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JUGUETE RABIOSO:

En la última entrega de esa sección, compartimos “El Informe WWF”, de Sandra Lambertucci

En la edición N° 33 del espacio que cura Diego Reis, se cierra con un cuento de  escritora y profesora de la ciudad de Zapala.
24/04/2023
En la última entrega de esa sección, compartimos “El Informe WWF”, de Sandra Lambertucci

EL INFORME WWF / Por Sandra s *

Después del ajetreo para hacer el equipaje y de una carrera alocada por la autopista, llegué al aeropuerto para abordar mi vuelo a Brasil. Una vez sentado me invadió una ola de cansancio.

Pensé en dormir, me estiré y cerré los ojos. En vano, no logré relajarme. El solo hecho de saberme arriba de un avión ponía todo mi sistema de alerta en alerta. De pronto me sentía totalmente ambivalente y terriblemente nervioso. ¿Estaba haciendo algo descabellado?  ¿Estaría librado a la buena de Dios?

Me estiré más y respiré hondo. Pensé que tal vez fuera un viaje inútil, apenas un viaje rápido, recaudar la mayor cantidad de información posible para mi investigación, poner en alerta a las autoridades y comunidad de lo recientemente descubierto y en seguida el regreso.

El avión dio un sacudón hacia adelante y se dirigió a la pista. Cerré los ojos y sentí un ligero mareo cuando el enorme aparato alcanzó la velocidad crítica y se elevó a través de una densa nube. Cuando alcanzó la altura crucero, me relajé y me dormí. A los treinta o cuarenta minutos, una turbulencia inesperada me despertó y fui al baño.

Mientras cruzaba la zona de descanso, vi a un hombre alto con anteojos redondos y marco de carey parado junto a la ventana, que conversaba con la auxiliar de abordo. Me miró, pero siguió conversando. Tenía pelo corto ondulado y aparentaba unos cincuenta años. Por un momento me pareció reconocerlo, pero no tenía aún la certeza. Mi memoria visual tras el cansancio llevado encima me entorpecía en la definición. Al pasar alcancé a oír parte de la conversación.

-Gracias, de todos modos –decía el hombre-. Simplemente pensé que como usted hace este viaje continuamente, tal vez había oído habla sobre el informe WWF. Se dio vuelta y se dirigió a la parte delantera del avión.

Me quedé sorprendido. ¿Alguien más sabía sobre el mismo informe? Fui hasta el baño y traté de decidir qué hacer. Volví a mi asiento y cerré los ojos. Seguí dándole vueltas al asunto durante un rato hasta que al final me levanté y fui a la parte trasera del avión. Lo encontré a mitad de camino en el pasillo. Busqué la forma de cambiar de asiento para poder estar más cerca. A los pocos minutos le palmeé el hombro.

-Disculpe –le dije-. Lo oí hablar del informe WWF. ¿Se refiere al que anuncia una de las peores tragedias en el Mato Grosso?

Me miró, primero sorprendido, después con desconfianza y mantuvo cierta cautela.

-Sí –respondió dubitativamente.

Me presenté y le expliqué acerca de mi investigación y le aproximé algo acerca de lo que venía investigando y la urgencia que traía para poder llegar al lugar antes de que sea tarde. Se relajó considerablemente y se presentó como profesor adjunto en la Universidad de Michigan, Steve Souto. Especialista en emergencias climáticas y delitos contra la naturaleza.

Coincidimos en que el informe no encajaba completo con el sentido común de la época, pero tiene sus fundamentos teóricos-científicos de acuerdo al seguimiento-estadística y sumado a los antecedentes históricos, era urgente generar una transformación general y para eso había que llegar al foco, al epicentro del pulmón. No era simplemente la evolución de la tecnología; era la evolución del pensamiento y una conciencia elevada a la catástrofe que se venía.

Pero Souto me advirtió que el gobierno se había alterado y que había comenzado a mandar amenazas físicas contra quienes poseyeran o difundieran información.

El avión se inclinó hacia adelante y empezó su descenso. El viaje no era tan largo y la hora pasó literalmente, volando. Nos pasamos nuestro números y correos para continuar trabajando juntos y pautamos juntarnos nuevamente ante resultados más inminentes.

Una vez en tierra firme recogimos nuestro equipaje y acordamos reunirnos más tarde. Indiqué a un taxi que parara. Cuando arrancó noté que detrás de nosotros otro taxi se ponía en marcha. Efectivamente, me seguían. Desvié el recorrido y paré en otro hotel, pero cuando me bajé un disparo al aire no me permitió dudar y salí corriendo. Corrí a ciegas, sorteando gente y salteando basura. Remonté la calle y me escondí en un negocio. El hombre detrás del mostrador me condujo a un cuarto separado. Mientras consideraba mis opciones me di cuenta de que no tenía alternativa y el mensaje de alerta debía llegar al lugar de la selva en donde se pronosticaba uno de los focos de inundación más siniestros de la historia si antes un alud no ganaba la partida. Habría que evacuar a toda la comunidad. En el mapa, la vía era una rayita minúscula. A vista de dron, una línea recta anaranjada en un tupido manto verde que parecía un brócoli.

Allí debía llegar, a ese minúsculo pueblito que no era más que una sucesión de bares, moteles, camiones, talleres, templos evangélicos y casitas de madera en calles de tierra que a menudo se convierten en un lodazal. Al margen derecho uno de los pueblos indígenas más ancestrales de los que aún sobreviven en Brasil.

Recordé las palabras de Souto sobre el desinterés del gobierno acerca de preservar a las comunidades indígenas del lugar y pensé que un alud o un foco de incendio era la excusa limpia para deshacerse sin culpas de la población. El pronóstico y los movimientos de tierra que había detectado desde el observatorio luego de la masiva desforestación del 2015 y el boom que se asentaba en lucrativos negocios que diezman la selva, no darían tregua. Había que evacuar a la población antes de que la catástrofe llegara.

Estaba demasiado lejos, tenía agentes persiguiendo mis talones, no conocía a nadie más que a Souto. Y llegar significaba salir de ahí por una calzada con los carriles cuidadosamente pintados de amarillo y los arcenes, de blanco. Cerca de ahí, el río Amazonas, que se cruza en balsa y el proclive al desborde. ¿Cómo podría arriesgarme? ¿Qué posibilidades de llegar con vida tendría?

Estaba exhausto y solo. Los informes eran claros y coincidían con los de Steve. Esta información claramente no era dada a conocer. El tiempo corría a destajo. Al desbordar el río el alud provocado haría desaparecer al pueblo más cercano habitado por una de las comunidades indígenas. La tormenta ya se había desatado.

Steve me encontró en cercanías al río. Había conseguido una balsa y dos salvavidas viejos por medios algo dudosos pero el fin justificaba los medios.  Nos trasladamos rio abajo hasta poder llegar a tierra. La correntada era fuerte. Solo teníamos nuestro cuerpo como modo re resistencia. Un golpe inesperado ante la violencia de la corriente nos tiró al agua y nos perdimos por un rato. No volví a ver a Steve hasta que una mano me empujó hacia un costado y me arrastro a tierra firme. Corrimos por uno de los senderos más robustos en la búsqueda de la comunidad. El desconocimiento del lugar y la inmensidad del mismo nos hacía correr en círculos. La humedad era insoportable y el agua parecía brotar de la tierra. El camino hacia el norte atravesaba una selva abigarrada, varios ríos y afluentes según me había comentado Steve en el avión. A medida que avanzábamos, el terreno se elevaba poco a poco y los árboles se veían más grandes y espaciados. Entramos en una franja de tierra de unos setenta y ocho kilómetros de largo por treinta de ancho que es distinta, más energizada. Se notaba la presencia de la comunidad y de sus rituales. Una ancha hilera de árboles había sido derribada y apilada, algunos parcialmente quemados. Una tropa de ganado parecía perdida entre pastos silvestres y suelo erosionado. Vi otro pedazo de tierra aplastado y me di cuenta de que los trabajos avanzaban hacia los árboles más grandes junto a los que fuimos pasando.

-Es espantoso –comenté.

-Sí –respondió Steve. Esa era la idea que tenía el gobierno del desarrollo agrícola. Era increíble la masacre que se aproximaba

Recordé que esto era lo que intentaba proteger. Pero solo dos personas no podríamos generar el cambio y llevar la ayuda necesaria. Todo el viaje me pregunté cómo va a cambiar la cultura humana cuando aumenté el nivel general de energía. Después de caminar por horas llegamos a la misión más cercana. El padre David nos recibió con sorpresa, pero amablemente. Le pedimos refugio y nos dejó pasar. Conversamos apurados dado que nuestro objetivo era alerta a la comunidad del desborde del río y del posible alud. Inmediatamente, los sistemas de alarma se activaron y el pueblo inició un rápido proceso de evacuación.

Mientras recorríamos ayudando y virilizando el mensaje con quienes entendieran nuestro español, el padre David nos manifestó su convencimiento sobre lo que el gobierno pretendía.

-A medida que la raza evolucione espiritualmente, disminuiremos por propia voluntad la población hasta un punto sostenible para la Tierra. - Comentó convencido. Y agregó, no obstante, la intención del gobierno es diezmar a las pocas comunidades y refugios indígenas que sobreviven.

No terminó de decir eso que una fuerte corriente de agua turbia comenzó a atravesar la zona y corrimos con niños y gente hacia la zona más alta que tampoco resultaba segura y era la más proclive a desprendimiento. Steve y David conducían unos jeeps equipados con la mayor cantidad de gente. Y eso fue lo que pasó. Un alud de tierra comenzó a arrasar con todo lo que encontró a su paso. Yo no alcancé a subirme a ningún vehículo, pero fui ayudando a la mayor cantidad de gente, pero el lodazal arrasó fuertemente con todo. Mirar hacia atrás era mirar una película de ciencia ficción.

De pronto sonó una bocina y fui levantado violentamente por unos oficiales. Nos desviamos del camino. Aunque sentí pánico sólo me detuvieron. Los observé un momento, ellos estaban limpios y yo todo embarrado, casi irreconocible, pero ellos si me conocían. Me interrogaron y me pidieron información sobre Steve Souto y el Padre David a quienes negué conocer. Después de varias horas de ajetreo, de un viaje casi interminable por un camino de tres carriles y viendo cómo el alud había arrasado con todo, me depositaron así cómo estaba en una base de fuerzas especiales. Me pidieron con tono cortés pero categórico que no volviera.

Respiré hondo y traté de hablarme a mí mismo, debía mantener alerta los cincos sentidos y aumentar mi energía. Aún no tenía la certeza de salir con vida de ahí. Adelante el pasillo desembocaba en otra escalera de modo que bajé los dos pisos hasta la planta baja. Por la ventana de la puerta de la escalera, miré hacia el corredor. Nadie a la vista. Abrí la puerta y arremetí sin saber a dónde ir. Mientras caminaba oí docenas de camiones que se acercaban a la distancia. Traté de ver qué pasaba. otro grupo de oficiales venía de la selva trayendo a otros dos hombres, no pude identificar quiénes eran. Desee con todas mis fuerzas que fueran Steve y el padre, sería una señal de que estaban vivos.

Al final, del pasillo me esperaban unos soldados armados. Ellos me escoltaron hacia la embajada y luego al aeropuerto. Uno de los agentes me sonrió débilmente y me miró a través de unos anteojos gruesos.

Su sonrisa se desvaneció cuando me entregó un pasaporte y un pasaje de avión para los Estados Unidos… luego de lo cual me advirtió con un fuerte acento portugués, que no volviera nunca, nunca más.

 

***

 

* SANDRA IVANA LAMBERTUCCI. Escritora, Prof. para la Enseñanza primaria y Prof. en Letras (UNCo). Dictó taller de escritura creativa en los Adac 2021 y 2022 de la municipalidad de Zapala y fue redactora/escritora en la revista literaria digital Letranias de la misma ciudad. Ha participado de concursos con mención especial en diferentes puntos del país y en Uruguay, y tiene escritos participantes de antologías argentinas. En 2021 publicó Otras Vidas, libro de poesías y relatos cortos en 2021(declarado de Interés Legislativo por el Concejo Deliberante de la ciudad). En 2022 publicó dos libros: Réquiem Octaviano (Poesía) y Cara o Cruz (novela).

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