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JUGUETE RABIOSO

Hoy presentamos, “Corazón quebrado” de Claudia Parodi

En la 12° entrega de la sección que cura Diego Reís, un cuento de la escritora y docente, vecina de Angostura, donde explora las posibilidades oníricas, y narra el encuentro dentro de un sueño  con tres personajes históricos.
01/02/2023
Hoy presentamos, “Corazón quebrado” de Claudia Parodi

CORAZÓN QUEBRADO / Por Claudia Patricia Parodi *

 Desperté esta mañana gris y blanqueada por la escarcha, que frágil y milimétrica daba muestra de infinitas imágenes de cristales de hielo adheridos a los vidrios y que, al levantar el alba, apenas se sostenían. Mientras otros ya convertidos en gotas, rodaban a un destino incierto.

Enroscándome entre las frazadas, metiendo mi nariz por debajo de las sábanas, sintiendo el calor de la noche pasada y queriendo estirar un poco más la plenitud y mi calma. Ronroneando segundo a segundo mi salida del útero, que mi imaginación de entresueño inventaba, me estremecí, me sacudí para sacarme la resaca.

Aunque esta mañana está resultando algo rara, algo extraña. Una energía sutil me tironea: ¡sal ya de la cama! Dejé de pensar y armando una capa improvisada, me envolví en la frazada que conservaba el calor de una noche congelada. Llegué descalza a la cocina. Puse la pava, aunque en el aire algo… un algo se colaba.

Me sentí extraña, como si el pasado muy pasado me atormentara. 

Ignoré esa sensación y continué armando el mate. ¡Mmmmh! ¡Ese olor a tostadas me abraza!

Un mate algo desabrido que nunca aprendí a hacer, en realidad, solo por vaga. El compañero de mis mañanas y amaneceres gélidos. ¡Pero no! Hoy igual me siento acompañada.

Es raro, aunque antes de girar, tomé la bandeja con la pava y las tibias tostadas que humeaban.

Al dar la vuelta… los vi, ahí estaban. Los tres sentados a mi mesa, esperando el desayuno fortificador que daría inicio al nuevo día y a una cálida mañana.

Pegado a la ventana, Pedro, pluma en mano y ya concentrado en una hoja amarillenta, aunque hidalga, esperando ansiosa a ser útil, y a que las palabras comenzaran a deslizarse sobre ella como exiguos profesionales del patinaje lingüístico.

Al frente, Charles, que atento se atrevía con su lupa a investigar la suculenta que colgando caía con varias ramas a su lado. Y al ubicarme a su izquierda… estabas tú, tu sombra precediéndote, ¡imponente en su envergadura!

Me alegra verlos y expreso con emoción, rebosante de felicidad:

—¡Tú también estás! —y continúo—: ¡Buen día, un placer que estén acá!

Miro a los otros hombres para completar el saludo y ellos mueven su cabeza en un ademán caballeroso, bajando el mentón al cruce de mis ojos.

Empieza la ronda, la conversación y la mateada.

No me asombra, no me asombran sus presencias, ¡me va a encantar esta charla!

Colmada de expectación digo:

—¡Quisiera preguntarles tanto que no tengo ni idea por dónde empezar!

La mirada escrutadora de Charles me analiza en silencio y en un gesto de estar pensando, se acaricia la barba blanca con tres dedos de su mano izquierda, mientras el anular y el meñique se le enroscan, cual Albucas spiralis en su floración primaveral.

Pedro rebusca algo en sus bolsillos, con su ceño fruncido, que vaya a saber qué está pensando... quizás, en “ese clavo enmohecido que, en su intento de seguir, ya esté por el óxido todo carcomido y ni viejo ni ruin puede seguir vivo”… (pienso en voz baja).

—¿Un mate?

René me mira con esos ojos dulces y risueños, tomando el mate de entre mis manos.  Sereno acaricia mi corazón de aprendiz eterno.

—¡Está muy bueno!

Me río, lo miro y digo:

—¡Bien, acepto tu cariño!

Mientras pienso (sé que es más un cumplido que lo que tiene de bien hecho este mate desabrido), lo observo en la profundidad de sus ojos cristalinos, tomándome un instante... inspiro y le pregunto dolida e insegura, y de alguna manera desafiante ante lo que considero, en él, una locura impensable:

—¿Por qué, René? No entiendo, no puedo, ¡¿nunca lo entenderé?!

Mientras insistentemente mi mirada penetra la profundidad de su ser, él absorbe el mate como si fuese su primera vez. Regocijándose en el placer del cultural y extrañado líquido caliente que ingresa en él, despertando sentidos, historia, camaraderías, descubrimientos, ingenios, dolores y recorridos quebrados un amanecer.

Pedro ceñudo ya encontró su lápiz y escribe sin parar, cual corredor de postas que debe llegar a esa hoja vieja y arrugada, ya casi en su final.

Mientras Charles no deja de investigar por la ventana las montañas nevadas, con esa mirada de niño asombrado, que jamás perderá.

—¡¿René?! —pregunto y vuelvo a esperar.

Me mira y dice:

—¿Tiene que haber un porqué?

Bajando la vista, musito algo avergonzada:

—No sé, nunca supe qué es la vida, nunca supe para qué ni por qué —aún sin esperar su respuesta, sigo pensando en voz alta—. Creo que es un transitar donde amar, aprender, conocer, transmitir… ¡no sé, vivir!, ¡proyectar!, ¡hay mucho por hacer! —protesto acelerada y levantando la voz, como en un espiralado tobogán.

Me responde tranquilo:

—Quizás… sí, eso es, está bien.

Ataco nuevamente:

—¿Pero por qué?

Cual Quijote vehemente, sigo enojada, violentando y golpeando la estructura incólume de su ser.

El instante no tiene reloj, transita sereno y él responde:

—Creo que me cansé.

Silencio, solo el ladrido de un perro lejano irrumpe junto con el final del mate, que me pasan para volver a cargar.

Intensa, ya que lo tengo frente a mí, cual reportera amarillista, vuelvo a la carga:

—¿De qué, René?...

Tomándose su tiempo me contesta con amor, suavidad y una mirada comprensiva llena de paz:

—De esperar.

Insisto:

—¡No entiendo! Viviste, estudiaste, viajaste, aprendiste mucho, tuviste un espíritu inquieto. ¿Cuál fue tu quiebre?

Con una pasmosa serenidad, amorosa, y una profundidad en sus ojos sabios, me responde:

—Eso mismo, se quebró mi espíritu.

—Sí, ¡eso lo sé! —respondo un poco alterada—,  pero, ¿por qué??

Siempre pensando, me responde: 

—Me esforcé y creo que di todo, di mi cien por cien, cada segundo de mi vida y me olvidé de cuidar mi alma —asegura con mucha ternura, observando mi reacción.

Lo miro y su mirada, siempre serena, me devuelve una sonrisa enorme saliendo de su corazón, entregándome el mate que ya consumió.

Lo miro resignada y, quizás, empezando a asimilar sus palabras…

Pedro, estirando su mano blanca, estilizada y ágil de experiencia, visibilizando entre el índice y el mayor una prominente deformación de años de sostener la pluma, solicita el mate y sin mirarnos recita:

 

Él no tuvo otra pasión,

que la pasión de lo bueno,

porque nació sin veneno

mi prófugo corazón.

Y  si dejó la mansión

de mis entrañas arguyo

que ha sido el ánimo suyo

ampararse en un altar.

Y juro que no ha de estar

en más pecho que en el tuyo.

 

Sin levantar la cabeza, se silenció y su mano izquierda continuó moviéndose sobre el papel con la agilidad del escritor que lo caracterizaba, mientras la derecha acercaba la bombilla a sus labios expertos de platense y provinciano.

Luego de un momento, me estiré, le alcancé un amargo a Charles, quien permitía que rodara una lágrima sobre su piel blanca de sabio, ajada.

Se hizo un más largo, aunque sereno y cálido, silencio.

Charles, devolviéndome el mate entonces dijo:

—Hay que pensar y repensar sobre la selección natural, la teoría de la evolución, sin olvidar el amor. De cualquier manera, creo que siempre supe que hay algo más que nos impulsa, una energía que es tan sutil e ilimitada… que me encantaría volver y haría mucho, pero mucho más aún, creo que no podría parar.

Todos lo miramos…

Para facilitar una caricia más a mi alma, Charles continuó:

—No es el más fuerte, ni el más rápido, ni el más inteligente el que sobrevive, sino aquel que más se adapta a los cambios.

De reojo descubrí nuevamente la complicidad en las miradas de René y Charles, que se sonreían sutil y amorosamente, cual ángeles que vienen a sostener.

Aunque Pedro, que parecía estar en su mundo, comenzó a recitar:

 

No te sientas vencido, ni aún vencido;

no te sientas esclavo, ni aún esclavo.

Trémulo de pavor, piénsate bravo,

y arremete feroz ya mal herido.

 

Y terminando con una leve sonrisa de costado que, sin mirar, igual tenía su complicidad, comenzamos todos a reír y seguimos disfrutando los mates que ya René había arreglado.

La paz, amorosidad, ternura y serenidad de esta mañana me colmaron los sentidos y desperté sabiendo que la charla se repetiría.

 

*CLAUDIA PATRICIA PARODI. Maestra especializada en Educación Inicial, orientada a las artes plásticas y música. Ha sido docente en diferentes niveles, como secundaria, primaria, especial y como maestra del área de música. Integrante del grupo Ambiental Árbol orientado a la educación no formal. Escritora. Desde el 2021 participa en la producción y organización del taller de escritura MAKTUB de Villa La Angostura.

 

 

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