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JUGUETE RABIOSO

Hoy compartimos, “El Grupo del Hospital” de María Inés Arce

 En la entrega 29 de la sección que cura Diego Reis, una historia de la licenciada en sociología, escritora, narradora y conductora radial de la ciudad de General Roca (Río Negro).
07/04/2023
Hoy compartimos, “El Grupo del Hospital” de María Inés Arce

EL GRUPO DEL HOSPITAL (Épica sociológica) / Por María Inés Arce *

 

Vine de Estados Unidos hace un mes, se terminó la beca y me dominaron las ganas de pisar tierra propia, de mi propiedad privada sentimental, de no ser extranjero. Si bien eso estaba claro, mi mujer no estaba tan resuelta y se inclinaba a elegir un buen pasar hasta que juntáramos algunos dólares y volver cuando pudiéramos comprar un departamentito en Barrio Norte. Yo también quería eso, pero también quería lo otro: volver a la calle Corrientes para redelimitar mi viejo territorio. Pacté con la flaca, prometiéndole que en el Rivadavia, o el Fernández o en el Pirovano donde hay un buen servicio de Salud Mental, algo iba a conseguir. Que después de haber ganado una beca Fulbright la iban a llamar ¡seguro! Y que yo también con mi currículo, actualización, experiencia en estos dos años, algo va a salir.

 

Nos estábamos instalando en una casa vieja en San Telmo, abriendo los baúles, tomando distancia de la lámpara del comedor para ver dónde quedaba mejor, de los cuadros para ver si estaban un poquito inclinados o no y señalarle a la flaca un poco más a la derecha, a la derecha te dije, apeniiitas más abajo. ¿Y los libros? Y que queden en las cajas, primero llamamos un carpintero que cobre barato y hacemos hacer los estantes. Después nos vamos a la feria el domingo y ahí conseguimos una biblioteca como nos guste a los dos. Tenemos para un mueblecito antiguo para el living, los artefactos de la luz con tulipas antiguas, y en el medio de la pared grande el cuadro de Hipócrates que tanto quiero. Mejorá la cara flaca, algo va a salir, te lo prometo.  

Los primeros días fueron de oro, reencuentro con los amigos, abrazos y   vinitos con los viejos, y las calles cambiadas, negocios cerrados, casas a medio construir, muchos locales que se alquilan ... Primeros días de oro y de lata... Pero nos íbamos aclimatando. Che, en el Posadas ¿no?  ¿Y en el Ramos Mejía? Pero vos, vos con tu currículo andá a la Clínica del Sol. O al Instituto de Diagnóstico al Mitre al Cemir ¡baaaaasta!¡algo va a salir! Un día me entero que van a cerrar el Rawson. No. ¿La gente de Barracas? ¿De la Boca? ¿Los que vienen del sur del Gran Buenos Aires? 

Arreglamos una reunión con el director del hospital, nos dijo que sin presupuesto era imposible, que esto no se arregla con Medicina, se arregla con plata y que hay que estar dispuesto a poner el hombro y que solos no vamos a poder. No, sin el trabajo de un grupo no, pero  vamos a convocar a una reunión masiva para ver quién se compromete. Algunos son  gente conocida nuestra y sabemos  qué es lo que piensan de la salud,  sabemos que no quieren que la gente de menos recursos quede sin atención. No. Con la flaquita vamos a poner los dos hombros. El día de la reunión vinieron todos, ante el cierre inminente parecían resignados. Ahí la flaca se jugó y dijo: –Si con nosotros dos se constituye un grupo que respalde y que sostenga esta lucha codo a codo ¡adelante! ¡El Rawson no se cierra!

 

Otra vez el primer tiempo fue de oro. Con la flaca habíamos planificado que a cada reunión masiva asistiera un técnico en crisis hospitalaria. Acudía mucha gente y algunas instituciones nos daban apoyo, todos estábamos conformes con la dinámica de funcionamiento y se programaban nuevas actividades.  Habíamos iniciado una campaña de difusión en los medios y nos estábamos haciendo dignos del respeto de la gente con trayectoria en el hospital y de otra que solidariamente se acercaba, sobre todo jóvenes. Había una fuerza de recambio que día a día se nos unía. Los técnicos elogiaban la actividad del grupo y algunos medios nos llamaban para que nuestra palabra fuera tomando fuerza en la comunidad.

 

Se acercó cautelosamente, venía de la Confederación de Médicos. Serio, amable, casi retraído al principio, y  aplomado, muy aplomado, un tipo que aparentaba no tener tensiones,  poco sonriente, más bien sigiloso. Pero con la carga en la mochila del prestigio de la Confederación.  Infaltable. Nunca un ausente. Tenía que ser perfecto. Hasta en los pequeños resquicios de oxigenación después de las reuniones en el bar de enfrente del hospital aportaba su desinterés invitando la vuelta, a caballo de los atrasados sueldos de médicos, enfermeras, personal de limpieza y administrativos. Siempre sigiloso. Empezó a hablar en las reuniones cuando ya tenía en su mente una  cuidadosa caracterización del grupo. Astucia que le dicen. Y a la astucia de unos siempre le corresponde la debilidad de otros. Así comenzó la inclusión de la cuña. Tiempos aquellos de la cuña neoimperialista, todas las plagas se parecen.

Con la flaca seguíamos estando fuertes porque el objetivo seguía estando claro y firme.

 Las plantas del patio amplio y fresco de nuestra casa de San Telmo iban tomando forma de jardín, brotaban de toda clase y nacían pimpollos que eran atrayentes para la vista y para el olfato. Allí descansábamos largos ratos la flaca y yo y como el jardín se asemejaba al Edén a veces no resistíamos la tentación.

Pensábamos mucho hamacándonos en los “coy” que habíamos traído de América, y sobre todo nos llamaban la atención  ciertas conductas  inesperadas de nuestros compañeros de grupo. Me hubiera gustado aplicar un sociograma para develar las aceptaciones y rechazos que se movían en nuestro pequeño sistema. Las motivaciones ahora no estaban claras. A poco de andar tampoco su validez estaba clara y creía ver en la geografía psicológica del grupo especulaciones individuales. Siempre hamacándonos en el Edén, como habíamos bautizado al patio de casa, reflexionábamos la flaca y yo sobre este viraje en la interacción del equipo de trabajo. Me acordaba de los grupos que compartíamos la beca Fulbright en Estados Unidos, tratando de desbrozar las conductas espontáneas, la expansividad afectiva para llegar a la cohesión de los grupos y no veía ninguna similitud con el del pabellón en el Rawson.

 

Mi mujer y yo arriesgamos nuestras conjeturas acerca de las intenciones de los miembros del equipo y coincidimos en el análisis sobre un antes y después de la inclusión del “confederado”. Ahí saltaban – como peces desde el agua – la obsecuencia  buscando algún beneficio para mejor momento, de Saúl el muchacho camillero que se oponía a nuestras sugerencias después de mirar al confederado y asentir con la cabeza cada vez que él hablaba. El interés económico solapado de Sebastián, auxiliar de Rayos, ofreciéndose para realizar alguna actividad en la que se maneje algo de dinero, no para robar, sino para aprovechar la “caja chica” cuando tenía algún compromiso y devolverla cuando tuviera “un manguito”. La admiración de Elsa con su efusividad dicharachera para hacerse notar y mostrar que hombre tan importante y ella podían ser amigos. Por último  el siempre voz cantante de Danilo, un médico, que si bien no es sobornable, no ocultaba su regocijo por integrar un equipo en el que participara  hombre de aplomo, simpatía, dispuesto siempre a invitar la vuelta en el bar de la calle Amancio Alcorta, como lo hacía el “confederado”. Los demás, gentes con menos pruritos, de intenciones genuinas y simplemente y sin altisonancias haciendo que el grupo funcione.

 

En la última reunión ya se veían los pingos en la cancha y sólo se trataba de apostar. La emergencia sanitaria no daba tiempos para regodearse en el narcisismo y ahí el “confederado” salió a la pista. Con sus reclutas calificados propuso la creación de una Comisión integrada por técnicos (algo así como una elite), “que trabajara activamente para lograr la continuidad de la institución hospitalaria.” Nosotros propusimos ampliar la base social del equipo dando lugar a una convocatoria amplia, reafirmando los principios institucionalizados y que nos orientaban a nuestro objetivo:¡el Rawson no se cierra! Lo instituyente, o sea una nueva modalidad de funcionamiento, que transformara el hospital en un servicio eficiente para la prevención de  enfermedades y  atención primaria de los pacientes de la zona Sur de la Capital y lo instituido, una síntesis entre... ¡pucha! tan difícil decir lo que  nosotros queremos.

 Fue cosa fácil definir mis preferencias y muy difícil “adivinar” sus  sentimientos con respecto a mí y a la flaca y con respecto al proyecto. El Rawson, que linda con el Moyano, “depósito de locas”, me llevaba a reflexionar quiénes están afuera y quiénes adentro  del depósito. A veces oíamos unos golpecitos en la pared de la sala donde estábamos reunidos y cuando alguno de nosotros salía a ver de dónde provenían, veíamos un palo con una latita enganchada en la punta que quería decir que pusiéramos plata – aunque fuera unas monedas – adentro. Las “locas” vestían un guardapolvo gris con el que se pretendía que fueran todas iguales. Así también todas iguales, al mediodía cuando llegaba el camión gris con la comida se agarraban al alambrado que las separaba del mundo y todas iguales como gallinas a las que les tiran el maíz corrían hasta el camión con un plato de aluminio en la mano y esperaban el cucharón prodigioso que les volcara indiferente una ración. Estas degradaciones me hacían sentir que no debía ceder a mis tentaciones de renunciar al equipo cuando tanta gente necesitaba del esfuerzo y la solidaridad de nosotros. Pero, Comisión, ya sabemos para qué sirven las comisiones,  cuando se quiere que algo quede en la nada, entonces se forma una Comisión. Sin embargo, se puede concebir una postura completamente opuesta. Penetrar en el interior del  grupo y llamar en nuestra ayuda a todos sus miembros.

Con esta postura mi mujer y yo, y algunos de los médicos, enfermeros,  secretarias, mucamas, radiólogos y gente de la zona que quiso acercarse,  nos empezamos a reunir en una sala contigua, fría, de paredes descascaradas, que cuando llovía nos lo recordaba permanentemente con la sinfonía del tac... tac... tac en un balde contenedor de urgencias.

 

Y en esa sala sórdida al decir de unos, fría al decir de otros, comenzó a circular una energía que fue el inicio de una serie de reacciones. Se comenzó a reconstituir un entramado grupal y hacia la comunidad. Muchas propuestas eran traídas a las reuniones, viables y probables.  Fuertes donaciones de dinero y de materiales sanitarios empezaron a llegar. Eso nos  provocó un desborde de ideas y de acciones, similares a cuando estalla una revolución, o sea un cambio,  por si alguno teme a esa palabra. Y a unas donaciones siguieron otras, y a esas otras, unas cuantas droguerías se comunicaron con nosotros  hasta que finalmente los laboratorios más importantes enviaron cajas a Farmacia. No, flaquita, no es un mundo feliz. Vos me preguntás por los salarios, estabilidad laboral, tecnología apropiada y yo... te voy a contestar hoy en el Edén.

 

Llegué primero a casa, silbando y dando pasos de tango en una solitaria coreografía en el patio,  porque la flaca siempre se demora sacando ceniceros de la mesa, ubicando las sillas como estaban antes de empezar la reunión, cerran... sí, para eso se recibió de médica ganó una beca en Estados Unidos y... y se volvió a su país. A su país y a su ciudad, a eso donde la polis es la gran madre. Yo también me puse a colocar cada cosa en su lugar... siempre pensando en que la reconstitución de la trama viene de abajo.

Cuando empecé a trabajar en el equipo lo que no quería era caer en el abismo de las apariencias u organizar experiencias artificiales. Ahora eso se lo dejo a la  Comisión. Y me vuelve la idea de que cuando estalla un cambio, la humanidad entra en una fase de intensa creatividad. Fecunda y excitante.

En el Edén florecieron jazmines que son los que más aroman. ¡Llegaste! Te quiero mostrar los pimpollos nuevos.

 

***

 

* MARÍA INÉS ARCE nació en Capital Federal y vive en Fisque Menuco-Roca desde 1985. Ha publicado textos en numerosas revistas literarias. Ha sido columnista en programas de radio de General Roca. Integró: Antología Poética Roquense (Fondo Editorial Municipal, 2007), Antología  de Poesía Rionegrina, 10 poetas Rionegrinos (Fondo Editorial Rionegrino, 2010); Breve Tratado del Viento Sur (Ed. Escarabajo, Bogotá, Colombia, 2018);  Transversal, Poesía Contemporánea de Río Negro (Fondo Editorial Rionegrino, 2019). Publicó la novela de creación colectiva El Hombre de Traje Blanco, PubliFadecs, 2002; El Yo en los Estantes (Ed. Kuruf, 2016); Dies Poemas Lunfa (Ed. Kuruf, 2018); Trabajos, (La cebolla de vidrio, 2020); Ifigenia en Fisque (Ed. Kuruf, 2021). Actualmente conduce el Programa de Poesía y Poetas ROSTROS BREVES COMO FOTOS en la radio Antena Libre de la Facultad de Derecho y Cs. Sociales, UNComahue.

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