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“El perro que se muerde la cola”

En esta columna, Daniel Britos explica por qué mientras Brasil  se hace cargo de su pasado y su sociedad adopta un comportamiento lógico, Argentina pareciera que elige usar  un pensamiento mágico”.
03/08/2017
“El perro que se muerde la cola”

La forma en que se articula  la política con  la economía no es algo nuevo en nuestro país pero, por algún motivo,   nos resistimos a modificar esa relación y los  comportamientos  que  ambos terminan adoptando  nos llevan “cíclicamente” a situaciones complejas.

En marketing existe un término llamado “benchmarking” mediante el cual se trata de explicar la importancia  de tomar en cuenta las mejores prácticas  de otras empresas o actividades, aprenderlas,  tratar de replicarlas  e incluso optimizarlas para obtener mejores resultados.  Si quisiéramos ponerlo desde una mirada evolutiva podríamos decir que esto es lo que llevó a la humanidad a replicar conductas que mejoraban sus expectativas de vida, que los ayudó a  sobrevivir…

Más  allá de lo filosófico, lo histórico y lo evolutivo  de la cuestión en nuestro país seguimos negando la posibilidad de modificar conductas perjudiciales

¿Nuestra sociedad tendrá una tendencia autodestructiva, masoquista o una ceguera selectiva?

Brasil es el país más grande  y la principal economía de Latinoamérica pero, además de esto es el principal destino de las exportaciones argentinas.  Cuando empezaron a aparecer las denuncias por corrupción  en ese país,  que llevaron a la destitución de la entonces presidente  Dilma Rousseff,  no acusamos recibo de la relevancia de una decisión  trascendental en el destino de un país y las sorprendentes similitudes con nuestra realidad nacional.  Cuando el ex presidente Lula da Silva fue enjuiciado y  recientemente condenado a 9 años de prisión tampoco percibimos la situación como un llamado de alerta.  Sorprendentemente el sistema financiero argentino solo reaccionó ante las acusaciones de corrupción del actual Presidente de Brasil Michel Temer y una de   las evidencias más claras de esta reacción estuvo dada por un fuerte incremento del valor del dólar.  

Otro  motivo por el cual el dólar volvió a tomar envión fue la noticia de que nuestro país no iba a ser declarado país emergente por las dudas que existen, a nivel internacional,  respecto de la irreversibilidad del rumbo político frente a las próximas elecciones. Leamos bien, no es por el futuro sino por los comportamientos del pasado.

La mayoría de los economistas atribuyen  los últimos incrementos del valor del  dólar a las dudas que se generan ante el posible resultado de las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO).

Estos tres argumentos que acabo de mencionar brevemente tienen uno eje central que,  por algún  extraño motivo,  no terminamos de identificar y nos lleva nuevamente al punto de partida de gran parte de nuestras crisis políticas, institucionales y  económicas.

En nuestro vecino país decidieron dejar de alimentar al monstruo de la corrupción como una conducta evolutiva, como un instinto de auto preservación, como una medida que busca transparencia, seriedad y conductas coherentes frente a sus ciudadanos y hacia el mundo

¿Y nosotros?

Ya sea por motivos reales o   influenciados  por  intereses económicos  lo cierto es que deberíamos  intentar visualizar  las raíces de temas como:  la escalada del dólar, el incremento de los precios, la falta de inversión  real, la aparición/permanencia de capitales especulativos,  en comportamientos desmedidos ligados a:  el incremento del déficit fiscal   generado por comportamientos demagógicos, el abuso de las arcas del estado (solo sostenida en el tiempo por una fuerte presión impositiva) y  el recurrente incumplimiento de los compromisos y obligaciones  de quienes nos gobernaron.  Todo esto  a  la sombra de  un ambiente de  corrupción que sorprendentemente casi no se cuestiona.

Mientras Brasil  se hace cargo de su pasado y su sociedad adopta un comportamiento lógico   pareciera que  nuestra sociedad eligiera usar  un “pensamiento mágico”, típico de una sociedad primitiva,  guiándonos  por  costumbres repetitivas, perjudiciales  y  que consecuentemente nos vuelven extremadamente vulnerables ante cualquier variable  interna o externa.

Hablar todo el tiempo en términos de volatilidad e incertidumbre en  economía  es el precio que quizás debamos seguir pagando por no ser creíbles ni confiables, por no alcanzar la madurez  institucional de nuestros  países vecinos.

Sigo pensando que economía y política no son lo mismo pero debo admitir que, en nuestro país,  están íntimamente ligados  en una relación disfuncional y hasta tóxica.

¿Seguiremos siendo como el perro que  se muerde la cola?

No cabe duda que para algunos seguimos siendo un país divertido.

 

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