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MEMORIAS

La historia de Jean Pierre: "Visita a Bélgica y descubriendo Suiza"

En el capitulo Nº25, cuenta sobre el viaje a Bélgica y Suiza.
12/06/2021
La historia de Jean Pierre: "Visita a Bélgica y descubriendo Suiza"

A fines de marzo de 1988, Bernadette y los chicos salieron para Bélgica pocos días antes de Pascua. Didier tuvo la gentileza de ir a buscarlos a París.

Apenas llegado a Bruselas, Bernadette tuvo la noticia del fallecimiento de su abuela, la madre de Mamy y fueron al funeral en Amberes. Ella había esperado mucho conocer Édouard, su último bisnieto. 

Papy alquiló dos departamentos en la costa para reunir toda la familia. Paul y Hélène se reencontraban con el gran lago del norte y sus lindas playas, donde sus primos les enseñaron los secretos del comercio.

El negocio de flores está abierto, se esperan los clientes. David, Paul, Tanguy, Hélène, Gaëlle, Edouard y Anne-Sophie

Un día, maman, invitó a Bernadette, Paul y Hélène al “Atomium” de Bruselas.

Subiendo al restaurante del “Atomium”.

Después de esta interesante visita, se descompuso el auto en pleno centro de Bruselas. El auto alquilado en París, de golpe, largó una nube de vapor y Bernadette tuvo que parar en el medio del tráfico y llamar un auxilio.

A principios de mayo viajé a Bélgica, y cuando  llegué, Bernadette tuvo que ser operada de un cálculo en un riñón. Mientras ella estaba todavía en convalecencia en la clínica y que la familia se había hecho cargo de Hélène y Edouard, salí con Paul a Francia para encontrarnos con el ingeniero Yves Declève. 

A los tres años, Paul había hecho su primer viaje en tren desde Bruselas hasta la costa belga. Ahora, entre Paris y Grenoble, los dos descubríamos el famoso TGV. ¡Qué maravilla!  

Después de nuestra reunión en Grenoble, Yves Declève nos llevó a Abondance, dónde nos esperaba en su chalet de Saboya, la familia Pignier.

 

Al día siguiente Jacques nos llevaba con su hijo Cédric a Annecy, para subir a bordo de un helicóptero de socorro, admirablemente piloteado por uno de sus amigos. Después del TGV, el vuelo en helicóptero fue una nueva experiencia inolvidable. Para mostrarnos las ventajas de su gran libélula, el piloto nos llevaba con mucha seguridad a pequeños valles, dónde aterrizábamos suavemente sobre una punta rocosa, antes de retomar vuelo. 

 

Una tarde mientras Paul se quedó a jugar con Cédric, Catherine me llevó con su Citroën 2CV, a la Estación de Esquí de Morgins en Suiza, a pocos kilómetros de Abondance. Allí, recién habían inaugurada una nueva telesilla triple y se encontraba desarmada la telesilla anterior de dos plazas, en muy buen estado. Todos los elementos eran galvanizados y parecían casi nuevos. No había aparecido ningún interesado para aprovecharla. ¿Cómo el ingeniero Declève no me había avisado de esta oportunidad? 

La ex-telesilla doble de Morgins reemplazada por una triple para aumentar la capacidad de esquiadores. 

De vuelta en Bélgica, tuvimos una agradable estadía en Duinbergen, mimados por mi madre, con paseos por la costanera, degustaciones de helados, cuistax, etc. El 8 de mayo, mientras estábamos Paul y yo en Francia, Edouard había festejado su primer cumpleaños en Golvenzang con sus dos  abuelas.

Edouard con su primera vela.

Después de todos estos simpáticos encuentros, a fin del mes de mayo volvíamos a la Argentina. En París, nos asustamos cuando el agente de migraciones nos dijo que las Visas de los chicos estaban vencidas desde el 24 de mayo. Por suerte cerró los ojos y nos dejó pasar (sin coima). 

En Ezeiza, nos esperaban nuestros amigos Furlong y en Bariloche el cuñado de Jean-Marie con su camioneta Combi para traernos a Villa La Angostura con todos nuestros equipajes.

Al día siguiente Paul y Hélène volvían a la escuela. El 5  de junio Bernadette cumplía sus 38 jóvenes años y Hélène festejaba su quinto cumpleaños el día siguiente. 

 

Pocos días después, Hélène y después Paul tuvieron una angina. Sin duda por culpa de algunas bacterias o unos virus encontrados durante el viaje. 

Y otra vez nos preocupaba la llegada de la nieve.

En la carta de Bernadette del 28 de junio de 1988: “Cuando volvimos, tuvimos algunos días de frío intensos seguidos de un aumento de la temperatura  y ahora nuevas fuertes heladas con nieve sobre la montaña y ayer un nuevo aumento con lluvia que derritió el poco de nieve que había caído. Anoche, un temporal hizo caer unos postes de luz y otra vez estamos sin energía”. 

Problema que se repite cada año. A cada fuerte temporal caen unos árboles sobre las líneas eléctricas produciendo terribles desastres. ¿No parece increíble de tensar líneas eléctricas aéreas abajo de los árboles, sabiendo que estos van a caer encima? 

Mientras, esperábamos la nieve en el Cerro Bayo, hacíamos publicidades, especialmente en los diarios de Bariloche que agregaban brillantes artículos para entusiasmar a sus lectores a venir a descubrir nuestras instalaciones. Lo importante era  hacernos conocer, empezando por Bariloche. A continuación aparecieron los diarios y revistas nacionales que nos iban a hacer conocer en todo el país, sin olvidar los canales de TV, felices de venir a presentar nuestro Centro de Esquí, recién nacido.

 

La carta de Bernadette del 20 de julio de 1988: “Acá, no terminamos con las enfermedades, después de las anginas de Paul y Hélène, Paul agarró la varicela que transmitió a Edouard y Hélène. Muy fuerte a ellos dos, que se encontraban llenos de globitos de agua en el tórax y la espalda, con los picazones que eso provoca. Curada, Hélène volvió a la escuela y agarró una gripe con alta temperatura y Edouard está muy congestionado. Con eso estoy continuamente en casa, porqué Marcia estando con los chicos, también agarró la varicela y ahora no la puedo dejar sola con los chicos, porque desde la semana pasada tuvo cuatro desmayos. Hoy la mandé al médico que dice que es nervioso y le dio algunos calmantes. Si eso no da buenos resultados, habrá que hacer unos estudios, pero por el momento…. (Después de estos problemas de salud, por fin, Bernadette cuenta el principio de la temporada) El primero de Julio, tuvimos unas fuertes caídas de nieve (El Milagro), las únicas hasta hoy. Lo que nos salva con la ayuda de las heladas”.

Milagro, llegó la nieve.

“Sentimos fuertemente los efectos de la crisis económica en el país y no tenemos muchos clientes. Además, hay muchas huelgas aéreas, lo que no ayuda. A partir de la semana próxima tienen que llegar los primeros grupos de estudiantes. El alquiler de equipos de esquíes anda muy bien. Paul tomó gusto al esquí y venció este miedo. Hélène, debido a las enfermedades no esquió mucho todavía. Los dos están inscriptos a un programa de clases durante las vacaciones que empezaron a principio de agosto”

 
Paul, campeón del Slalom organizado el día de su cumpleaños.
Paul, campeón del día, cumple sus ocho años en buena compañía en el refugio “El Yeti” del Club Andino Angostura.

El 4 de setiembre de 1988, el día siguiente de nuestro 11° aniversario de casamiento, salí para Suiza. Era mi primera expedición a ese país, dónde no esperaba nunca encontrar tanta gente capaz y amable para enseñarme el “Como Hacer” y ayudarme a encontrar el material que nos hacía falta en el Cerro Bayo. A partir de  1988, volví a Suiza, durante 4 a 6 semanas, cada año. Acumulé así un total de más de dos años de vida en ese hermoso país. El fin principal de mi primer viaje era la adquisición de la telesilla doble encontrada en la Estación de Deportes Invernales de Morgins. En realidad, Francis Coffy, durante su estadía en Villa La Angostura, ya me había hablado de esta posibilidad que pude verificar el día que Catherine me llevó con su Citroën 2CV. Francis, trompetista de la banda de música de Abondance se encontraba a menudo con su amigo, director de la banda de música de Morgins, y conocía así todas las noticias del lugar. 

La segunda pasión de Francis después de la pesca.

Por su lado, Bernadette escribe: “Paul, gracias al programa francés, empieza a leer relativamente bien a pesar de las dificultades de algunas palabras pero le sigue gustando mucho más las matemáticas. Por otra parte, el camino para llegar a casa se encuentra en un estado deplorable. Hay huellas tan profundas que el coche no puede transitar. Pedimos a la municipalidad ponga ripio, pero no nos hace caso, siguen pasando la moto-niveladora que profundiza el camino, al vez de subir su nivel con materiales. Viernes, la CGT organizó una huelga general y amenazó de hacer otra. En cuanto a Édouard, se expresa solamente por gestos y gritos, es terrible porque tiene su carácter y sabe lo que quiere”

Abandoné a Bernadette, dejándola con tantos problemas. En Europa, después de una escala en Madrid, llegué a Bruselas, dónde mi hermano Xavier me prestó una caja de herramientas y materiales de camping. Alquilé un auto chico en el cual agregué un colchón y me fui al Centro de Esquí de Morgins, durmiendo en mi coche, al lado de las estaciones de servicio. 

Mi objetivo era poner la telesilla en contenedores y mandarla por vía marítima a Buenos Aires. En Abondance, Jacques y Catherine Pignier me invitaron y en la misma tarde, Jacques llamaba al Gerente del Centro de Morgins, Jacques Nanthermod, para presentarme, explicándole nuestras realizaciones en Argentina. No podía tener un mejor contacto.

Había pagado muy caro la telesilla conseguida en Francia y ahora encontraba una en Suiza, muy linda, casi por nada. Las torres habían sido retiradas por helicópteros y se encontraban todavía en la montaña al lado de la llegada de la nueva telesilla en un lugar accesible con un camión. Eran torres reticuladas. Había que desarmarlas para ponerlas en contenedores. También había que desarmar todas las sillas para que ocupen el menor espacio posible en los contenedores. Igual operación para las estaciones motor y retorno que se encontraban al costado de la ruta a la salida de Morgins. Las sillas habían sido depositadas en un terreno de Villeneuve y el cable había sido vendido.

Morgins con la telesilla, antes de su compra.

El día siguiente, negociaba en cinco minutos la operación con Jacques Nanthermod y salía contento con mi auto chico y mi caja de herramientas a desarmar mi primera torre. Mi única  compañía eran algunas vacas con sus ruidosas campanas. En un momento, tuve que enojarme contra una, venía de comer mis sándwiches que había dejado al lado de la caja de herramientas. Para cada torre eran cientos de bulones bien apretados con sus cuatros columnas largas, de hasta 100 kg c/u. Era indispensable encontrar un ayudante.

Desarmando la primera de las 12 torres.

Al final del día, invitado a dormir en la casa de Francis, le conté mi día y le pregunté si conocía alguien para ayudarme. Todos los que él conocía, estaban ocupados y en última instancia llamó a un campesino que aceptó. El día siguiente, lo pasé a buscar en una cafetería. Parecía pobre pero feliz. Por suerte, había encontrado un buen compañero de trabajo.

 

Al medio día, en el momento del picnic, me ofreció un excelente queso de su producción y me contaba que tenía algunos chalets que arrendaba a los turistas. Al final yo resultaba ser el pobre, pero por lo menos tan feliz como él. Todos los días, entre las 6 y las 7 de la mañana, antes de acompañarme, ordeñaba sus vacas y el sábado, se tomaba franco para hacer otras tareas.

Para ayudarme, los sábados, el más joven de los hijos de Francis me acompañaba a Villeneuve para desarmar las sillas.

 

El problema más grave fue cuando hubo que desarmar la gran polea colocada sobre el eje del reductor. Con la ayuda de Francis, probamos con un crique de 30 toneladas y después con un secundo idéntico, sea una fuerza de 60 toneladas. Desesperado, llamé a la fábrica Städeli de Zurich, donde me contestaron que a veces hacía falta más de 100 toneladas y me ofrecieron de mandarme uno de sus técnicos, justamente en la zona. Treinta minutos más tarde llegaba una camioneta de la firma Städeli, llena de herramientas. El chofer, con mameluco, preguntó quién iba a pagar. Era Gord Andereau, suizo alemán, perfecto bilingüe, que con el tiempo iba a ser un excelente amigo y consejero, que me ayudó varias veces, hasta acá mismo en el Cerro Bayo. Una vez de acuerdo sobre el precio, Gord colocó su crique de 120 toneladas y en menos de 15 minutos solucionó el problema que me había hecho perder dos días.

Francis probando desarmar la polea con dos criques de 30 Toneladas c/u.

En Vevey a unos cien kilómetros de Morgins hay una agencia marítima a quien fui a pedir dos contenedores que me mandaron sobre vagones a la estación de ferrocarril de Monthey, situado a treinta kilómetros de Morgins, donde tomé contacto con la empresa de camiones de la familia Defagot, con quienes también terminé siendo gran amigo. Maman Defagot me recibía como un hijo con alojamiento y muy buenas comidas. Eran originarios de Morgins, dónde habían tenido el primer almacén y les encantaban mi aventura. Con sus camiones me traían a la estación de Monthey todos los elementos de la telesilla y me ayudaban a colocarlos de la mejor manera posible en los contenedores.

 

Los empleados de la estación me prestaban herramientas que yo devolvía dos a tres horas después que se habían idos, en el depósito de la estación, dejando escondida, bajo un florero, la llave. Nunca había imaginado encontrar gente tan amable.

Todo el arte era de aprovechar lo mejor posible cada contenedor sin sobre pasar el peso de carga admitido, combinando bien los elementos de mucho peso con los de mucho volumen.

Un verdadero rompecabezas.

Me di cuenta entonces que el fabricante “Städeli” había tenido en cuenta  las dimensiones de las piezas para su exportación en contenedores a muchas partes del mundo. Las dos grandes poleas entraban con precisión, poniéndolas en diagonales en el contenedor. Una vez todo cargado había que hacer las formalidades burocráticas para la exportación.

En el momento de ir a saludar y agradecer Jacques Nanthermod a Morgins, este se recordó que me podría vender un pisa-nieve “RATRAC” ideal para el Bayo. El precio era realmente muy conveniente y no quise perder la oportunidad.

Jacques Nanthermod mostrándo el “RATRAC”.
 

Era justa la máquina que nos hacía falta. A penas puesta sobre vagón, salí para Zurich, en Suiza alemana, más exactamente en el pequeño pueblo agrícola de Flums en la fábrica Bartholet, dónde me tenía que encontrar con Hans Sprecher y el ingeniero Walter Ettlin. 

Hans era dueño de un negocio de deporte en Davos y había aparecido en el Cerro Bayo para ofrecernos de alquilar, en sociedad con él buenos esquíes. Cada año nos visitaba y alojaba en casa. Buen comerciante, conocía todo el mundo relacionado con el esquí en la zona de Davos, entre los cuales el ingeniero Walter Ettlin, inspector de los medios de elevaciones del Cantón de Glarus. Por mi parte, no conocía ni Anton Bartholet, el dueño de la usina, ni al ingeniero.

En Flums, cuando llegué a la Fábrica Bartholet, encontré una empresa familiar, que producía pequeñas máquinas agrícolas así como medios de elevaciones. El padre, Anton, dirigía los talleres, su mujer Lisbeth las oficinas y sus dos hijos estudiaban y trabajaban en la fábrica familiar. Se trataba de una empresa muy activa. Anton nacido en Flums, había empezado con un tallercito de afilado de cuchillos que fue creciendo con la ayuda de Lisbeth, para ser hoy una gran fábrica, dirigida por su hijo, Roland Bartholet.

Anton me recibió con los brazos abiertos, como lo hacía con todos sus clientes que terminaban por ser sus amigos. En el salón de reuniones, me invitó con una buena cerveza, buenos quesos y excelentes fiambres, mientras esperábamos a Hans Sprecher y al ingeniero Walter Ettlin. Nos hablábamos por medio de gestos y dibujos.

Hans Sprecher, había organizado la reunión. Ettlin con sus contactos en los diversos Centros de Esquís, sabía dónde encontrar un medio de elevación que podía servirme y que los talleres Bartholet podían ayudarme a desarmar.

El ingeniero Ettlin me propuso un telesilla Städeli, del Centro de Esquí de Laax, cerca de Chur, que podía conseguir al precio del desarme. Era una nueva oportunidad. Además, como la firma Bartholet se había comprometido a efectuar el armado de una nueva telesilla cuádruple, podíamos aprovechar el helicóptero para bajar las torres a la playa de estacionamiento. Por mi parte, tenía que ocuparme solamente de desarmar los tableros eléctricos. No había duda que era un excelente negocio y acepté.

La misma noche, acampé en la estación motor de mi nueva adquisición, dónde aprovechaba una pequeña cocina que utilizaban los operadores de la telesilla. Mientras cocinaba un huevo con panceta, estudiaba por dónde iba a empezar a desarmar los tableros eléctricos. Había que marcar todos los cables y poner en un cuaderno sus lugares. Al día siguiente, muy temprano, llegó con su camión grúa, Niklaus, el brazo derecho de Anton Bartholet, para empezar el desarme de la estación motor. Nunca había imaginado un equipo tan eficaz.

Niklaus con sus dos ayudantes y su camión grúa en full-action.

En realidad, pude conseguir este medio de elevación, casi gratuitamente, gracias al ingeniero Ettlin que era el responsable técnico del Centro de Laax. Él pudo convencer a los dueños que el desarme les iba a costar más que el precio que lo iban a poder vender desarmado. Hay que saber que en Suiza, los Centros Invernales conseguían préstamos bancarios muy ventajosos para colocar medios de elevaciones nuevos de fabricación Suiza y a nadie le convenía instalar un medio de segunda mano. Los únicos interesados eran países como Canadá y algunos países asiáticos. Era cuestión de llegar antes que ellos. En un momento del desarme, apareció uno de los dueños del Centro que me hizo entender que yo estaba haciendo un muy buen negocio gracias a ellos y que esta telesilla me iba a dar muchas satisfacciones. Actualmente es la Telesilla del Bosque, tan apreciada desde su instalación por los esquiadores del Cerro Bayo. 

Llamé la empresa de transporte de Vevey, y confirmé por “fax” mi pedido de mandar dos contenedores a la estación de ferrocarril de Flums, dónde Niklaus me iba a cargar con mucho cuidado todos los elementos. Así en menos de tres semanas, entre Morgins y Laax, terminaba de cargar dos buenas telesillas de marca Städeli. Estos medios de elevaciones, hacía menos de veinte años habían costado, a sus primeros dueños, una fortuna. Pero, ya no estaban de moda y los Centros de Esquí europeos necesitaban medios más veloces y de más capacidad de transporte. Y para nosotros eran justo el tipo de medios que nos hacían falta. El único problema, el cable había sido vendido a una empresa forestal para transporte de madera por cable carril.  Tenía que encontrar, sin falta, uno en buen estado. Llamé a Hans, que se puso en la búsqueda, mientras me esperaba en su casa en Davos.

Después de la compra de dos telesillas, negociaba la compra de un frasco de dulce en Davos.

Lo que me dio la oportunidad de conocer el famoso Centro de Davos, uno de los más famosos Centros Turísticos del mundo. Hans me invitó a alojar, muy bien recibido por su mujer y sus dos hijos quienes hablaban solamente suizo alemán, del cual no entendía nada. Por suerte Hans, buen poliglota me traducía. Con Ettlin no tenía problema, porque dominaba bastante bien el español por estar casado a una española.

Hans había encontrado un cable en buen estado. El único inconveniente, era que había que ir con un carretel para enrollarlo y traerlo a la Estación de Ferrocarril de Flums. Eran dos mil metros de cable de un diámetro de 27 milímetros, con un peso aproximado de cinco toneladas a enrollar sobre un sólido carretel, en el pequeño Centro de Esquí de Vulpera, cerca de la frontera austriaca. La cuestión era: ¿A dónde encontrar un carretel y como llevarlo? Bartholet tenía uno muy grande, pero entre su precio y su transporte, me iba a salir más caro que el cable y ocupar mucho espacio en el contenedor. Es así que dibujé rápidamente un proyecto de bobina de madera, desarmable para poder transportarla en mi Peugeot. Bartholet encontró buena la idea y me dio cuatro varillas enroscadas y dos chapas de hierro perforadas para unir las maderas. Compré la madera en un pequeño aserradero artesanal que nunca había imaginado. Una máquina para poner en un museo. Una sierra vertical montada sobre un marco de madera que iba de arriba abajo gracias a la fuerza motriz de un arroyo que pasaba por debajo del edificio. El dueño trabajaba solo y producía tranquilamente lindas vigas y tablas, bien derechas y no cobraba mucho. 

Aserradero modelo 1890, en Davos en 1988.
La familia Sprecher, un domingo en Davos.
Mis ayudantes para la fabricación de la bobina. 

Hans me facilitó su garaje para fabricar mi invento, pero con la condición de hacer el menos ruido posible. Aproveché el fin de semana, visto que me esperaban en Vulpera el lunes por la mañana para enrollar el cable. Pero no conocía una ordenanza de Davos que exige de no hacer ningún ruido los fines de semana, es decir prohibido las cortadoras de césped, martillazos, etc. Cualquier infracción es directamente denunciada por los vecinos. Tuve que refugiarme en el subsuelo de Hans que seguía insistiendo de hacer menos ruido.

El lunes, me estaba yendo de Davos antes del amanecer para llegar a Vulpera, con la bobina desarmada, a tiempo para armarla lo antes posible. Por suerte funcionó todo como previsto. Este pequeño Centro de Esquí se encuentra en un lugar perdido de Suiza, dónde la lengua oficial es el “Romanche”, hablado solamente por 20.000 personas en el mundo. Un idioma que se acerca al latino. 

El carretel, fabricado en la casa de Hans en Davos. 
Enrollando el cable sobre el carretel.

El responsable del Centro, persona muy simpática, vestido con ropa de trabajo, me enrolló el cable, poniendo una capa de aceite a cada piso de enrollamiento. No esperaba  encontrar tal amabilidad. Sin lugar, a duda que, cuando vio mi bobina “Home Made”, se dio cuenta que no disponía de muchos medios. En realidad era amable por naturaleza como la mayoría de los montañeses que conocí durante estos días. 

Mandé el rollo de cable a la Estación de ferrocarril de Flums dónde Hans me había hecho llegar, unos balancines recibidos del Centro de Esquí de Davos y una buena cantidad de esquíes y botas para nuestro “Rental”. Así se terminaba esta primera expedición en Suiza, seguida de muchas más como lo van a constatar en los próximos capítulos.

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