martes 7 de mayo de 2024    | Lluvia moderada 2.4ºc | Villa la Angostura

JUGUETE RABIOSO: Segunda temporada

Hoy compartimos: “Semillero” de Luís Cattenazzi

En esta entrega de la sección que cura Diego Reiss, un cuento del escritor barilochense.
29/12/2023
Hoy compartimos: “Semillero” de Luís Cattenazzi

Semillero / Por Luis Catenazzi *

 

Hombres y mujeres y niños mezclados en la caverna, rodean la fogata que nunca debe extinguirse. Entre ellos un joven delira de fiebre, ha sobrevivido por muy poco al ataque de un monstruo. También ha logrado matarlo con una trampa inédita en la que él mismo fue la carnada. Deberían dejarlo morir sólo, pero nadie en el grupo se anima a abandonarlo. Si mató un monstruo puede matar otro, y eso significa comida para varios soles.

Con el tiempo sana las heridas, pero arrastra una pierna y ya no puede correr como antes. Al principio le resulta imposible dormir, excitado por el ímpetu que no puede agotar en las cacerías. Hasta que una noche se asoma al borde de la caverna y por un momento siente que flota entre las estrellas. La sensación lo aterra, pero a punto de refugiarse junto al fuego, descubre que uniendo esos puntos lejanos en su mente toma forma un animal. Y más allá una lanza, y hombres.

Al día siguiente quiso explicarles a los demás lo que había visto, pero en plenos preparativos para la cacería no le prestaron atención. Además le era imposible explicar algo que únicamente podía verse en el cielo oscuro. Ansioso, y aprovechando que durante la mañana se quedaba prácticamente sólo, decidió que la pared de la cueva podía servir más que para la broma de marcar manos con tizne. Con una brasa extinguida dibujó los puntos que había visto en las estrellas. Después los unió con trazos vacilantes y vio aparecer los animales, y las lanzas, y los hombres.

Enloqueció a gritos a las mujeres hasta que se acercaron, absortas, a ver los dibujos. Pocas veces acompañaban a los hombres afuera y ahora, a la vista de los esquemas, podían soñar mejor aquellas cacerías.

Los hombres llegaron cansados y golpeados por la mala suerte. Acarreaban pequeñas presas que no podían alimentar ni siquiera a los niños. El herido quiso llamarles la atención hacia sus dibujos, pero le gruñeron y lo golpearon hasta que no tuvo más remedio que apartarse.

Entonces, robó una brasa aún ardiente y corrió a una de las paredes iluminadas por el fuego. Marcó los puntos y trazó las líneas: creó un animal. El súbito silencio a sus espaldas le confirmó que por fin le prestarían atención.

Dibujó la silueta de un hombre y oyó las voces reclamar: “¡ese soy yo, ese soy yo!”. Luego dibujó otro hombre, y otro más, hasta completar el grupo. En el de pelo remarcado reconocieron a su jefe y hubo exclamaciones.

 

Para el final dejó las lanzas. Las fue dibujando de a una, trayectorias en la piedra blanca que era el cielo. Otra vez callaron y sintió el ahogo del suspenso.

Dibujó dos lanzas más en el vacío, y después —creció el murmullo de la audiencia—, furioso como en una cacería verdadera dibujó la lanza que aniquilaría al animal. Una herida certera en medio del cuerpo.

El silencio explotó en gritos de guerra. Volvían a ser alegres a pesar de la mala racha, como si ese animal en esquema pudiera alimentarlos mejor. Sintieron brillar al dibujante, lo elevaron a la categoría de Brujo.

Al día siguiente la suerte cambió y la caza fue tan fértil que los hombres regresaron antes del atardecer. Creían que el dibujo había sido un buen augurio y obligaron al dibujante a representar el rito otra vez. Él no quiso contradecirlos, aunque sabía que sus trazos no eran un augurio, eran una copia incompleta de la realidad.

Noche tras noche dibujó cacerías imposibles, cacerías donde morían monstruos desconocidos, también otras donde morían hombres. Aprendió a tensar el suspenso, y los hizo temblar, llorar, enfurecer.

Por las mañanas descansaba y soñaba otros dibujos. Así descubrió la magia perfecta del círculo. Su dedo siguió y siguió ese contorno sin fuga. Sintió que caía rápido y sin fondo, como cuando se había asomado por primera vez a las estrellas.

En un rincón apartado dibujó círculos dentro de círculos, unió tangentes para formar nuevas figuras. Al derecho, al revés. Formó una figura que eran tres círculos uno sobre el otro y eso le recordó una presencia familiar.

El árbol del color brillante de la luna.

En su urgencia por sobrevivir apenas le prestaban atención, preferían temerle, pero desde siempre había estado allí. Alto, frío; como tallado en una roca muy suave. No tenía hojas que perder, no daba fruto. Pero su tronco, que parecía construido con tres enormes huevos uno sobre otro, se erguía igual que los árboles de la jungla.

No dudó.

Cargó entre sus manos cuantos tizones pudo y salió de la caverna.

 

Trabajosamente se internó en el enrevesado sotobosque. Alcanzó el árbol y recorrió su circunferencia base una y otra vez. Se sobrecogió al mirar hacia arriba, las dos esferas superiores parecían a punto de caerle encima.

Por fin encontró lo que buscaba.

Su tacto reconoció los círculos tallados en el tronco. Grandes y chicos. Los recorrió uno por uno, en el orden específico que le dictó su instinto. De alguna manera entendió que seguir esos contornos ahora sí era un augurio.

Algo pareció quebrarse en la corteza, un ruido profundo hizo temblar el suelo.

El árbol se abrió con un soplido de aire encerrado y luces.

Pero él no se asustó, apenas dio un paso atrás para observar mejor la brecha que se le ofrecía. Apretó contra el pecho sus herramientas, y con pasos decididos caminó dentro del árbol.

 

El grupo que volvía de cazar, y las mujeres alertadas por la ausencia del Brujo llegaron a tiempo para ver cómo el árbol del color brillante de la luna se desprendía del suelo con un fuego más brillante que el sol. Lo vieron subir y dibujar una nube iridiscente larga y recta hasta donde terminaba el cielo.

 

* LUIS CATTENAZZI (Buenos Aires, 1977) publicó su primer volumen de cuentos, A ciencia incierta (Interzona Editora, 2012), por intermedio del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. Actualmente reside en Bariloche, donde publicó Circular con precaución (Editora Municipal Bariloche, 2017) y No vienen a cuento (Fondo Editorial Rionegrino, 2022). Integra La Abadía de Carfax y se formó en el Taller de Corte y Corrección de Marcelo di Marco, ha sido editado en la biblioteca de audiocuento.com.ar, en el suplemento cultural del diario Perfil, en el sitio cultural Otra parte y en la revista pulp Salvaje Sur.

Temas de esta nota
Te puede interesar
Últimas noticias