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La versión más tonta de las cosas (Tercera Entrega). Por Diego Rodríguez Reis

15/10/2022
La versión más tonta de las cosas (Tercera Entrega). Por Diego Rodríguez Reis

En ese doloroso camino, Ermosilla dirá que ese disparo que oyeron desde el comedor, mientras bebían desganadamente una cerveza, fue el tiro de gracia de Esperanza. Aprovechará esa teoría para decidir ponerle punto final a sus aventuras delictivas: luego de muchas migraciones, terminará viviendo en Los Ángeles, localidad de la provincia de Buenos Aires, casado, con cinco hijos y ejerciendo el antiguo oficio de cerrajero, en su versión más honrada. Lázaro Lazarre, en cambio, creerá firmemente, hasta el final de sus días, que Esperanza los ha traicionado.

No sospecha ni remotamente que con su decisión, en realidad, ella les ha salvado la vida. Pese a todo, jamás volverá a poner un pie en Londres ni aún en la provincia de Catamarca. Se instalará por un tiempo en Córdoba Capital, ganándose el pan de cada día con cualquier changa de electricista, resistiéndose a tomar un trabajo permanente, hasta que al fin encuentra a una chica con un aire a Esperanza, también colorada. Con ella y un par de cuadros comprados en un remate, intenta reeditar sus fechorías, pero fracasa miserablemente por dos razones: los cuadros no son las obras de Ernst Frontalier y (más importante aún) la muchacha de turno carece del encanto natural de Esperanza. Cae preso un par de veces, pero siempre sale e intenta recrear nuevamente el antiguo plan, que va menguando cada vez más: las mujeres que elige a veces deben teñirse el pelo de colorado, los cuadros son cada vez más ordinarios. Muere viejo, en una celda o en una pieza de hotel cualquiera.

La historia de Esperanza (esta historia de esta Esperanza) continúa, sin embargo. Esperanza no solo se entregará a O’Connor: se casará con él. No tendrán hijos, por incapacidad ingénita de alguno de los dos o indecisión de ambos, pero vivirán felizmente en Londres durante un lustro. Luego, en mayor medida por insistencia de Esperanza (siempre ansiosa por cambiar de aires) se mudarán a la capital del país, donde O’Connor conseguirá un prosaico puesto en el Banco Provincia. Esperanza, amén de alguna discreta infidelidad, jamás abandonará a O’Connor, quien invierte cada centavo que gana en cumplir hasta el más oneroso y absurdo de sus deseos.

Un elemento de esta primera versión de la historia, un Mac Guffin malogrado (por no haber sido debidamente explotado), es el conjunto de obras que Esperanza ha heredado de su tatarabuelo Ernst Frontalier. Las obras son seis y tienen sus particularidades. Dos cuadros son hábiles pero evidentes falsificaciones de paisajes del pintor francés Camille Corot, dos atardeceres italianos.

Tres son grabados auténticos de mediados del siglo diecinueve, pero sin valor real alguno, ya que no hacen otra cosa que remedar estilos en boga de esa época y están firmados por un tal “H. Durand”, que (como puede leerse en una nota del español José María Valverde, profesor, filósofo, crítico e historiador de las ideas, al pie de página en una edición popular de la novela Moby Dick de Herman Melville) “era una firma convencional usada por muchos grabadores franceses, en obras que no deseaban firmar personalmente”.

La última, sin embargo, no solo es una obra auténtica, sino extremadamente valiosa: pertenece al pintor, académico y orientalista francés Gustave Boulanger y es un estudio de su célebre obra Ulises reconocido por Euriclea, su nodriza (por la cual el artista fuera galardonado con el Premio de Roma en mil ochocientos cuarenta y nueve).

Al ser meramente un estudio, no lleva firma, pero de haber sido inspeccionado por un verdadero experto hubiese sido reconocido, más tarde o más temprano, y tal vez rematado por una pequeña fortuna en alguna firma de subastas internacional. En cambio, su destino fue el de terminar pudriéndose en el desván de una antigua casa clandestina de juegos, en la ciudad catamarqueña de Londres.

La segunda de las versiones, la menos vernácula, es la que he expuesto en las primeras líneas de este texto: el exacto reverso de la primera, la historia de una colonia entrerriana en Suiza. A priori, presenta la dificultad declarada de tener que describir las costumbres de una zona que desconozco desaforadamente.

Para contrarrestar de alguna forma esa indigencia, el contexto temporal será más o menos actual: el año dos mil dos. Podría decirse, sin embargo, que el origen, el catalizador de la historia ocurre a fines del año anterior, el dos mil uno. Las situaciones sociales, políticas y económicas de la Argentina son gravísimas.

El estado de debilitamiento institucional es tal que, entre el veinte de diciembre del dos mil uno y el primero de enero del dos mil dos, en el exiguo plazo de once días, ocupan el cargo de primer mandatario cinco individuos: el presidente electo Fernando De La Rúa, el hasta entonces titular del senado Ramón Puerta, el gobernador de San Luis Adolfo Rodríguez Saá, el titular de la cámara baja del senado Eduardo Camaño y el por entonces senador nacional Eduardo Duhalde.

Mientras tanto, en la ciudad de Colón, provincia de Entre Ríos, escenario de la primera versión de la historia, para los protagonistas de esta segunda versión, las cosas van de mal en peor.

Las tres familias en cuestión son todas descendientes, directa o indirectamente, de uno de los pioneros de la colonia, Albrecht. Sin embargo solo en una de ellas el apellido se ha conservado intacto: en la segunda, ha derivado en Albert; en la tercera la mutación ha sido tan fuerte que en el resultado, Alves, muchos pobladores no ven (o no quieren ver) relación alguna con el original Albrecht.

Algo más poderoso que una probable filiación familiar histórica une a las tres familias: la necesidad actual. Viven en condiciones paupérrimas, en las afueras del pueblo. Los Albrecht han ido perdiendo terreno, literalmente hablando, frente a los otros descendientes de aquellos primeros Albrecht y a las demás familias pioneras. Según rezaba el contrato original, “después de haber pagado la deuda en capital e intereses, cada familia es propietaria a perpetuidad de su suerte de terreno con todo lo que haya en él establecido”. Pero estos Albrecht no solo no han pagado jamás esa deuda ni los intereses, sino que tampoco han trabajado ni arrendado la tierra para que al menos otros la trabajen. Sencillamente, fueron limitándose a vender esa tierra, lote por lote, hasta quedarse con una pequeña franja en el límite occidental del pueblo.

Los Albert no tuvieron mejor suerte: malas decisiones por parte de los jefes de familia fueron llevándolos casi por la misma senda. Lo que la desidia originó en los Albrecht, en los Albert lo hizo la temeridad. Los Albert están unidos estrechamente a los Albrecht hace más de un siglo: en cada generación un o una Albrecht se casa con una o un Albert. Así, cada tantos años, se produce el cacofónico caso de un Alberto Albert Albrecht en la familia.

Muy distinto es el caso de los Alves. Armando Alves continúa con el oficio de su padre y abuelos: es carpintero. Pero al trabajar independientemente (esto es, sin asociarse a ningún arquitecto o constructor o maestro mayor de obras), su trabajo ha menguado mucho en los últimos años. La decadencia económica del país y de la región ha determinado que nadie pueda pagarle bien su trabajo. Otra circunstancia fundamental de ese declive es que en los megamercados se venden muebles prefabricados, compuestos de aglomerado, muebles mucho más baratos y ordinarios.

Las tierras de los Alves lindan con las de los Albrecht y los Albert. La diferencia fundamental es que, en tanto los terrenos de estos últimos vienen menguando históricamente, desaforada hectárea a desaforada hectárea, los de los Alves vienen creciendo, esforzado metro a esforzado metro.

Pero la crisis iniciada en el dos mil uno no hace distinciones de trayectorias: ataca y destruye lo mismo al que está mejorando poco a poco que a quien viene barranca abajo. En pocos meses, a mediados del dos mil dos, las tres familias (Albrecht, Albert y Alves) saben que no llegan a fin de año: se los devora la inflación.

(Continuará)

Si te perdiste la primera entrega, podés leerla haciendo clic aquí

Si te perdiste la segunda entrega, podes leerla haciendo clic aquí

* “La versión más tonta de las cosas” forma parte del libro LA FORMA DEL AMOR, que obtuvo el Tercer Premio en la Categoría “Cuento” en la edición 2021 del clásico concurso del FONDO NACIONAL DE LAS ARTES. Este año, fue publicado en la colección de Narrativas de EDICIONES ESPACIO HUDSON.

* DIEGO RODRÍGUEZ REIS (Ciudad de Buenos Aires, 1979) es escritor, editor – corrector, profesor en lengua y literatura y coordinador de talleres de escritura creativa. Ha publicado varios libros de poesía y narrativa. Textos suyos han integrado publicaciones de Argentina, Chile, Brasil, Colombia, México, España y Alemania. Desde 2010, vive en Villa La Angostura, donde integra el grupo literario ALAMBERSE.

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