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CÁTEDRA LIBRE

"Toda una Vida"

Ale The Rose vuelve a la cátedra del rock, y sin buscar hacerlo reivindica a la figura más pura de "La" banda que desde hace 50 años produce esa mítológica especie llamada "rolinga". Escuchá a Ale The Rose este sábado (21/7) por FM Andina 97.3 en su programa Basta de Farsa.
20/07/2018
"Toda una Vida"

Ante todo quiero dejar aclarado un asunto más que importante.

Yo, el que firma las notas que salen los viernes en este, mi hogar, llamado Diario Andino, digo que no creo, en absoluto, en los Rolling Stones. Para que quede más claro: no considero que su obra haya sido revolucionaria ni mucho menos, que jamás de los jamases la pondría a la altura de los Beatles (guardo ese lugar sagrado y de privilegio a Chuck Berry, a Yes, a The Kinks o al Génesis de Peter Gabriel), me cuesta mucho bancarme las pantomimas y payasadas en vivo que hizo, hace y aparentemente seguirá haciendo Mick Jagger, y no creo que la permanencia de ellos en el tiempo sea un mérito, sino que, más bien, sea una forma insoportable y ante todo, recontra redituable, de capricho y fe en sí mismos.

Dicho y aclarado esto, esta semana, al fin, pude leer en formato digital, algo pendiente desde que se editó allá en el 2010: el libro “Vida” de Keith Richards, resultado de charlas (cigarrillos y whisky mediante) con el periodista James Fox. Y, ok, tengo que decirlo, Richards es por lejos mi preferido, es quien siempre me pareció el tipo más honesto y transparente de ese dúo dinámico formado con Jagger. Y les cuento que mientras lo leía e incluso después de leerlo, me sentí entretenido, me resultó muy atractivo y estoy convencido que aún, para quien no comulga con esa religión o mito “rolinga”, le va ser totalmente divertido y de ágil lectura.

Y ya eso es todo un mérito en sí mismo, porque incluso a aquellos que no nos sentimos miembros de este culto, conocemos gran parte de lo que en este libro se cuenta: Las idas y vueltas de los Rolling Stones que ya son, después de algo así como más de medio siglo, carne y hueso de leyenda urbana y algo de novela venezolana del rock. Y Richards lo cuenta genialmente y lo recontra cuenta con aquella honestidad que les decía al principio de la nota, con una fantástica y maliciosa cuota de buen humor inglés. Y ok, no te vas a encontrar en el relato con la genialidad de Borges o Cortázar ni muchísimo menos, pero entre los contables méritos que muestra Keith Richards en su relato se destaca el de no tomarse en serio a él mismo, pero con absoluta seriedad y a su manera. Paralelamente, les recomiendo el tremendo documental que dan por Netflix, Keith Richards: Under The Influence, como necesario complemento del libro.

Otro de los grandes logros de “Vida” es el de haber conseguido preservar en las páginas la cadencia en el fraseo y el ladrido con la boca torcida de Richards, que me recuerda al de una especie de malevo tanguero que, con el sombrero de lado y cigarrillo en la boca, te va relatando su historia para que vos te quedes como flotando con la boca entreabierta y los ojos fijos. Es de disfrutar ese método hasta sinuoso de saltar de un tema a otro como haciendo slalom entre el repertorio de su pasado.

¿Hay sexo, drogas y rock and roll y todo eso? Sí, hay. Y leyendo, te das cuenta que todo eso fue inventado por él, que, si imita a alguien, es a sí mismo y aparte, se sabe inimitable pero tantas y tantas veces pésimamente imitado. Y así su situación de gran titiritero moviendo los hilos de sus distintos marionetas, desde la actitud y gestualidad de Slash o la de Sky Belinson, como en la respetuosa caricatura de Johnny Depp o en la desdibujada y paranoica postura de Pablo “Sarcófago” Cano y llega hasta ese pibe desconocido con sueños de gloria y estrellato que, ahora mismo y por primera vez, le sale ese riff de “Start Me Up” en el garaje de su casa.

Y queda claro en el libro que cuando Richards arranca se hace difícil pararlo. Lo que lo diferencia de Jagger, quien, vale aclarar, decidió devolver un adelanto millonario por su autobiografía cuando se dio cuenta de que no se acordaba de absolutamente nada. Y Richards parece disfrutar de una memoria absoluta, fotográfica y auditiva. Esto no significa que, cada tanto, en la lectura, esa misma memoria parezca un tanto selectiva y cortada a medida. Que si eso es un pecado, ok, es más que perdonable y no le quita el placer de volver a visitar, en boca y letra de él, los mismos viejos hitos sonando como esas mismas viejas canciones. A veces, caminando por la cornisa y al borde de los modales de un experimentado actor de stand-up, de esos que saben que lo de ellos es material del bueno, que nunca va a cansarnos del todo, y entonces… ¿por qué no verlo otra vez?

Y…”Like a Rolling Stone”, ahí fui avanzando en la recorrida histórica: su infancia de posguerra; su relación de odio-amor con Brian Jones y de amor-odio con Jagger. Es notable la parte en que Richards deja bien clarito y con una acidez genial, que su socio de banda jamás imaginó que dejaría las drogas y que, eso de levantarse de entre los muertos después de que incluso leyeran su testamento, fue una complicación para los planes empresariales que el cantante tenía para los Rolling Stones. También aparece su cariño sin límites por el batero Charlie Watts y por el primer  tecladista Ian Stewart; su complicado amorío, romance y posterior separación con Anita Pallenberg y el dolor por la muerte a los pocos meses de nacido del hijo que tuvieron juntos; la admirada rivalidad con los Beatles; los detalles de la histórica grabación del también histórico “Exile on Main St.” (quizás mi disco preferido) y alguna que otra intuición musical más bien básica, admitiendo, más allá del tema de su afinación personal de cinco cuerdas, que si hay algo básico, ese algo es la música de Rolling Stones; sus muchas adicciones (con consejo incluido de solo meterse sustancias controladas y de la mejor calidad) y sus problemas con las autoridades de todo tipo y nacionalidades.

En este sentido y acá va una advertencia para padres, tutores y/o encargados, decía, en este sentido “Vida” es un libro tan peligroso para los cachorros de rockeros como La Naranja Mecánica (película), de Stanley Kubrik, lo es para los pichones de cineastas. Y hay que decirlo, acá lo que hay es un literal manual de instrucciones para ser un perfecto maldito y no morir en el intento. Es más, leer este “manual” tranquilamente podría llegar a confundir a almas ingenuas con el espejismo de que se puede llegar a llevar la vida de Keith Richards y vivir para contarla… y cantarla. Es por todo esto que no esté de más remarcar una y otra vez eso de lo excepcional que tiene Richards, digo, esa mala salud de hierro, su cuerpo de cristal irrompible y esa sonrisa torcida siempre con un cigarrillo colgando, esa misma de gato viejo que siempre, no sé cómo, pero siempre, cae parado.

Y tampoco está demás marcarle a tus pibes eso de: “Chicos, no intenten hacer esto en sus casas”.

Mientras fui terminando de leer, es como que sentí esta “Vida” algo así como cansada y repetitiva. Igual como debe sentirse, a esta altura del partido, el propio Richards a sus casi 75 años. Y uno, como a Charly, tiende (no sé bien por qué) a justificarlo y perdonarlo. Fue y, sigue siendo en algún punto, una larga historia y lo que hay ahora parece resumirse en una sucesión hechos: 5 discos oficiales para nada trascendentes (salvo “Main Ofender” de 1992), el duelo interminable con el manipulador y eternamente descontento (e insaciable) Mick Jagger, un par de “hazañas” así como raras (aquella caída de un árbol con derrame cerebral incluido y el aspirarse las cenizas de su viejo) y esas giras multimillonarias a lo largo, ancho y redondo de un planeta al que no se le deja de sacar la lengua ni por un rato.

Mientras tanto y hasta quien sabe cuándo, me encontré con esta “Vida”, inesperado best seller con excelentes críticas en todo el mundo. Fue genial y altamente recomendable dar con algo sorpresivamente satisfactorio. Y vale aclarar que ese libro está firmado por alguien que de tanto tocar aquello de “No puedo alcanzar la satisfacción”, parece haber terminado siendo uno de los tipos más satisfechos que jamás actuaron sobre la faz de ese escenario gigantesco que es el mundo.

La historia pone las cosas en su lugar y va a decir, en realidad ya lo dice, que los Beatles lo inventaron todo y que, sin quedarles absolutamente nada por crear, inventaron el hecho de separarse. Lo único que pudieron inventar los Rolling Stones es justamente no separarse.

Eso sí… hasta que la muerte los separe.

Ale The Rose

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