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La versión más tonta de las cosas (quinta entrega). Por Diego Reis *

30/10/2022
La versión más tonta de las cosas (quinta entrega). Por Diego Reis *

El plan al principio es bastante torpe, como todas las ideas geniales en su génesis. Pero luego de pulidas sus aristas, limadas las imperfecciones, logra tener cuerpo, estructura, organicidad (belleza, tal vez). Cabe en estas palabras: Vrain le propone a Durand reducir la escala de su obra, de las obras. Esto es, no dedicarse a la falsificación de cuadros, de un moroso (en materiales, tiempo y dinero) cuadro: falsificar marcos. No falsificar violines: falsificar arcos de violines. No falsificar sillas y mesas del siglo dieciséis: falsificar patas y picaportes. Al mismo tiempo, multiplicar exponencialmente los volúmenes. ¿Cuántas obras de Rubens es posible falsificar? El conjunto es finito, cerrado. ¿Cuántos marcos de cuadros del siglo diecisiete es posible falsificar? Innumerables, infinitos.

Durand se entusiasma. Lucas Vrain traslada su plan a Alejandro Albrecht. La razón es simple: sabe que están recién llegados a Europa, que conocen poca gente, que desconocen el idioma y (esta es la razón fundamental) tiene un carpintero de oficio en su clan.

El resto se escribe solo: Albrecht acepta la propuesta, es exactamente la clase de oportunidad que ha estado esperando. De alguna manera, se las ingenia para convencer, primero a los Albert y a los Alves mayores y, por consiguiente, a todos los integrantes de esas dos familias. Al cabo de un tiempo, la organización llega a su estado ideal, un funcionamiento perfecto: la colonia entrerriana hace las veces de mano de obra medianamente calificada, al mando de un jefe artesano, Armando Alves; Alejandro Albrecht media entre la colonia y el transportista (y cerebro de las operaciones) Lucas Vrain; Vrain saca el material de Sion y Durand, desde diversas ciudades de la frontera franco-suiza, lo redirecciona (lo vende) a todos los marchantes, a todos los tránsfugas y, por extensión, a todos los museos y a todas las casas de compra y venta de objetos de arte y antigüedades.

En el breve plazo de dos años inundan Europa de arcos falsos de violines, de marcos de cuadros de los siglos dieciséis y diecisiete, de picaportes de puertas del palacio de Versalles, de fragmentos de bastones de intelectuales ilustres de la corte de Carlos XII, de cajitas musicales que Luis XV el Bien Amado le habría regalado a Madame de Pompadour. 

 

La cosa no puede durar: han ido demasiado lejos. Más temprano que tarde la banda de falsificadores cae. El hilo se corta siempre por lo más delgado: solo la colonia entrerriana es capturada. Las autoridades les dan dos opciones de deportación: o volver a Colón, en la Entre Ríos argentina; o reubicarse en Alemania, en Wiblingen, la otra ciudad hermana de Sion. Alejandro Albrecht no duda: en nombre de toda la colonia se decide por Wiblingen. Lo que sucederá allí es evidente. Albrecht, en alguna oficina de Tránsito o Turismo, reiniciará sus actividades: hará nuevos contactos, nuevas amistades, al hablar ya algo de francés no será tan fácil engañarlo, reestructurará la vieja organización, que no ha sido destruida sino apenas desbandada. Así, luego de varios intentos fallidos, de nuevas caídas en prisión, de infinitos actos de cohecho y corrupción, de arduos acuerdos con diversas mafias y suborganizaciones criminales, logra convertirse en el mayor comerciante al por menor de objetos de arte falsificados de Europa occidental. Así, al cabo de los años y de los ires y venires, la colonia entrerriana ha triunfado.

Dos elementos debo resolver (o no, esa es la cuestión) para redondear esta versión de la historia. Primero, la circunstancia de que Lucas Vrain existió realmente: su nombre era el mismo, solo que dispuesto en su forma especular, Vrain Lucas. Nació en Lannere (cerca de Chateaudun) y era hijo de un jornalero. Todo lo que sabía lo aprendió en la biblioteca municipal del pueblo, de cuyo director era amigo. Con ese exiguo capital intelectual y una carta de recomendación emigra a París, donde no logra hacer ningún contacto de fuste ni conseguir ningún puesto considerable. No se sabe cómo, pero se las arregla para concertar una cita con el profesor Michel Chasles, el célebre “genio de la geometría” de la Universidad de París: lo estafa con un cuento inaudito y le vende en quinientos francos una carta (por supuesto falsa) de Moliére. En sucesivos encuentros, le vende cartas de Rabelais, de Racine, de Carlo Magno (sic), Pascal, de Alejandro el Grande a Aristóteles, de Alcibíades a Pericles, de Anacreonte a Pitágoras y hasta de Lázaro a San Pedro, todas perfectamente redactadas “en francés antiguo”. Descubierto el fabuloso engaño y llevado Vrain Lucas a juicio, el profesor Chasles sufre la humillación académica y pública y el inverosímil impostor es condenado a dos años de prisión y al pago de una indemnización de quinientos francos y de las costas del proceso. 

He conservado el nombre de Lucas Vrain para no olvidarme de que esta versión de la historia me fue sugerida por el episodio de Vrain Lucas, que el curioso lector puede consultar en la página doscientos noventa y ocho de El mundo de los falsificadores, de Fritz Mendax (volumen que apareció en Buenos Aires en mil novecientos cincuenta y nueve, publicado por Ediciones Peuser).

Segundo, debo resolver la inclusión o no de un texto de composición contemporánea en esta segunda versión de la historia (y que quedó fuera de una novela malograda). El texto se llama “Antigüedades” y visita en tono expositivo-explicativo y acaso ineficazmente, todos los lugares que me he propuesto registrar desde la ficción:

 

Antigüedades

 

Parejamente con el afán de progreso, corre en nosotros otro afán, igualmente desmedido: el de adquirir piezas históricas, de colección, de culto. Antigüedades. Tanto así, que no es descabellado pensar que no hacemos sino producir toda clase de objetos novedosos, que serán prontamente reemplazados por otros más novedosos aún, con que los reemplazaremos; todo con el fin único de volver luego a adquirir aquellos objetos desplazados, ya convenientemente etiquetados como antigüedades.

Ahora, más temprano que tarde, lo que se resiente es la lógica. O antes, la matemática, digamos mejor. La pregunta, insoslayable, es: ¿cuál es la proporción de antigüedades en el mundo, en relación con el vasto universo de los objetos? O más sencillo aún, en el plano de lo particular: ¿cuántos sillones Luis XIV perduran en la actualidad? ¿Cuántos de los celebérrimos jarrones de la dinastía Ming? O peor aún: ¿cuántas Giocondas, Últimas Cenas, o Adanes de Rafael?

Más sensata parece la idea de un grupo secreto y constante de falsificadores (o inventores) que inventan (o falsifican) antigüedades. Y la firme certeza de que hace ya siglos haya desaparecido el último jarrón original de la dinastía Ming o Qing; que hace décadas haya sido consumida por las llamas la última pintura de Vermeer.

Más conveniente y necesaria, entonces, es la idea del objeto que ya nace con una antigüedad congénita y no cronológica. Y la de una casta de hombres de fuerza y de fe (y humildes, ya que deben permanecer eternamente en el anonimato) que acometen la empresa de salvar la delgada memoria del mundo. El artesano de la secta fabrica un sillón y lo reviste de las cualidades propias de uno fabricado en mil seiscientos noventa y cuatro. El escritor compone una oda o glosa y luego somete al texto y al papel a los avatares del calor o la humedad, a fin de envejecerlo prematuramente. Paradigma de paradigmas: Dios crea el mundo y deposita en ese mundo recién nacido fósiles de gliptodonte de millones de años de antigüedad, huellas de un pasado inexistente. 

El talón de Aquiles de estos hombres justos es su soberbia, su aparente infalibilidad. Eso, sumado a la escandalosa demanda de antigüedades. Nada, ninguna cantidad o cifra logra satisfacer nuestro apetito por estos productos, somos la generación consumidora de nostalgias por excelencia. Prontamente, vaticino, acabarán por surgir de las profundas calles de ese tiempo alterno, libros de la extinta biblioteca de Alejandría, los brazos de la Venus de Milo, más rollos del Mar Muerto y nuevos manuscritos de novelas de Roberto Bolaño.

Aun así, les exigiremos más a estos santos restauradores, ya decididamente orientados hacia el pasado antes que al futuro, o al presente (esa abstracción inútil, inasible). Quién sabe en qué instancia del proceso estamos, realmente, ahora. Pronto, el universo constará solamente de elementos del pasado. Todo el pasado de los hombres, convocado por este Congreso de notables en un museo díscolo y desordenado: brújulas y horcas apareadas con walkmans y videograbadoras, máquinas de escribir con teletipos y astrolabios.

El mundo será ese Museo. Yo no hago caso, yo escribo sin falsa modestia este texto de mi estricta autoría, escrito en este único instante fugaz, aunque no faltará quien denuncie que no he hecho otra cosa que repetir una vieja idea, que ya estaba en los mundos borgeanos de Tlön, en sus hrönir progresivas; en las teorías de los fósiles y del ombligo de Adán de Philip Henri Gosse; en el mito del eterno retorno, retornado por Nietzsche. No saben, no sospechan que la antigüedad (y aun, la veracidad) de esas fuentes es, cuanto menos, dudosa. Quién puede afirmar sin dudar que no fueron pergeñadas hace unos días por el ya infinito Congreso de falsificadores, y firmadas maliciosamente con los nombres autorizados de Nietzsche, de Gosse, de Borges.

Tal vez, como escribió Bertrand Russell (o acaso algún oscuro amanuense del mismo Congreso), el mundo fue creado hace apenas algunos minutos, provistos de una humanidad que recuerda con absurda nostalgia un pasado ilusorio.

(Continuará)

 

* “La versión más tonta de las cosas” forma parte del libro LA FORMA DEL AMOR, que obtuvo el Tercer Premio en la Categoría “Cuento” en la edición 2021 del clásico concurso del FONDO NACIONAL DE LAS ARTES. Este año, fue publicado en la colección de Narrativas de EDICIONES ESPACIO HUDSON.

* DIEGO RODRÍGUEZ REIS (Ciudad de Buenos Aires, 1979) es escritor, editor – corrector, profesor en lengua y literatura y coordinador de talleres de escritura creativa. Ha publicado varios libros de poesía y narrativa. Textos suyos han integrado publicaciones de Argentina, Chile, Brasil, Colombia, México, España y Alemania. Desde 2010, vive en Villa La Angostura, donde integra el grupo literario ALAMBERSE.

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