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JUGUETE RABIOSO

Hoy compartimos “Gualicho”

En esta cuarta entrega del espacio literario curado por Diego Reis, hoy un cuento de la profesora, actriz y escritora Bettina Giacomino, incluído en la antología "Matub, Estaba escrito" del taller de escritura homónimo. ¡A leer!
24/12/2022
Hoy compartimos “Gualicho”

Gualicho / Por Bettina Giacomino *

 

Una noche fui invitado a cenar a lo de los Rumipan, familia pionera del pueblo con siete hijas mujeres. Obviamente Don Rumi, como así lo llamaban, estaba convencido de que una maldición de sus generaciones pasadas había causado tal desdicha. No tener hijo varón en su descendencia era algo imperdonable; si por él fuera, hubiera seguido insistiendo, sin embargo, doña Mechi no volvió a quedar embarazada y las malas lenguas afirmaban que él era el causante. Decidió aceptar los designios malignos y no insistir en tener más hijos, ya que tal vez el diablo seguía metiendo la cola e, incluso, podría tener más maldiciones. Así que optaría por un buen candidato para sus hijas y trataría de convencerlo de que usaran el apellido Rumipan.

Pareció ser que ese candidato, el más conveniente, era yo. No es que las mujeres no me agradaran, pero la verdad es que ninguna de las hijas me atraía; siendo nuevo en el pueblo y para no ser descortés, decidí aceptar la invitación.

Al llegar a la casa, fui atendido de maravillas. La comida exquisita, todo casero y la verdad es que extrañaba las cenas familiares, así que disfruté del agasajo. Con delicadeza y buena elección de palabras, dejé entrever que por el momento no quería compromiso, que no estaba en mis planes un noviazgo, que tenía como objetivo dedicarme plenamente a mi profesión y a viajar, para concretar la investigación, que era el objetivo principal en el que focalizarme.

Estos detalles no parecieron ser registrados por don Rumipan, ya que insistía en cada oportunidad, haciendo ostentación de los dones de sus hijas y diciendo que la mayor suerte que corría un buen hombre estaba en tener una mujer con esas características.

Ofelia era bondadosa y aplicada. Hortensia, delicada y trabajadora. Enriqueta, cocinera y amable. Ceferina, cariñosa y justa. Nicolasa, fuerte y valiente. Celia, delicada y hogareña. Y la más pequeña, Fidela, respetuosa y atenta.

En fin, cada una tenía cualidades que una persona inteligente no dejaría pasar, repetía insistentemente.

Sin saber qué camino seguir en la conversación y para no ser incorrecto, se me ocurrió algún otro argumento y le confesé que estaba muy dolido por una traición amorosa que había sufrido, a la cual no podía olvidar.

Fue ahí que intervino doña Mechi y me dijo que no me preocupara, que ella tenía la solución: debería venir la próxima semana, que era luna llena, momento indicado para el preparado de un brebaje. Con ciertos rituales, mi mal de amor desaparecería, quedando libre para volver a enamorarme.

Yo no supe qué decir y salí del paso agradeciéndole, pero explicándole que mi postura científica no me permitía la creencia en esas cosas, y que consideraba que el tiempo cura los dolores amorosos. Inmediatamente, doña Mechi y don Rumipan se pusieron fastidiosos y comenzaron a darme una serie de sermones, justificaciones y testimonios tales, que decidí de manera muy educada retirarme y asegurar que lo pensaría.

Los Rumipan me saludaron en forma falsa mientras las jóvenes, pese a todo, seguían manifestándose de forma seductora y agraciándose, para ver si tal vez cambiaba de opinión

Solo Nicolasa se mantuvo indiferente mientras repetía la frase: “Solito volverá”, “solito volverá”.

La semana en el pueblo transcurrió de forma rápida; mucho por conocer, saber y adaptarme a los modos y ritmos del trabajo.

Hasta que al llegar la noche de luna llena indefectiblemente recordé lo dicho por doña Mechi y apareció la frase de Nicolasa y, como sin entender, me encaminé para lo de los Rumipan.

Antes de acercarme a la casa sentí una fuerza inexplicable y traté de no generar ideas, pero no pude, así que decidí dejarme llevar y experimentar. Nicolasa se me presentó de frente, coreando la frase predicha.

Yo traté de esquivarla y de hablar de alguna otra cosa, pero ella seguía cantando, haciendo resonar una carcajada de risa que logró contagiarme. En ese instante supe que ella sería mi destino y Rumipan mi segundo apellido.

Ella, riéndose aún, me dijo: “No hay mejor gualicho para el amor que dejar volar, siempre se vuelve donde no se lo ata”.

Yo, riendo también, la miré y le dije: “Para el amor hay que ser fuerte y valiente”.

Miramos la luna llena y nuestras caras lo afirmaban: los gualichos para el amor existen.

 

 

* BETTINA GIACOMINO es Licenciada en educación primaria con orientación en lengua. Profesora de enseñanza primaria con treinta años de actividad docente en diferentes niveles.  Actriz. Integrante del elenco del taller de teatro de la casa de la cultura SERENDIPIA.  Escritora. Integrante del grupo de escritura MAKTUB de Villa La Angostura

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