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ESPECIAL PARA DIARIOANDINO

"La Historia de tu Vida"

En esta entrega Ale The Rose recurre al séptimo arte para reflexionar sobre la vida misma. Escuchálo en FM Andina 97.3 este sábado de 10:00 a 13hs.
21/09/2018
"La Historia de tu Vida"

La semana pasada les conté lo del asunto del viaje a Buenos Aires por un congreso y claro, aunque sea por un rato, uno se hace el tiempo como para ver, al menos, parte de eso que nos sucede y se llama la familia. Todos en algún momento estuvimos, estamos y sin dudas, vamos a estar ahí adentro como presos, queriendo un poco más, un poco menos, a nuestros carceleros. Algo así como la versión familiera del nunca mejor aplicado Síndrome de Estocolmo. La bendita familia como ese Charlynesco te amo, te odio dame más.

Y la familia también como ese laberinto del que alguna vez creímos que salimos para descubrir más tarde o más temprano que entramos en otro, y caer en la cuenta que en el que antes, con suerte, solo había padres, de repente, también van apareciendo hijos de unos y otros. Abandonen toda esperanza quienes entren en esa historia. No hay escapatoria. Vayan pasando porque siempre hay más lugar en el fondo. Y aunque más de una vez nos hagamos la cabeza con la idea, no, es imposible desenchufarse o cambiar de canal de nuestra familia para ver otra cosa.

Y a esta altura de nuestras vidas, o en la de aquellos que la vamos promediando al menos, la historia ya tiene la familiaridad del comienzo de algunos amores y, tal vez, nacimientos y también algunas muertes entre nuestros cercanos. A todos nos pasó alguna vez. Y ahí estuvimos, y ahí estamos, y ahí vamos a volver a estar, acá en el sur, en el campo o en cualquier ciudad, sea de día o sea de noche, pero siempre con la boca y los ojos muy abiertos y mirando para arriba.

Y allá arriba, muchos más arriba todavía, de repente los cielos se abren y vienen, no sé bien quienes, pero vienen entre nubes rarísimas de colores extraños y sonidos nunca escuchados. Nos vienen a invadir. O no, no sé. Pero llegan. Y capaz ya saben cómo sigue y cómo termina. O algo así.

Y ok, todavía no tomé ni un sorbo de mi vaso de Jack, aunque ganas no me faltan, pero todo este asunto tiene un comienzo. Fue allá lejos y hace tiempo cuando un tal Herbert Wells en 1898 escribió la novela “La Guerra de los Mundos”, esa historia sobre una invasión alienígena a la tierra poco amistosa, que tuvo su adaptación al cine en el 2005 cortesía de Mister Steven Spielberg y con la sonrisa llena de dientes de Tom Cruise como protagonista. O aquella otra, llamada “Invasión del Mundo: Batalla: Los Ángeles”, también película sobre la llegada de nada amigables invasores a este mundo.

Pero la verdad, si bien aquellas no estaban nada mal, prefiero alguna que otra variante respecto a la llegada de visitantes, algo un poco más interesante, de esas alternativas que proponen invasores que no invadan en el peor sentido de la palabra sino todo lo contrario, que sean iluminadores, benéficos y hasta epifánicos si se quiere. Digo, de esos que llegan pero para ayudar, para hacernos mejores o solamente para contemplarnos como si se tratase de lo más divertido, interesante y a la vez, inexplicable que jamás hayan visto por el universo todo. Eso de contactar con una inteligencia superior y, quien sabe, tal vez hasta salvadora. En términos bíblicos, algo así como ese Dios mío! que nos creó a su imagen y nos dejó sueltitos por la vida en nombre de aquello del libre albedrío. Y como para tratar de arreglarla, al tiempo envió a su hijo y ya saben el resto, lo mandó a morir a la cruz, resucitó, se fue y jamás volvió. En fin, la alternativa de que alguien que venga a poner un poco de orden en casa.

Y en este sentido la película “El día que la Tierra se detuvo” del 2008 apuntó para ese lado. Basada en el cásico de los ’50 y protagonizada por Keanu “Neo” Reeves como Klaatu y su robotizado compañero Gort. Seguramente muchos no se olvidarán nunca de esas palabras raras pero mágicas: Klaatu Barada Nikto. En definitiva lo que Klaatu trajo fue un mensaje en el sentido de que como los humanos habían alcanzado un desarrollo armamentístico-tecnológico suficiente como para autodestruirse, lo mejor era eliminarlos de la faz de la tierra antes de que por sus locuras causen problemas a nivel cósmico.

Y todo esto para contarles sobre una película que vi hace un tiempo y que tiene que ver con lo que les estoy contando. Se llama “La Llegada” (“Arrival” en su título original) protagonizada por Amy “Luisa Lane” Adams y Jeremy “Ojo de Halcón” Renner, dirigida por el gran Denis Villeneuve, ese mismo que se le animó a la segunda parte “Blade Runner” y está basada en la magnífica novela de Ted Chiang “La Historia de tu Vida”. Y esta cinta es más que bienvenida, y se la entiende y se la festeja como pocas veces, porque nosotros pasamos de ser meros espectadores a ser partícipes de la historia, de darnos cuenta de lo solos que estamos en el infinito del cosmos y de que una repentina visita inesperada puede cambiarlo todo. Y por fin, se deja de insistir con ese automático y facilista recurso de mostrar que se esté hablando en inglés hasta en los confines más remotos del universo y más allá. Porque justamente de lo que trata la película es básicamente de como cuernos pueden comunicarse dos inteligencias.

Y acá en “La Llegada”, Amy Adams es una docente y experta en lingüística y desde el gobierno la invitan a que se encargue de la menuda tarea de decodificar el habla y la escritura de unas criaturas rarísimas. Estos seres, enormes heptápodos, llegaron a la tierra en unas gigantescas naves lenticulares y ovoides para contarnos algo más que importante. Y el problema pasa por tratar de entender su idioma, ya que tienen unos caracteres muy parecidos a esas aureolas que dejan los vasos fríos de cerveza sobre los manteles de papel de cervecerías modestas pero buenas. Y todo muy vertiginoso porque el tiempo pasa y porque en este mundo las soluciones que salen automáticamente son esas de andar apretando definitivos botones rojos y que sea lo que sea. Y lo interesante de todo esto es la forma de contarlo, porque se nos cuenta de una forma genialmente estética, artísticamente estilista y con una melancolía que te baña los sentidos, al mejor estilo de lo mejor de Terrence Malick en “El Árbol de la Vida”. Y la emoción se exacerba al final donde la recompensa definitiva es ser dueños de todos los tiempos y de todo el tiempo del mundo.

Y ok, si fuese así, bienvenidos sean. Porque de esa manera y con esta especie de visitantes, se verifique y se concrete la posibilidad de hacer contacto de una buena vez por todas.

En una de estas notas que salen por acá, cortesía de Diario Andino, escribí alguna vez eso de que ya es obsoleta lo de la propuesta triunfalista del cine yanqui como amenaza o esperanza extraterrestre. ¿Hay alguien a quien realmente le importe si E.T. volvió a su casa? ¿O si Mork volvió a Ork, él solo o con Mindy? Está claro que lo que sea iluminación no va a venir con forma de supercomputadora con problemas existenciales. Y lo que fuere condena de extinción no será ni Alien, ni Depredador, ni platillos voladores, ni aviones descontrolados que, en realidad apenas esconden amenazas muy terrenales de color blanco, amarillo, rojo, con flequillo rubio o con barba y turbante.

Por varias razones, hay quien piensa y decide que la ciencia ficción se quede entre nosotros. Que es mejor retirarse de la histórica y especial carrera espacial con tantos transbordadores propensos a súbitas inflamaciones y terminarla de una vez, dándoles las gracias y la baja definitiva a la muy políticamente correcta tripulación de la Enterprise.

Hacer al menos el ejercicio y darnos cuenta lo sano que sería reemplazar, por lo menos por ahora, el espacio exterior por el espacio interior y viajar por nuestras entrañas convirtiéndonos en nuestros propios aliens, como invasores de nosotros mismos. Pensaba en lo válido de analizar eso de: ¿Para qué aquello de andar viajando por el espacio y más allá en busca de llegar a algún cuerpo celeste cuando nuestro propio cuerpo está tan cerca? En la inolvidable serie “Los Expedientes Secretos X” el agente Fox Mulder decía: “No me voy a dar por vencido. No mientras la verdad esté allá afuera”. Capaz valdría la pena tener en cuenta que tal vez ya no esté ahí afuera sino acá, adentro, más adentro todavía.

Así y todo, los chicos de la NASA y el resto de las agencias del mundo siguen sin perder la  esperanza, porque se sabe, es lo último que se pierde. Siguen mandando señales o sondas, en realidad, verdaderos mensajes en las botellas, al insondable océano cósmico con la no tan secreta esperanza de que algo o alguien las reciba y, con suerte, las entienda.

Y si pasa eso, por favor que venga a invadirnos.

Antes que sea demasiado tarde.

 

 

Ale The Rose

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