una cena de gala en la sede del Moto Club de Osorno.

Cena de Gala con entrega de Premios en Osorno.

 

Un año después, en 1967, se organizó una segunda edición. Esta vez en sentido contrario, Osorno-Angostura. Un problema burocrático me impidió participar. Faltaba una firma importante para el tránsito internacional de las motos. Un ministro de la Provincia tenía que garantizar que las motos iban a ser repatriadas después de la carrera. Salí para Neuquén “in extremis”, el jueves a la noche, llevado por un amigo. Llegado a Neuquén, el viernes a la mañana, “mi ministro” se había ido a inaugurar un monumento. Me hice acompañar por el Padre Héctor, un valiente sacerdote italiano que dirigía la Parroquia de Bouquet Roldán, en  Neuquén, donde era muy querido con su sobrenombre de “el tano”. Era tercermundista y había sido sacerdote/obrero en la construcción del túnel del Monte Blanco entre Italia y Francia.

El Padre Héctor, “el Tano” para sus parroquianos de Neuquén.

 

Héctor hizo interrumpir la inauguración, llevó aparte al ministro y le hizo firmar el documento. El paso siguiente era  llevarlo, lo antes posible a la gendarmería de San Martín de Los Andes, para que el comandante avise por radio al jefe de la aduana del Rincón de dejar pasar las motos de los argentinos que estaban esperando dicha autorización para estar en la largada, la mañana siguiente. Misión cumplida, tenía que volver a La Angostura para estar en el momento de la llegada de los corredores. En esta época no había bus entre San Martin y La Angostura todos los días de la semana y tuve que salir a dedo.

Por casualidad, encontré al marido de la directora de la escuela que me dejó subir atrás de su camioneta entre algunos cajones. Pero me dejó cerca de la laguna “Meliquina”, explicándome que tenía que ir a Bariloche, por el paso Córdoba. Otro vehículo me llevó hasta el lago Hermoso donde esperé en vano algún otro transporte. No llegaba nadie y llegó la noche y el frío. Por casualidad tenía una caja de fósforos en el bolsillo y prendí un fuego, sabiendo que hasta el día siguiente no iba a aparecer nadie. Tenía pocas ropas, pero como no había dormido la noche anterior, me agarró un profundo sueño cerca del fuego. De golpe, me desperté brutalmente, mi pantalón se estaba quemando. Me levanté rápidamente para apagar el incendio. En éste momento, un caballo que se había acercado durante mi sueño, saltó, lo que me asustó más todavía. ¡Dios mío que noche!  Al amanecer, pasó una camioneta que me llevó a Angostura donde llegué a tiempo para asistir a la llegada de Eduardo Hensel, vencedor, seguido de muy cerca de Figueroa,  el campeón chileno.

El Comahue Moto Club ganaba por segunda vez la prueba. La carrera se organizó una última vez en el año 1968, entre Angostura y Osorno, pero perdió su encanto por encontrarse terminada la construcción de la ruta internacional.

Poco a poco, las competencias de motocross en circuito cerrado se iban a imponer a las carreras de velocidad entre las localidades patagónicas. 

La llegada de Eduardo Hensel, Primero, Osorno-Angostura, Año 1967.     
El “Mono Figueroa”, segundo con Eduardo Hensel, primero.  
Nano Barrio,  recibido por su padre Mariano

Además, en las competencias de motocross, podíamos cobrar al público  una entrada que nos permitía financiar estas competencias que se hacían cada vez más importantes. 

Promoción de Motocross en el Centro Cívico de Bariloche.
Primer Motocross Internacional 1969, en San Carlos de Bariloche.

A partir del año 1974, organizamos con la colaboración de varias entidades Barilochenses y Angosturenses, campeonatos internacionales de motocross con la participación de corredores de Chile, Perú, Venezuela, Brasil, Uruguay y Argentina. Lo que exigía una excelente organización. En las pruebas de Bariloche intervenían, además del Moto Club local, el Club  Andino, la Cooperativa Policial, la Banda de la Escuela Militar, así que la Línea Aérea Austral Sol Jet para el transporte de las motos y de los pilotos. Había que alojar y alimentar mucha gente durante más de una semana, incluyendo los periodistas y acompañantes de las diversas delegaciones. 

Erhard Kausel y Jean Pierre en el Motocross de 1969

 

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