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MEMORIAS

La Historia de Jean Pierre: El desarrollo del Centro de Esquí Cerro Bayo y la llegada de la embarcación Huemul 2

En el Capítulo N° 11 de sus Memorias, Raemdonck repasa cómo nacieron las ideas y cómo desarrollaron los proyectos turísticas que cambiaron para siempre a Villa la Angostura.
06/03/2021
La Historia de Jean Pierre: El desarrollo del Centro de Esquí  Cerro Bayo y la llegada de la embarcación Huemul 2

En el año 1975, antes del invierno, instalamos la Estación Motor de nuestro pequeño telesquí sobre una torre cubierta de un techo para protegerlo de las intemperies. El Intendente Armando Mazza nos ayudó, mandándonos unos empleados municipales para limpiar nuestra mini pista abajo del refugio. Contábamos con el apoyo de las autoridades municipales, conscientes de la importancia de nuestra actividad para la localidad.

 

 J-P y Carlos Vidal instalando el mini-telesquí.

Apenas que apareciera la nieve, íbamos a probar el telesquí y a olvidar los problemas del pueblo de esta época.

 Una actividad nueva para mí había sido la de concejal. No había deseado ese puesto político. El partido “Movimiento Popular Neuquino” me había pedido de participar en la campaña electoral como concejal “suplente” de la candidata Silvia Capraro, prometiéndome que no iba a tener que actuar en ninguna reunión. Lamentablemente, Silvia renunció durante la primera reunión del concejo y tuve que hacerme cargo de su puesto. Además hacia parte de la comisión de turismo y de una cooperativa creada para conseguir la instalación de teléfonos en el pueblo. Todo eso sin olvidar las organizaciones de las competencias de motos, y en las cuales tenía que participar para defender nuestro Club. No era una vida tranquila, teniendo en cuenta que las reuniones terminaban tarde en la noche. En el Concejo discutíamos durante horas, temas de los más variados, muchas veces sin el conocimiento necesario, como el  problema de la multiplicación de los perros vagabundos, de las deudas municipales, del asado para el día del aniversario del pueblo, del ancho de las veredas, etc., etc. Al final nos poníamos de acuerdo sobre unas nuevas ordenanzas que después de firmarlas tomaban fuerza de ley e íbamos a dormir.  Al día siguiente, todo el pueblo hablaba de estas ordenanzas y nos obligaban a anular lo que habíamos discutido durante horas con la mejor intención para el bien de la población. Nadie nos pagaba para eso y yo entendía porque había renunciado Silvia. Pero a pesar de los inconvenientes, realizamos un buen trabajo, dejando la comuna sin deudas y más ordenada.

 

 Jean-Pierre metido en la política.

 

Apenas conseguidos estos resultados, hubo la revolución del 24 de marzo de 1976. Los militares tomaban el poder y mandaban a La Angostura, de prisionera Isabelita, la viuda de Perón, relevada de sus funciones de Presidenta. Un comando militar la había ido a buscar al Palacio Presidencial con un helicóptero, para llevarla a un aeropuerto dónde la embarcaron para Bariloche. Ella llegó a la Residencia Messidor, vecina de Los Tres Mosqueteros, antes del amanecer. La pobre Isabelita, deprimida, muy delgada, encontró en Marga Moure la persona que la iba a acompañar.

Desde los años 1960, Perón, refugiado en España proyectaba su retorno al país. Lo que había intentado el 2 de diciembre de 1964, sin éxito. En su escala en Río de Janeiro había sido reenviado a Madrid. Durante esa época, el país sufría los ataques terroristas de los famosos “Montoneros”. Estos tomaban rehenes para recibir valiosos rescates que servían para comprar armas para sus atentados. A no cobrar los rescates, no vacilaban a matar sus rehenes, como fue el caso del ex Presidente General Aramburu, asesinado el 29 de Mayo de 1970. Los Montoneros se habían organizado en una provincia del norte, como los guerrilleros de “Sendero Luminoso” lo habían hecho en el Perú. Fueron años de guerrillas. Algunos días explotaban, en Buenos Aires, hasta veinte bombas en el mismo día, produciendo cientos de víctimas inocentes. Estos “Montoneros” animados por un espíritu revolucionario de extrema izquierda, admiradores del Che Guevara, querían imponer su ideología al resto de los argentinos. Perón  financiaba ese movimiento con la esperanza de su regreso. Y son los mismos Montoneros que provocaron una verdadera matanza a su llegada en Buenos Aires el 20 de junio de 1973, cuando por fin había sido autorizado a volver. Perón llevó a la cárcel a los guerrilleros que él mismo había financiado. Había vuelto con la esperanza de restablecer el país. Lo que no pudo realizar y falleció el primero de julio de 1974, dejando a su viuda la presidencia, con consejeros bandidos como “López Rega” que cuando hacía falta, bajo amenazas le exigían su firma.

Es así que Isabelita se convirtió en nuestra vecina, bien cuidada por Marga Moure, la administradora del Messidor, que la acompañó. En pocas semanas se había recuperado. Un día tuvo un pequeño romance con un oficial de la guardia que fue rápidamente desplazado. Eso hace parte de la pequeña historia del país, que solamente conocen los vecinos del Messidor y que los argentinos no aprenderán en la escuela.

A partir de ese día, los militares dirigían el país y nuestra Municipalidad se encontró en manos de un oficial de gendarmería, que el primer día de su mandato, chocó el Ford Falcón de la comuna que nos había costado poner en condición. Recientemente le habíamos hecho rectificar el motor. Todo lo que habíamos hecho para ordenar la Municipalidad había sido inútil. Tomé la decisión de no aceptar nunca más un puesto político. Lo que me iba a permitir dar más tiempo a la montaña.

Era tiempo de saber dónde estaba situado el refugio. Si el lugar  correspondía a Parques Nacionales o si se encontraba en un lote privado. En esa época, no existían todavía los GPS. Recurrir a una medición de varios kilómetros en una  vegetación muy densa,  por un agrimensor, iba a costar y demorar mucho. Uno de los miembros de la comisión directiva del CAVLA, Carlos Almada, trabajaba en la oficina de catastro de la Municipalidad. A su criterio, el refugio tenía que encontrarse en el extremo norte del lote pastoril N°14, propiedad de un ex abogado de Esquel, jubilado en Buenos Aires. El Doctor Ricardo Gerosa que había comprado el lote de 625 hectáreas a los descendientes de la familia Suiza Mermoud, Colonos Pioneros en ese lote pastoril desde principio del siglo XX, en el comienzo de la Colonización Agrícola Ganadera del Nahuel Huapi.

No podíamos seguir ocupando el lugar sin tomar contacto con su propietario. Mi idea era de convencerle de vendernos la parte necesaria para el desarrollo de un futuro Centro de Esquí. Con esta esperanza, salí para Buenos Aires para encontrarme con el Doctor Gerosa. Nuestro primer encuentro fue en un bar en frente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Me encontraba con una persona muy culta, viudo y hablando correctamente el francés. Después de una larga carrera jurídica en Esquel, se había retirado en su casa natal de Buenos Aires. Su hijo, también abogado, se había hecho cargo del estudio en Esquel. Gerosa vivía con su secretaria Michèle de origen francés y su cocinera Fátima.

Durante esa primera reunión en el Centro Bursátil de Buenos Aires, le expliqué la formación de nuestro Club Andino, con el cual descubrimos sobre el Cerro Bayo un lugar para esquiar, confesando la construcción del refugio, y que me interesaría comprarle 60 hectáreas para realizar un pequeño Centro de Esquí que necesitaba el pueblo. Inmediatamente me contestó que no era vendedor, pero que seguramente podríamos encontrar una solución y me pidió de reencontrarnos el día siguiente en el mismo lugar y a la misma hora.

Al día siguiente, me anunció que me tenía confianza y me dejaba disponer gratuitamente del terreno para colocar todas las instalaciones y construcciones necesarias. Le pedí veinticuatro horas para contestarle. Me dijo de pasar por su casa al día siguiente, para firmar un acuerdo.

La reunión había sido positiva, pero la idea de construir sobre un terreno ajeno no me gustaba mucho. Decidí insistir sobre la posibilidad de compra y hacerle una oferta. Había llevado solamente dos mil dólares, pero para eso necesitaba mucho más. Empecé por visitar alguien que me había comprado un hermoso lote de una hectárea en el barrio “Las Balsas” con costa de lago, al precio de cinco mil dólares, de los cuales todavía me debía tres mil. Lo encontré en cama con un cáncer muy avanzado. Amablemente, me pidió si podía anular la operación y devolverle los dos mil dólares que necesitaba. Dios y la Virgen venían a mi socorro. Sabía que el terreno había aumentado mucho. Acepté y le di los dos mil dólares.  La misma noche, invitado a cenar en la casa del amigo Livio Verona, le vendí el mismo terreno al precio de diez mil dólares. Livio, hombre de negocios, había encontrado un suculento queso con la venta de vehículos importados por diplomáticos que él revendía en su agencia. Y con la compra de una hectárea con costa al lago hacía una excelente inversión. 

Al día siguiente, disponiendo de mis diez mil dólares, fui a encontrarme con el Doctor Gerosa. Él vivía en uno de los antiguos barrios de Buenos Aires. La entrada era una puerta angosta, al lado de una ferretería de propiedad de su hermano. Apreté el timbre y después de una larga espera, Michèle me abrió la puerta, disculpándose en francés por la espera, explicándome que la oficina del doctor se encuentra a más de 30 metros y que sus piernas no estaban bien. Con su bastón, me llevó por un largo pasillo angosto hasta la oficina, pidiéndome de esperar al doctor. El cielorraso de la oficina estaba a más de tres metros de altura y las cuatro paredes cubiertas de libros jurídicos. Cuando pregunté a Michèle, cómo hacían para alcanzar estos libros, me contestó que llamaba a un joven vecino que por una propina escalaba una escalera para alcanzarlos. Había una puerta alta con vidrios que daba sobre un pequeño patio cubierto, con acceso a la cocina-comedor, el dominio de Fátima. Todo era del siglo anterior. Esperé al doctor en compañía de Michèle. Ella soltera, había estado casi toda su vida al servicio de “Monsieur Gerosa” y seguía a su servicio, porque tan apasionado de su profesión, el doctor dejaba de trabajar solamente para comer y dormir. Su hijo le comunicaba sus casos más difíciles. Don Ricardo entre sus libros de justicia y jurisprudencia encontraba como ganar los juicios más complicados y además ayudaba su nieto en sus estudios de derecho. Hoy este nieto es uno de los mejores abogados de Esquel, así como un excelente político y un gran defensor del medio ambiente. Cuando me recuerdo esta espera en compañía de Michèle, pienso que sin duda el doctor Gerosa quería tener la opinión de su secretaria sobre mi persona.

Michèle se retiró y finalmente llegó Don Ricardo que me contó como apenas recibido de abogado, llegó a Esquel, dónde trabajó mucho, dándome a conocer algunos hechos de su carrera. Me di cuenta que vivía modestamente, teniendo generosidad para ayudar cuando la ocasión se presentaba. Por fin me preguntó lo que había pensado de su generosa oferta. Le agradecí y probé de convencerlo otra vez que me vendiera esta parte de su lote. El no poder comprar esta parte del lote, me iba a ser imposible conseguir inversionistas para el desarrollo del proyecto. Un proyecto que sin lugar a duda iba a valorizar su lote. Ya disponíamos de un espléndido proyecto de ruta de acceso que daba un valor agregado a su lote, permitiendo que algún día pueda lotear el borde del camino. Un camino muy pintoresco que nos exigió varios meses de trabajo con un ingeniero de primer nivel que la Provincia nos había enviado. Creo que en un momento, me vio tan desesperado que empezó a ceder y me preguntó cuánto le ofrecía. Le dije que disponía de diez mil dólares, que estaba dispuesto a darle por una fracción de sesenta hectáreas en el extremo norte de su lote pastoril de un total de seiscientos veinticinco hectáreas, con la condición  de poder comprar algo más en el futuro, si después de medir el terreno, el refugio no se encontraría en las sesenta hectáreas. No me animaba de pedir más de un 10 % de la propiedad, por el riesgo de recibir un rechazo y volver con las manos vacías a Villa La Angostura. No recuerdo todos los otros argumentos que usé en ese momento. Seguramente que el cielo me ayudó, porqué a fin de cuenta Don Ricardo, entendió la importancia que iba a tener un Centro de Esquí para nuestra zona y llamó Michèle para dictarle un boleto de compra-venta por las sesenta hectáreas. La transacción estaba hecha y me despedí, más feliz que nunca. Enseguida tomé un taxi y fui a mostrar mi boleto de compra al amigo escribano Julio Vergara que no lo podía creer y me aconsejó de encontrarme con Jorge Tanoira, uno de los fundadores de Cumelén Country Club, para pedirle su opinión.

Al día siguiente, tuve la suerte de conocerlo. Me encontraba de repente en el mundo de los estancieros y de los jugadores de polo. Deporte en el cual los argentinos son los mejores del planeta, que exige un entrenamiento intensivo, acompañado de una cierta tranquilidad económica. Jorge Tanoira era padre y tío de grandes campeones de polo, vivía a pocas cuadras de la casa de los Groverman. Su departamento de dos plantas se encontraba arriba de un inmueble con terraza que ofrecía una amplia vista sobre el Rio de la Plata. Me encontraba en  otro mundo, muy distinto a la casa de Ricardo Gerosa, honorable profesional en su mundo de la justicia.

Jorge Tanoira era también abogado, pero antes de todo estanciero y hombre de negocios. Don Jorge y su mujer Susana, me recibieron muy amablemente. Les mostré algunas fotos de la pista de esquí, que habíamos descubierto en el Cerro Bayo  y de nuestro refugio “El Yeti”. Les conté mi intención de desarrollar allí un pequeño Centro de Esquí para los habitantes de Villa La Angostura y los que venían durante las vacaciones. Don Jorge encontró la idea excelente y preguntó de quien era la tierra. Entonces saqué mi boleto de compra de las 60 hectáreas. Don Jorge no podía creerlo. Le traía la posibilidad que un día, Cumelén tenga a su cercanía un Centro de Esquí. Después de pocos minutos, me propuso formar una nueva institución sin fines de lucro con el fin  de financiar el proyecto y que él se comprometía a entusiasmar varios interesados. Julio Vergara me había mandado a la persona que necesitaba. Saludé a Jorge y Susana y salí de la reunión encantado.

A la mañana siguiente, Jorge me llamó para encontrarme con él en su oficina, en el centro de Buenos Aires. Era para anunciarme que había programado una reunión en su Club de Productor de vacas Aberdeen-Angus, el 3 de septiembre a las 17 horas, dónde él iba a proponer la formación de una Sociedad para la construcción del Centro de Esquí.

El 3 de septiembre, quedé impresionado por la grandeza y el lujo de la sala de reunión, así como  de la cantidad de amigos que Jorge había convocado alrededor de la larga mesa. Éramos por lo menos treinta. Jorge explicó claramente el fin de la reunión. Hizo circular las fotos que le había traído y después de algunos comentarios de la asamblea, propuso formar una “Fundación” para desarrollar el proyecto de un Centro de Esquí sobre el Cerro Bayo. Para eso, propuso que cada “Socio Fundador” debía aportar una cuota, lo que “podría” dar la oportunidad a cada socio de construir su refugio al borde de las pistas. Lo que me pareció un engaño, pero fue lo que terminó de convencer a la asamblea. En realidad, nadie sabía que el lugar era todavía inaccesible y que construir allí, iba a ser casi imposible. Pero me quedaba sorprendido, como Don Jorge había podido juntar treinta mil dólares en tan poco tiempo. Estos primeros socios fundadores no se daban cuenta que la creación del Centro de Esquí les iba a dar la ventaja de ser parte de un grupo de apasionados por la práctica del esquí con precios muy económicos para ellos y su familia, aprovechando una rebaja de un 50% en el precio de los pases. En pocos años iban a recuperar su cuota de socios fundadores. Por mi parte, me comprometía de transferir el boleto de la compra de las 60 hectáreas a la “Fundación Cerro Bayo” al mismo valor que lo había pagado y de entrar como socio fundador con mil dólares. Por unanimidad fui nombrado presidente de la “Fundación”. Más adelante, nos dimos cuenta que el estatuto de nuestra sociedad no correspondía a la de una Fundación y nuestra sociedad se convirtió en la “ASOCIACIÓN CERRO BAYO”.

Satisfecho del resultado de esta reunión, ahora con la responsabilidad de mi cargo de presidente de esta nueva sociedad, volvía a Villa La Angostura, listo para emprender los primeros trabajos.

En primer lugar, decidí cambiar el proyecto original de la situación de la base a mil quinientos metros y la construcción del camino proyectado con el ingeniero Fonseca. Esta ruta de acceso iba a costar demasiado  construir y después  mantener. Además en el nivel mil quinientos no había  espacio suficiente para estacionar los coches.

Don Víctor Álvarez que criaba vacas en el valle del Río Bonito, me había explicado que casi todos los inviernos, perdía vacas en éste valle por culpa de la nieve. Pero lo que era un inconveniente para él, era una ventaja para nosotros. Con esta información, Carlos Almada me acompañó sobre el  Cerro O’Connor, opuesto al Cerro Bayo, separado por el Río Bonito. Desde allí, teníamos una excelente vista del faldeo Este del Cerro Bayo, en dónde teníamos que realizar la Base del Centro de Esquí. La orientación era perfecta, la pista nunca iba a recibir el sol de frente durante la tarde y la base se iba a encontrar en la cercanía del proyecto provincial. Se veía perfectamente por dónde se tenía que trazar la pista entre dos cañadones erosionados por el agua y dónde convenía establecer la base, se veía un lugar bastante plano a no más de cien metros del Río Bonito. Desde el Cerro O’Connor, tomamos como referencia un árbol seco en el lugar, dónde se podría realizar la base, situado por lo menos a cuatro o cinco kilómetros de la ruta que va a Bariloche. En realidad no muy lejos del centro del pueblo.

Nos costaron varias exploraciones con machetes, a través de los diversos cañaverales y otras vegetaciones tupidas para encontrar por fin el coihué seco, el punto de referencia que habíamos percibido desde el O’Connor. En esa vegetación tupida era difícil imaginar que un día podría encontrarse allí la base de un Centro Invernal. Una vez más, no sabíamos dónde nos encontrábamos. ¿Adentro del Parque Nacional o  adentro de un lote particular?

 

Vista del Cerro Bayo desde el Cerro O’Connor en 1979 durante la abertura de la pista principal.

 

En realidad, nos encontrábamos en el lote pastoril N°15, a pocos metros del límite con Parques Nacionales. Lo que supimos mucho tiempo después. Lo importante, era utilizar lo mejor posible lo que la naturaleza nos ofrecía y ver después dónde estábamos. Lo que fue mi error. Al conocer en ese momento la ubicación exacta, me hubiera puesto en seguida  en la búsqueda del dueño del lugar para comprarle una fracción del extremo norte del lote, como lo había hecho con el Doctor Gerosa. En ese momento el lugar no tenía ningún valor inmobiliario. La Base del Centro de Esquí en ese lugar, le iba a dar un gran valor agregado. Una vez que el Centro de Esquí estaba en actividad, fue difícil negociar con sus propietarias, como lo van a constatar más adelante.

Apenas el lugar definido, decidí hacer un camino de acceso para carreta de bueyes y poder empezar así la construcción de un refugio en la base. Ningún socio fundador podía imaginar el desmonte que íbamos a tener que realizar entre el refugio el YETI y la base proyectada para poder esquiar un día en este faldeo. En aquella época los hachadores no faltaban. Muchos habitantes vivían gracias a sus hachas con mango largo, afilados como hojas de afeitar y gracias a sus físicos atléticos. Uno de ellos era Reucan, descendiente mapuche que conocía la zona como la palma de su mano. Le pedí de abrir el camino. Lo que le encantó. Apenas empezado, trajo su mujer y sus seis hijos, estando ella embarazada del séptimo. La familia lo ayudaba con un campamento móvil, a medida que avanzaba el trazado. Así, Reucan  podía trabajar desde el amanecer hasta el atardecer.

 

 La Empresa Vial Reucan.

 

Lo único que yo hacía, era llevarles diariamente en mi moto los comestibles para la familia. Apreciaba el trabajo realizado y hacía corregir lo que hacía falta. Me encantaba ese paseo en moto. El séptimo hijo podía nacer de un día al otro, pero eso no parecía preocuparlos y no cambiaba en nada su ritmo de vida. Seguramente que en el momento de dar a luz, todo se iba a solucionar con naturalidad. Mientras tanto, ella seguía, ocupándose de las comidas y de los más chicos, mientras Reucan trabajaba con los mayores.

 

 

Caminando por el sendero de Reucan para construir el Refugio Base.

 

 

Con los bueyes, trayendo materiales para el Refugio Base.

 

 

Empezando la construcción del Refugio Base.

 

Cuando Reucan terminó el sendero hasta la base y cuando comenzamos  la construcción del refugio base, me enteré que el Gobernador de la Provincia se encontraba de vacaciones  en la Residencia El Messidor. Era el Coronel José Andrés Martínez Waldner, nombrado Gobernador de la Provincia por la Junta Militar después del golpe militar del 24 de marzo de 1976. Lo invité a acompañarme a pie hasta nuestra futura pista de esquí, por el sendero. Su familia nos acompañó y aproveché la caminata para explicar nuestro proyecto y como esperábamos realizarlo. Siempre con nuestro mismo “leitmotiv: Think big, start small” y que lo único que nos haría falta de parte de la Provincia, sería la construcción de la ruta de acceso  y que el plano realizado por el Ingeniero Fonseca nos serviría para los cuatro primeros kilómetros.  Esa misma noche, el Gobernador me invitó a cenar en El Messidor. Me prometió que a su vuelta a Neuquén, me mandaría un equipo de Vialidad Provincial con una topadora para empezar los 6,3 km de ruta hacia nuestra futura base. No lo podía creer y efectivamente la semana siguiente apareció el personal de Vialidad Provincial, un camión y dos máquinas para empezar la ruta de acceso.

Sin la revolución de 1976, nuestros políticos seguramente no se hubiesen puesto de acuerdo sobre esta obra tan importante para Villa La Angostura.

Ahora que les estoy contando los principios del Centro de Esquí, me doy cuenta que me olvidé de contarles un momento importante de mis actividades lacustres en la misma época. Lo que voy a permitirme de intercalar aquí.

Al final del año 1974, a pesar de mi creciente afinidad por la montaña, guardaba un resto de nostalgia por la navegación sobre el Nahuel Huapi. Nuestros vecinos de Los Tres Mosqueteros, la familia Cilley Hernández, dueños del Hotel Angostura, con quienes habíamos ligado amistad  durante los primeros años de nuestro restaurante, seguían apareciendo en las épocas de vacaciones. Los años pasaron y la hija mayor, María Elena vino a administrar el hotel en el principio de los años 1970. Papá Cilley venía a menudo, interesándose en el desarrollo del pueblo. Era muy autoritario y toda la familia vivía bajo sus órdenes. Un día, conociendo mi experiencia del lago, me preguntó si conocía algún buen barco, para pasajeros, en venta. Justamente, conocía uno excelente,  con eslora de 15 metros, en venta a buen precio. Se trataba de una embarcación construida en uno de los mejores astilleros de Buenos Aires, a pedido de la familia Ortiz Basualdo, dueños de la Península Huemul, que lo habían bautizado con el nombre de “HUEMUL II”.

Don Ernesto Cilley me propuso comprarlo y  trabajarlo en sociedad. Su hijo Ernesto me iba a ayudar. Con una buena embarcación, íbamos a ofrecer un servicio lacustre de calidad, confortable y más seguro que lo que se ofrecía por las pequeñas embarcaciones de esta época. Pocos años antes, una de estas, sobrecargada de estudiantes se había incendiado de punta a punta. El incendio había sido provocado por una pérdida de nafta en el fondo del casco. Los estudiantes tuvieron que tirarse al agua. Varios desaparecieron para siempre.

El proyecto me parecía excelente. Compramos el barco y pocos días después llegó Ernesto hijo, al volante de un inmenso camión “Scania-Vabis”, con la intención de ayudarnos a poner la HUEMUL II en perfectas condiciones de navegación.

Ernesto padre había ofrecido este camión a su hijo para que lo trabaje en la Provincia de Buenos Aires. Decían que el negocio no era tan bueno como lo esperaban y habían decidido pararlo. Ernesto hijo era muy meticuloso con su camión que parecía recién salido de fábrica. Su principal preocupación era de mantenerlo así. Este amor de la perfección me encantó. Estaba seguro que iba a poner su mejor voluntad en los arreglos de la Huemul II. A pesar del aspecto muy abandonado de su persona, no podía existir alguien más meticuloso que él para realizar las transformaciones que habíamos decidido.

 

La Huemul II en Puerto Pañuelo antes de su compra.

 

La Huemul II había navegado varios años entre Bariloche, Isla Victoria y Arrayanes con cuarenta pasajeros sentados, en una larga cabina totalmente cubierta.

 

La Huemul II, reformada.

 

Para darle más confort, decidimos achicar la cabina, disminuyendo la capacidad original a solamente veinte pasajeros, dejando la mitad de la cabina con veinte asientos para usar los días de mal tiempo. Estábamos seguros que los otros días, la mayoría iban a elegir los asientos exteriores. Estas transformaciones implicaban muchas horas de carpintería. Ernesto ponía su mejor voluntad, cuidando cada detalle, sin preocuparse del tiempo que corría, acercándonos a la temporada que no podíamos perder. Ernesto preocupado en su obra de arte no daba importancia al problema. Además había que hacer inspeccionar la embarcación por Prefectura Naval y yo tenía que renovar mi licencia de timonel. Trámites que siempre demoran, trayendo habitualmente complicaciones inesperadas.

El día de la inspección, el oficial de Prefectura declaró que sin el cuerno que se usa en caso de neblina, no nos podía dar el permiso de navegar. Como había que pedirlo a Buenos Aires y esperar que llegue, para ganar tiempo pedí a Argentino, marinero de la Modesta Victoria desde el naufragio del Pelícano, que preguntara a su capitán si nos podía prestar uno. A la mañana siguiente fui a Bariloche a mostrar, al oficial, el cuerno. Me dijo que el cuerno tenía que encontrarse a bordo de la embarcación y no en mi coche. Tuve que traer el inspector a Angostura y llevarlo de vuelta a Bariloche, para que haga su control a bordo. Todo un día perdido.

Por fin, después de dos meses  de sacrificios, justo antes de Navidad de 1974, hacíamos nuestra primera excursión al Bosque de Arrayanes. Ese nuevo servicio turístico era un verdadero éxito y hacíamos una excursión a la mañana y varias veces dos a la tarde.

 

Ernesto Cilley al timón de la Huemul II.

 

Fue durante ese verano de 1974/75 que tuvimos la visita de Charles, precedid de Lily. Para un marinero como Charles, nuestro paseo a Arrayanes no presentaba ningún problema. Era difícil explicarle que a veces había grandes temporales que exigían prudencia en otras partes del lago, con riesgos de naufragios.

 

La Huemul, la embarcación ideal para viajes a Arrayanes e Isla Victoria.

 

 

Charles y papa Cilley a bordo de la Huemul II.

 

Esta empresa lacustre era un excelente negocio, mucho más rentable que el transporte de mercadería, sin problema de carga ni descarga de muchas toneladas con los brazos. “Un suculento queso” que aprovechamos durante cinco años, sin muchos problemas.  Como pueden imaginar, desde el principio de nuestra vida en Angostura, innumerables anécdotas sucedieron. Un libro no alcanzaría para contarlas. Además, como decía Luis Borges: “La vida no es la que vivimos, pero la que recordemos”. Quedaremos ahora con los recuerdos importantes de nuestra vida.

Uno de estos ocurrió en 1976, cuando Michel conoció a María y viajó a Bélgica para anunciar que había encontrado la mujer de su vida. El 27 de octubre 1976, nació Claudia, la hija mayor. Fui elegido padrino de bautismo de Claudia. Los “Tres Mosqueteros” se transformaban en una empresa familiar que iba a crecer a cada nacimiento.

 

María, Claudia y Michel.

 

Un día durante ese mismo año 1976, pasó por el aserradero un representante de comercio, ofreciéndome de comprarle un cajón de treinta y seis hachas de buena calidad. El precio era muy bueno y me quedé con las treinta y seis hachas.  En la noche, me empezó a preocupar esta compra. Pensé que me había dejado engañar por este representante. ¿Qué iba a hacer con tantas hachas? Decidí ofrecerlas a los vecinos a un precio inferior a las que se vendían en Bariloche. En una semana se habían vendido todas, con una buena ganancia. Decidí hacer otro pedido, agregando martillos y tenazas. Esta actividad comercial era mucho más simple que fabricar puertas y ventanas. Había encontrado un queso de mejor calidad. Con la ventaja de tener en casa un stock de clavos, tornillos, bisagras, etc., indispensable para mi carpintería, ya que antes tenía que ir a comprar en Bariloche. Así nació en casa la  “Ferretería Jean-Pierre”, que a partir de 1982, iba a quedar bajo el mando de Jean-Marie, con el nombre de “Ferretería J-M”. Pero no saltemos las etapas. En ese año 1976, contento del desarrollo de mis mini empresas y el descubrimiento de un nuevo queso, tan bueno como el negocio de la “Huemul II” y del chocolate para Michel, viajaba a menudo a Buenos Aires para encontrarme con los mayoristas en artículos de ferretería. Para ellos, yo era un cliente original y me invitaban a comer. Les gustaba conocer mi vida al borde de ese gran lago, del cual conocían apenas el nombre. Por mi lado, descubría esa clase social, enriquecida gracias a su trabajo y competencia comercial. La mayoría disponían de stocks impresionantes que amontonaban en antiguas casas del centro de Buenos Aires. La acumulación de estas mercaderías les protegía de las devaluaciones cíclicas del país.

Un día tuve la experiencia de una de esas devaluaciones. El día anterior, había recorrido mis proveedores, anotando los precios, con la intención de estudiar en la noche, cuales iban a ser mis compras. Al otro día me encontré con todos los negocios cerrados. Horas tras horas, el precio del dólar subía. En una noche mis pesos valían tres veces menos y pude comprar solamente une tercera parte de lo que había previsto.

De una sola devaluación salí ganando. Al final del año 1973, había conseguido un préstamo bancario para comprar una camioneta Ford F100 nueva, cuando vino la famosa devaluación que llamaron: “El Rodrigazo” (del nombre del ministro de economía Celestino Rodrigo) que me ayudó a devolver fácilmente el préstamo bancario.

 

 Fuente: https://jpraemdonck.blogspot.com/2021/03/capitulo-11-desarrollo-del-centro-de.html

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