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JUGUETE RABIOSO #6

En esta nueva edición, “Las vacas también mugen”, de Laura García Rodriguez

En esta nueva entrega de nuestra sección literaria presentamos un trabajo de  la escritora, bibliotecaria y actriz de Villa La Angostura.
06/01/2023
En esta nueva edición, “Las vacas también mugen”, de Laura García Rodriguez

Vaca simbólica

Hay cosas que una las quiere de pe a pa. Le pone energía y ahínco. Y otras… otras no. No llega el cuero, escasea la voluntad. Para esos casos lo mejor es el acto simbólico, un casi que... que nos tranquiliza en nuestra interioridad e idealismo de cómo se hacen las cosas. Porque las cosas no se hacen de cualquier manera, eso está claro. Desde el principio del mundo cada cosa en su cada.

Por eso, no hay nada mejor para afrontar la huerta que el rabanito. Generoso, abundante, permanente. No falla. La cosa es plantar lo que te gusta, tu visualización: las caléndulas, albahacas, tomates, arvejas tan tiernas y floridas, rúculas… y también rabanitos. Te guste o no. El secreto es plantar rabanitos, porque con la falta de sol del terreno, el poco abono que pusiste y etcétera, lo más probable es que solo fructifique el rabanito. Y te salva de la frustración y de sentirte tan inútil. Te salva del recuerdo de toda la tierra que no trabajaste, del cantero que no armaste haciéndote la Fukuoka con el método de al boleo natural.

Desesperás un poco, te impacientas, ¡qué lerda es la naturaleza! Nada brota. Es este frío patagónico que las hace remolonas. Brotar nada. Pasa el tiempo y nada, pero allá comienza un verdor y la alegría te infla el pecho. Movés la cola. Ahora sí, ahora sí… Allí estás, cosechando rabanitos, tan feliz, tan una con la tierra, tan cíclica y calma, tan comomipropiaverdura, tan agrosustentable que hasta te das envidia.

 

 

Vaca Bayo

Un día te subiste al Bayo, esquiaste, puro patinar hacia abajo. El mayor miedo los medios de elevación. ¿Quién mantiene estas cosas? Te acordás del Italpark y el desastre de las gentes revoleadas en los juegos. ¿Quién mantiene estas cosas? Le preguntas al novillo sillero. Te mira con cara de yoquesé. Claro, es contratado por temporada, qué laburo fresco, qué aburrimiento andar vigilanteando pases. Finalmente subís a la silla que arranca y te lleva puesta. No te persignás pero casi. Mirar de arriba no es lo tuyo. Y te tenía que pasar. Las sillas se detienen y te quedás al vaivén del viento. No es nada, no es nada, no es nada. Pero el tiempo pasa y seguís ahí arriba. No ves cuál es el problema, por qué no sigue, le gritás al de la silla de atrás, qué onda, el otro no sabe tampoco y se da vuelta y le pregunta al de atrás que tampoco sabe. Pasa el rato. El cuiqui no se te pasa. Te concentrás para acorralar al miedo y poner cara de qué lindo paisaje. Al final arranca la cosa. Tenés que bajar. Ese es el verdadero cuiqui, no enredarte, correrte a tiempo. Te da un vértigo bárbaro y ahí está el sillero, el otro, que te da la mano y te salva del porrazo, graciadió. Ahora el desafío de esquiar: pies paralelos, rodillas semidobladas, movimiento de cadera, casita para frenar. Las indicaciones de las vacas esquiadoras. Las repetís como un mantra. Del dicho al hecho hay un gran trecho. El nunca bien ponderado dicho se te hace presente, no coordinás casita, las patas no te responden y así terminas vaca, hecha un sanguchito contra un árbol. Un golpazo de esos que te la regalo. Pasar por la tensión de la silla te supera, no la podés enfrentar, y bajás caminando, rengueando, dolorida. La sacaste barata, podría haber sido un desastre, te decís. Al final probaste, te animaste, eso es lo importante, te decís. Y mientras bajás ves como las otras vacas se divierten con la velocidad. Vos no. Cada cual a lo suyo, te decís.

 

 

La vaca que te parió

Subida a la montaña y mirando en lontananza, llevando a tu propia cría en el vientre, mascullás algo de la naturaleza de la vida, ese impulso primario que te coloca de pronto en la escala reproductora. De vaquillona a vaca, lisa y llanamente. Un salto mortal cuatro del que no fuiste consciente, no totalmente, es decir, no podías imaginar semejante tremendidad.

Pensás en tu madre la vaca arrastrando cinco terneros al hilo, a tu madre la vaca abuela jugando con catorce ternerillos, a tu madre la vaca bisabuela inaugurándose en un nuevo ciclo vital y móvil. Qué lo parió, te decís, y en esa frase resumís la agotadora esencia maravillosa de la experiencia.

 

 

* LAURA GARCÍA RODRÍGUEZ. 1973. Buenos Aires. 2003. Villa la Angostura. Pertenece al grupo de escritura Alamberse! de la Biblioteca Popular Osvaldo Bayer. Publicó plaquetas de poesía: Paisajes, y Luminosidad de caracol junto a Malena Pandra. Es narradora escénica. Sus espectáculos: La cazadora de historias junto a la actriz Gabriela Suárez (Mención Selectivo Teatral INT 2014), Cuentos con Lobo, El ronroneo, junto a la música Julieta Rimoldi, Las tejedoras (2do.puesto Selectivo Teatral del INT 2021). En 2022, Ediciones De La Grieta publicó su libro LAS VACAS TAMBIÉN MUGEN. EJERCICIOS PARA LA ORALIDAD, en su colección de narrativa MUNDO DISPERSO.

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