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DiarioAndino lanza una nueva columna:  Literatura recomendada por Federico Watkins

Durante todo el verano, el escritor neuquino recomendará semanalmente un libro. En esta edición: “La enfermedad de escribir”, del inoxidable Charles Bukowski.
27/12/2021
DiarioAndino lanza una nueva columna:  Literatura recomendada por Federico Watkins

Comienza hoy esta columna sobre literatura. Esperamos salir todas las semanas. Las intenciones están. Bienvenidos y bienvenidas.

Tengo en mis manos la segunda edición en español de un libro esperado por todos los fans de Bukowski (a veces uno espera sin saber qué, pero cuando me enteré de su existencia dije algo así como “al fin”): una selección de la cartas que envió a escritores y editores en las que reflexiona sobre el oficio de escribir. ¿El arco temporal? De 1945 a 1993. Es decir, desde los 25 años. Es decir, en llamas.

Este libro sale en medio de un consenso: Charles Bukowski ya está considerado uno de los grandes escritores yanquis del siglo XX. A la altura de Faulkner y Mailer y Steinbeck y Pynchon. Y lo logró a lo Jack London: viviendo, y luego escribiendo.

Escribir desde los márgenes o desde una cama mugrienta o desde el hipódromo o a mano porque había vendido la máquina para comprar escabio no solo fue su marca de agua sino la columna vertebral de su obra y lo que lo convirtió en un género en sí mismo. Un ídolo que no era un Dios al que mirar hacia arriba y reverenciar, dueño de una prosa precisa y elevada sino un mamerto de las alcantarillas que vivía la misma realidad, o peor, que sus lectores y al que sus lectores idolatraban justamente por eso.

No era un tipo haciendo de. En varios de sus cuentos habla de su resurrección a los 39 en el Hospital General de Los Ángeles, un momento de su vida en el que los doctores le dijeron que si tomaba un solo trago más, se moría. Desde ahí vivió otros 35 años. Y tampoco se cuidó: salió del hospital y se metió en el primer bar. Para morirse o emborracharse, lo que llegara primero: se emborrachó.

Esa secuencia, la de él saliendo del hospital, uno de los momentos clave de su vida, la leímos en varios de sus cuentos y novelas como Cartero, la primera, la mejor, una de las más importantes del siglo XX, que habla también de eso: del recomenzar. Porque estamos hablando del escritor más autorreferencial que hayamos leído. El que inauguró una corriente dentro del realismo sucio.

Pero al estar su universo delimitado a sí mismo, a pesar de que hablando de él habló de toda una época, una sociedad, había partes que nos faltaban.

En ese sentido, sus cartas son piezas literarias y su género no debería ser el epistolar. Ya conocíamos bastantes, ya las había citado en su obra, ya las había usado para hacer avanzar la trama, ya habían sido publicadas. Pero acá están en su más abrupto esplendor. Nos anclan en su ahora con la misma fuerza que sus cuentos.

Con los errores, con su desprecio por la gramática y la sintaxis, con su endemoniada velocidad para encadenar desgracias (“Pasa de todo, matan al sacerdote en el baño, los drogadictos se meten heroína sin descanso, te dejan sin espectáculo, tu mujer se larga con un idiota que no ha leído a Kafka, los coches pasan durante horas junto a los intestinos y al cráneo pegados al asfalto de un gato arrollado, los niños mueren a los 9 y a los 97, las moscas quedan atrapadas en el mosquitero”), con su humor y su calidez única.

Le ponen un poco más de luz a otra faceta de su personalidad como escritor y como persona a secas que se ha visto sepultada por su imagen pública como el tipo de los caños y el reviente: Bukowski es brillante y lúcido y tiene buen gusto a pesar de haber tomado durante tantos años del pico de la botella. Y tiene mucho para decir sobre sus colegas y sobre el mundo. Y siempre con una perspectiva entendida y pesimista pero directa y bellamente cruel.

Y sus cartas son eso, pero sin un editor en el medio. Son Charles Hank Bukowski en corto. Lo que es decir prendido fuego. La bardeada a Faulkner: “Gran parte de la obra de Faulkner es pura mierda, pero una mierda inteligente.” “Respiré con más libertad cuando Faulkner murió, no porque hubiese más espacio sino porque nos marearía menos”. O su recuerdo de esa temporada en el infierno del Hospital General de Los Ángeles (contada mil veces, a mil interlocutores distintos, con ligeros matices pero con algo en común: se nota que le pegó). El tono de gallito con que se refiere a su vida en los cuentos también está presente acá. Lo que nos hace pensar que el cinismo con el que se armó para afrontar una vida que se le venía espantosa funcionó. Vida espantosa: feo, granos en la cara, echado por su violento padre de su casa, alcohólico, esposo de alcohólica, trabajador mediocre en lugares mediocres.

En estos 50 años de cartas vemos cómo la maravillosa vida se abre paso en el basurero de la existencia: el poeta es una mariposa en el barro, el Bukowski literato escribiendo a editores mientras su vecinos morían de lo mismo que debió matarlo a él y alzándose como un unicornio alado mientras su contexto lo intentaba arrastrar.

Editores queridos, editores que lo habían rechazado, colegas, amigos: el Bukowski epistolar nos muestra un poco más sobre el tipo del que sabemos casi todo. Si su obra literaria (inconclusa, fervorosa, bestialmente inédita dada la cantidad ingente de cuentos y poemas que perdió) es su cuerpo, estas cartas son la sangre que lo bombea. Entendemos de dónde vienen sus párrafos, entendemos y suscribimos a su estilo (”Podría usar el más sofisticado de los lenguajes, pero creo que al final las palabras que se salvarán serán las pequeñas palabras esenciales que se dicen de verdad. Cuando queremos decir algo de verdad no usamos palabras de 14 letras”), nos muestra que siempre fue copetudo (pobre y perdido incluso), que su altanería fue la forma más tierna que encontró para enfrentarse a este mundo cada día más espantoso, en el que incluso hasta los que tienen buenas intenciones terminan siendo parte de un todo militarizante y acusador, como prueba cierto revisionismo idiota que intentó cancelarlo por violento sin tener en cuenta ni medio contexto y, por supuesto, sin haber leído uno solo de sus libros.

La enfermedad de escribir: titulazo mejorado por la traducción (On writing en el original en inglés) de un libro clave para entender mejor no al arte poética de uno de los más grandes e influyentes de la historia sino para comprender a través de ella la vida, que consiste básicamente en trabajar duro e intentar atravesarla de la forma más honesta posible. En el camino, lloramos ante su ternura.

En enero del 92 le escribe a John Martin, su editor más importante: “Gracias colega, ha sido un viaje bien hermoso.” Una página después, cerramos el libro con unas líneas destinadas a Jack Grape: “Cuando cumpla 92 lo recordaré y me reiré. No, ya he vivido bastante. Siempre es la misma película, salvo que nos volvemos más feos. Nunca pensé que viviría tanto, así que cuando la muerte venga por mí estaré listo”.

 

La enfermedad de escribir, de Charles Bukowski.

Anagrama, segunda edición, 2021.

1750$

 

Quién es Federico Watkins

 

Federico Watkins.

Licenciado en Comunicación Social por la UNLP.

Redactor publicitario.

Ha escrito los comics Host God (https://markosia.com/2019/01/16/host-god-1-on-drivethrucomics/) y

Mala Ciencia (https://vinetauno.com/mala-ciencia/).

Sus cuentos han aparecido en antologías como Mentira, en Uruguay (http://estuarioeditora.com/libros/mentira/) y en el suplemento Verano/12 del diario Página/12 (https://www.pagina12.com.ar/320559-responsabilidad-del-fuego).

En octubre se publicó su primer libro de cuentos, La verdad en los huesos, editado por la EDULP.

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